VOTAD, MALDITOS
JONATHAN MARTÍNEZ
Despliegue l BMR de la Policía -al que muchos llaman tanqueta- en las
protestas por la huelga del metal en Cádiz. Europa Press
La semana pasada, una agencia de comunicación política llamada LaBase empapeló los muros de València con carteles que llaman a participar en los próximos comicios municipales y autonómicos. "Una votomami va a las urnas el 28M", dice un póster que reproduce el imaginario motorístico de Rosalía. "La auténtica velada del año es el 28M", dice otro póster que remite a los saraos pugilísticos de Ibai Llanos en Twitch. "La fiesta de la democracia sigue viva", dice un tercer póster que resuena con ecos de la Ruta del Bakalao.
La propia empresa
ha explicado los fundamentos de la campaña. El caso es que faltan apenas cien
días para que se abran las urnas y había que "animar a la población a
afrontar con ilusión la cita electoral". El director de LaBase, Alex
Comes, aspira a "revertir la percepción que la población tiene del mundo
de la política" y por eso trata de valorar la importancia del voto. Con
estadísticas en la mano, la agencia identifica dos enemigos que socavan la
democracia: la crispación y la desafección. "El próximo 28M, vota feliz.
Pero sobre todo, vota con el corazón y la mente".
"¿Le preocupa
que exista crispación en España?", pregunta el CIS en sus encuestas. Pues
sí, para qué nos vamos a engañar, responde la vecina del tercero. Está todo
fatal, dice un parroquiano de la barbería de Manolo y una señora muy simpática
que ha salido a la plaza a tomarse un cafelito menea con desaprobación la
cabeza. Y así, con una sutil metamorfosis, la pregunta se convierte en
respuesta y se estampa en titulares. "El 90,4% de los españoles está harto
de la crispación política". Sea lo que sea la crispación política y sean
quienes sean los culpables.
¿Y cómo poner
remedio a esta calamidad? Ahí el CIS desliza con astucia otra pregunta. ¿Será
que los partidos deberían llegar a pactos de Estado? Pues digo yo que sí,
responde un tipo que iba a comprar el pan y su gesto de buena voluntad, de
concordia y de blablablá, se transforma sin apelación en otro titular
lapidario. "El 92,2% exige a los partidos que alcancen pactos de
Estado". El encadenamiento de falsos silogismos funciona de perlas: un energúmeno
de Vox da cuatro gritos en la tribuna del Congreso y los periódicos terminan
reclamando que regrese la paz civil del bipartidismo.
El resultado de
esta operación cognitiva recuerda a un spot de lo más cuñado que grabó
Ciudadanos para las generales de 2016 en un bar de periferia. Albert Rivera se
postulaba entonces como paladín de los pactos ambidiestros frente a los
políticos que habían forzado el adelanto electoral. El fetiche del acuerdo a
cualquier precio es el embrión mismo de la antipolítica porque los viejos
poderes sostienen su legitimidad sobre la ausencia de conflicto. "Usted
haga como yo, no se meta en política", dicen que le dijo Francisco Franco
a Sabino Alonso Fueyo, director del diario falangista Arriba.
El otro gran
enemigo de la campaña de LaBase es la desafección. Cada vez que se celebran
elecciones, da igual que sean locales o europeas, las tertulias se alborotan
con comentarios tan alarmantes sobre la envergadura de la abstención que
parecemos vivir siempre al borde del colapso democrático. Desafección política
por aquí, desafección política por allá, pero nadie nos dice hacia dónde
deberíamos dirigir nuestros afectos. ¿Hacia una democracia olímpica que nos
permite un día de voto y nos prescribe cuatro años de resignada espera o de
fatal arrepentimiento?
Aunque a algunos
les parezca una idea extravagante, la política es mucho más que el ensobrado
ritual de una papeleta. La afección política, diría yo, es todo un repertorio
de gestos menores que muy pocas veces merecen una columna de atención en la
sección de actualidad de los diarios: la pancarta obrera que florece en el
abismo de la precariedad, el abrazo vecinal contra la gelidez de un aviso de
desahucio, el borboteo del café en una asamblea, el amor a todo lo que es
amable, ese vínculo invisible que nos ata a nuestros semejantes y que no figura
en los gráficos de intención de voto.
Crispación, en
cambio, son las porras de la Ertzaintza contra los trabajadores de Tubacex que
resistieron durante ocho meses de huelga contra los despidos ilegítimos de una
empresa con beneficios. Crispación es la tanqueta de la Policía que amedrentó a
un barrio proletario de Cádiz en la huelga del metal. Crispación es la
detención de una militante feminista durante los actos del 8-M en Iruñea por un
atentado contra la autoridad que nadie vio. Crispación son las condiciones
salariales ridículas que Inditex ofrecía a las trabajadoras que tuvieron la
valentía de levantarse en huelga.
No culpo a la
agencia de comunicación por sus eslóganes sonrientes. Al fin y al cabo, cada
cual vende sus servicios como buenamente puede y en esta ocasión los han
vendido con imaginación y con inteligencia. Al contrario, agradezco que hayan
dado pie a esta reflexión y estoy seguro de que también ellos agradecen a su
modo estas palabras. Una campaña de publicidad funciona mejor cuantos más
comentarios desencadena y aquí estamos comentándola, aunque sea para poner en
duda las categorías con que nos proponen nombrar la realidad. El cristal con
que observamos el mundo.
No son los
consensos espontáneos de la sociedad sino los aparatos ideológicos del poder
quienes determinan el significado de las palabras que empleamos en el debate
público. En todos los tiempos y lugares, la clase dominante ha intentado
imponer su propio vocabulario para que sus intereses particulares sean
percibidos como el interés de toda la comunidad. Por eso hemos asumido, casi
sin darnos cuenta, conceptos de contornos tan borrosos como
"crispación" o "desafección". Así, una protesta social
crispa porque todo régimen exige ciudadanos afectos.
Guardad el afecto
para quien lo merezca. El compañero del curro. La vecina. Y reservad la
crispación para los ladrones de derechos, para los señores de la guerra, para
aquellos que acumulan capital y reparten pobreza. Ni la abstención es un
problema aterrador ni el voto es una solución mágica. Votad si queréis y solo
si queréis. Basta que tengáis cuidado de que la solución no sea mucho peor que
el problema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario