"LA EXPRESIÓN ES PARTE DE LA VIDA MISMA, LA ÚLTIMA PARTE DE
CADA CICLO"
(Eduardo Sanguinetti, Escuchad Buena Gente,
Editorial Correo de Arte, 1980)
"Me
educaron potencias más altas, más ocultas y misteriosas, que la de mis padres y
maestros.
Estas y otras
deidades llenaron intensamente mis años infantiles (mucho antes de saber leer y
escribir) de antiguas imágenes orientales. Sin embargo, soy mitad latino, nací
bajo el signo de Capricornio y he ejercido siempre cualidades como la
austeridad, la paciencia y cierto estoicismo vocacional. Afortunadamente, lo
más valioso e indispensable para la vida lo he aprendido antes de mis años
escolares.
Mis maestros fueron los árboles, la lluvia, el sol, las abejas, hasta las moscas, los animales y el duende que rodeaba la figura de mi abuelo. Fui amigo de las estrellas y sabía un buen número de canciones.. Se me ocurre en este momento una clara asociación de suaves palabras: "Una y otra vez bajo a tú pozo, tierna leyenda de antaño, oigo de lejos mis oraciones en tú canción dorada, desde tus profundidades susurra, avisadora, la mágica palabra, parece como si yo estuviera ebrio, durmiera y tú me llamaras siempre sin cesar...dulce niñez".
Disponía, en fin,
de toda la legendaria sabiduría de la infancia.
Se añadieron luego
los conocimientos escolares, que más me entretenían que mortificaban.
Sabiamente en mi
querido y ahora lejano colegio alemán, no se me condujo a lo práctico y
necesario. Se me educó alegremente, y ello era para mi un placer. Algunos de
los conocimientos entonces adquiridos no se me han borrado todavía. Recuerdo
aún algunos graciosos vocablos germanos o algunas frases y refranes.
Hasta adolescente
no se me ocurrió pensar seriamente en lo que iba a ser de mí. Como todos los
niños, tenía una particular preferencia por ciertas profesiones casi
legendarias: explorador, navegante, investigador. Despreciaba a lo que llamaban
realidad, que, a veces, me parecía sólo un ridículo convenio de las personas
mayores. Un tímido a veces irónico, renunciar a la realidad, era corriente en
mi. Quería por todos los medios transformarla, superarla, embrujarla.
Primeramente se limitó a aspectos infantiles, puramente externos, por ejemplo.
que mis bolsillos por arte de magia se hubieran llenado de dulces, salvar de
las garras de poderes malignos a las niña en la que volcaba todo mi potencial
de niño-hombre, hoy devenidas en las mujeres que me han dado todo y todo me lo
han quitado. Soñaba con librarme de mis enemigos por poderes mágicos, y luego
abochornarlos con mi caballerosidad, para ser proclamado por último vencedor y
rey: soñaba con descubrir tesoros escondidos, despertar a los muertos, hacerme
invisible.
Miro hacia atrás en
mi existencia. La vida se me presenta, del principio al fin, bajo el signo de
un poder mágico, el rumbo de ese deseo, evolucionando con el tiempo, arrebatado
al mundo exterior y hecho sustancia propia, yo intentando cambiarme a mí mismo,
no cambiar a las cosas.
Fui un niño vivo, a
veces feliz, sabiendo gozar con mi compañía. Supe jugar con el vasto mundo de
los colores y familiarizarme con la selva de mi propia fantasía. Mis deseos
eran ardientes y sanos. Viví mucho tiempo en el paraíso, pero mis padres me
presentaron bien pronto bien pronto a la serpiente.Mi sueño de niño se
prolongaba, el mundo era mío, todo era presente, todo estaba ordenado a mi
alrededor para satisfacción mía. Si alguna vez algo me enojaba o entristecía,
si el denominado mundo real me decepcionó, supe encontrar casi siempre el
camino hacia un mundo más libre, más sensible, el de la fantasía. Sí, mucho he
vivido en el paraíso.
Amaba
entrañablemente a mi abuelo. Todo lo esperaba de él, porque de todo era capaz.
Él y su dios pagano, tan oculto en el ídolo, fueron mis maestros. Era el padre
de mi madre, este hombre perdido en el bosque del misterio, como perdida estaba
su figura, en el silencio que era su habitual lenguaje. De sus ojos brotaba un
dolor universal y una alegre sabiduría, un solitario saber y una jocosa
divinidad.
