MOCIÓN DE VERDURA
La derecha no
está para echar cohetes pero la sensación térmica es que ha llegado su turno.
La moción de censura no va a terminar con el Gobierno de coalición y, no
obstante, los signos no le son propicios.
PABLO ELORDUY
Fotografía de una coliflor,
por Elvira Megías.
Ramón Tamames deshojó la margarita y, como de la solapa del payaso, salió un chorro de agua. El próximo lunes, Vox registrará su moción de censura. A esta hora del viernes no se sabe cuándo la programará la presidenta del Congreso. Lo normal es que el monólogo del viejo aspirante a primo divo sea el entremés previo a la campaña electoral de municipales y autonómicas. Viva el espectáculo.
La moción de censura, la cuarta en cinco años, está destinada a sacar al partido de los ultras de una crisis que es más de sentido —quiénes son, qué hacen, para qué sirven— que demoscópica. El país en el que fue invocada la nueva extrema derecha de toda la vida ha cambiado desde aquel momento de excitación en el que surgió Vox.
La entrevista en
televisión a la arrepentida Macarena Olona, el pasado domingo, demostró que la
facción derecha de la derecha española vive su particular hora del desencanto.
Los 52 diputados de Abascal se antojan hoy una exageración, una sobrerrepresentación
de un grupo social minoritario, el producto de un robo de votos a un Partido
Popular en horas bajas. Tamames es el pretexto para recuperar cuota de
pantalla.
Ninguna de las
familias está en su momento feliz. Isabel Díaz Ayuso llega a las elecciones de
mayo perdiendo ventaja. Las manifestaciones por la sanidad en Madrid han
revitalizado el tejido político y social de la defensa de los servicios
públicos.
Si no cambia mucho
el viento, Ayuso vencerá en mayo en las autonómicas y, sin embargo, la protesta
por la sanidad es una advertencia muy seria para el Partido Popular
La de la sanidad es
una protesta cívica, de esas que terminan en comidas familiares antes que en
disturbios pero que, a fuerza de repetición, acaba por tambalear los planes de
desposesión de lo público. Es un movimiento que agrupa a la izquierda de la
ciudad con sectores de las clases medias que pueden ser conservadores en otros
aspectos pero se sienten concernidos por la precariedad de centros de atención
primaria y hospitales. Ese tejido mixto no forma mayorías en una comunidad en
la que el proyecto del turbocapitalismo de amiguetes se ha extendido durante
décadas por medio de fondos públicos y privados, pero frena las aspiraciones de
Díaz Ayuso en clave estatal. Ya sucedió con Esperanza Aguirre. Si no cambia
mucho el viento, Ayuso vencerá en mayo en las autonómicas y, sin embargo, la
protesta por la sanidad es una advertencia muy seria para el Partido Popular en
su conjunto de cara al asalto al poder en el resto de España.
Tampoco Alberto
Núñez Feijóo está en su mejor momento. Ya se ha escrito. El expresidente de la
Xunta de Galicia ha aterrizado en el Madrid sistémico como un xenomorfo con los
papeles en regla. Feijóo, turista accidental, encajaba en el plan de la derecha
de recuperar el BOE lo antes posible. Pero el ourensano no termina de encajar.
Quizá eso sea lo
que funcione. El tiempo de los joker —políticos cuya principal táctica es la
búsqueda de una reacción afectiva, visceral— puede estar acabándose. Feijóo
tendrá que creerse que el viento torció cuando Boris Johnson, el penúltimo de
esa estirpe, se fue con la margarita de chufla y las salidas de pata de banco a
otra parte. Un político gris, que provoca menos emoción que chistes sobre sus
gazapos, eso puede encajar en lo que está por venir.
El coste de la vida sube otra vez
Luis Planas podría
ser ministro en cualquier momento, bajo cualquier régimen, para cualquier
partido, en cualquier país. Aunque los políticos de la sentimentalidad y las
vísceras tengan más telespectadores, aunque exista la tentación de ver al joker
riéndose en nuestra cara una vez más, siempre hay un camino a la tecnocracia.
En condiciones normales, los ministros como Planas viven más, son poco
conocidos y bien valorados, cumplen su papel.
En condiciones
extraordinarias, se columpian. El martes, Planas se reunió con el Observatorio
de la Cadena Alimentaria, un grupo consultivo que decidió que no hay un
problema con el precio de los alimentos, que el problema está en otro sitio,
quizá en nuestra imaginación. Después de salir de esa reunión, en una
entrevista en La Noche en 24 horas, Planas declaró: “¿Sabe usted el mejor
instrumento que tiene una familia, un ciudadano, un usuario si no está de
acuerdo con los precios? Irse al supermercado de enfrente”.
En el supermercado
de enfrente, el que sea, el coste de la vida ha seguido su curso. Coliflores,
patatas y cebollas valen el doble de lo que costaban antes de la guerra de
Ucrania. En el súper de enfrente, la verdura ha subido: el 11,3% en Alcampo, un 11,8% en DIA, un
20,3% en Hipercor, el 27,7% en Carrefour y un 31,1% en Eroski. Ha subido
también todo lo que no es verdura y es de primera necesidad. Son los datos de
un estudio sobre más de mil productos hecho por Facua que no incluye, porque
Mercadona no publica catálogos, los precios de la primera cadena distribuidora
de España. La misma organización de consumidores publicaba en diciembre de 2022
una encuesta sobre hábitos de consumo. Una de cada cuatro familias ha reducido
la compra de verduras, hortalizas y frutas. Para pasar la crisis, comemos peor
(o los hogares pobres comen peor).
La ocurrencia de
Planas, un tic de creyente en el libre mercado, proporciona indicios de por qué
el Gobierno de coalición no está aprovechando el momento de indefinición de la derecha.
No ha sido el único signo, el jueves, el PSOE votaba en contra de una moción
para recuperar los 45 días en la indemnización por año trabajado. Los
socialistas que no aprecian la diferencia entre un despido con indemnización de
33 y otro de 45 días, los ministros que no notan el descontento en los pasillos
del supermercado, que dicen frecuentar como cualquier españolito de a pie, no
tienen las claves de qué puede estar fallando para que Eurosánchez, el
presidente que vuelve loco a los medios internacionales, no termine de arrancar
en las encuestas. El ser o no ser del PSOE se debe representar, a estas alturas
de 2023, con una pieza de coliflor en lugar de con un cráneo: eso les puede dar
una pista (he ahí la cuestión).
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