GARAMENDI EN MINIFALDA
ANÍBAL MALVAR
El presidente de CEOE,
Antonio Garamendi, interviene durante el almuerzo-coloquio organizado por el
Foro Joly en el Hotel NH Málaga, a 14 de febrero de 2023 en Málaga (Andalucía,
España). Foto: Álex Zea / Europa Press
Uno de los
atractivos que más me seduce del movimiento feminista es que, aun sin quererlo,
hace aflorar la machirundez y zafiedad de algunos de nuestros más eximios
próceres. El último toximacho que se ha puesto bajo los focos se llama Antoni
o
Garamendi, y es el presidente de la patronal, de la CEOE, o sea, el portavoz
del sentir y el pensar de nuestros empresarios. Se ha sabido estos días que el
ejemplar Garamendi se subió el sueldo hasta los 400.000 euros mientras demoniza
la subida del salario mínimo, lo cual le ha valido la reprimenda de algunos de
sus colegas. Él se siente perseguido y nos lo explica así: "Esto es como
cuando hay una violación y dicen que la chica iba en minifalda".
Nada más escuchar
estas sorpresivas palabras, mi imaginación enfermiza bocetó a don Antonio
vestido en minifalda, sin nada por debajo ni ningún otro atavío, poniendo poses
de bailarina de Degas a lo largo y ancho de mi salón. Por mucho que ame la
danza, os juro que no fue agradable.
Y es que con sus
declaraciones Garamendi se ha quedado en minifalda, minifalda intelectual que
no oculta la masa de necedad que alberga bajo la mente. Qué impudicia, señor
juez, que el presidente de una organización fundamental en el desarrollo de
nuestra economía y nuestro mercado laboral demuestre tan escasas luces, tan
poca sensibilidad hacia la mitad de sus empleados (la mujer, minifaldera o no),
y frivolice así sobre la mujer violada y unos jueces que a veces consideran
circunstancia eximente para un violador la talla de la falda de una mujer.
La sandez
demuestra, también, lo alejados que están algunos de nuestros más egregios
gerifaltes de la realidad social y cultural de un país. Para ellos, el
feminismo sigue siendo una cosa de mujeres raras, minoritarias, poco
cristianas, algo feas y, si no lesbianas, un rato putas, que así era el
estereotipo que primaba en tiempos de nuestros abuelos, y que fulanos poco
dotados de seso, como Garamendi, son incapaces de superar o evolucionar.
Uno no sabe si
Garamendi dijo esto como esbozo de chiste, que ya sería grave, o como discurso
victimista para ganarse la empatía de las mujeres violadas, lo que ya nos
obligaría a poner en alerta a los psiquiatras del Estado.
En todo caso,
Garamendi no es el único político que se ha quedado en minifalda desde que la
ley del sí es sí centra buena parte de nuestra actualidad opinativa y ética.
Nuestra ministra de Justicia, la socialista Pilar Llop, aseguró ha nada que
"es sencillo probar que hubo violencia [contra una violada], con una
herida ya se puede". Como si todas las violadas tuvieran la obligación de
haber sufrido heridas. Pienso en una violación química, que deja a la víctima
sin voluntad, sin capacidad de resistencia, sin miedo, sin asco. Este violador
puede dejar menos heridas incluso que sus declaraciones, querida ministra.
Ha nacido en España
la figura del machista minifaldero, que en lo esencial no es distinto al
machista de falda larga o sotana de toda la vida, pero estéticamente prefiero
cien curas a lo loco que un solo Garamendi vestido de tutú.
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