Mi abuelo tenía una
sonrisa exótica, la secreta sonrisa de la sabiduría.
Sensaciones:
¡Qué diferente se
veía la puerta del jardín de mi casa familiar, en un atardecer de domingo, que
una mañana de lunes!
¡Qué distinto se
mostraba el gran reloj, en el comedor de la casa de mi abuelo, cuando llegaba
en julio a visitarlo, que cuando partía de allí!
¡Y qué
transformación sufría todo, cuando no gobernaba ningún espíritu extraño, sino
el mío propio, cuando mi alma jugaba con las cosas y les daba otros nombres,
otro significado! Entonces una silla o un banco, en los que nunca había
reparado, una sombra junto a la chimenea, o los titulares de un periódico,
podían ser bellos o repulsivos, orgullosos o simplemente nada. Podían llegar a
despertar nostalgias o atemorizar, ser ridículos o tristes.
¡Qué pocas cosas
existían inmutables, fijas y perdurables!
¡Cómo ansiaban
todas las cosas el cambio, cómo sufría transformaciones, cómo aguardaba todo,
al acecho, un desenlace o una resurrección!
¿Hay algo más necio
y que nos haga más desgraciados que la inteligencia?
Recuerdo una frase
escrita en mi cuaderno de música, que decía: "Bienaventurado,
bienaventurado el que es niño todavía". Frase misteriosa, que me
demostraba que había algo que poseíamos los niños, que los mayores, ya habían
perdido.
Mientras tanto era
feliz, a pesar de todo. Había muchas cosas en el mundo, que hubiera deseado de
otra manera. Pero yo ya he dicho que era feliz.
Se me aseguraba en
todas partes, que no se pasa por esta tierra para ser feliz y que la verdadera
felicidad sólo la consigue aquel que ha sabido vencer. Pero esas sentencias y
máximas que intentaban las asimile, provocaban muy poco efecto en mí, a pesar
de lo mucho que procuraban en inculcarlas mis mayores.
Tenía caminos
secretos que me llevaban a la luz. Si fallaban mis habituales juegos, siempre
acudían otros novedosos.
¿No era suficiente,
por la noche en mi cama, cerrar los ojos y perderme en el encanto fabuloso de
los círculos de color que se presentaban ante mí, que se contraían suavemente,
dulcemente? Nuevamente poesía, entonces, felicidad y secreto. ¡Qué pleno de
promesas se me revelaba el mundo!
Los primeros años
escolares apenas si consiguieron cambiar gran cosa, aunque observé que la
confianza y la sinceridad sólo podían perjudicarme. De algunos profesores he
aprendido todo lo necesario y preciso para mentir, simular o fingir, jamás pude
llevarlas a la práctica. Este fue el principio del fin. Lentamente se fue
marchitando mi primera florecencia. Lentamente aprendí también yo, sin
sospecharlo, aquella falsa canción de la vida, aquel inclinarse ante la denominada
realidad, ante las leyes de los mayores, aquel aclimatarse a un mundo que jamás
sería el mío.
Hace mucho que he
comprendido porqué en mi cuaderno de música, aquella frase decía:
"Bienaventurado, bienaventurado el que es niño todavía."
En todas partes me
rodeaba el desencanto. Fue estrecho lo que antes había sido amplio, mezquino lo
que antes había sido generoso.
Sin embargo nadie
se dio cuenta de ello. Fue una sensación que he sentido en mi fuero interno.
Nada ya, entonces tenía vida. ¡Qué duro desentenderse de los demás cuando se ha
creído siempre que la justicia y la verdad era lo esencial!
Sanguinetti, el
solitario
Sanguinetti, el
hombre
escucha el tiempo,
mirando en silencio
girar los planetas,
al inmenso cielo lo
une un amor interminable, sin fin,
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Es mi existencia
serena, inmutable,
mi eterna risa -
Ja!
Fue, luego será,
luego...
De a ratos vamos y
venimos, hacemos esto y lo otro....todo es ligero, grávido e igualmente
voluntario, todo podría ser también de otro modo. Y en otras ocasiones, nada
podría ser de otra forma, nada es voluntario y cada inspiración está cargada de
violencia y grávida de destino."
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