ENRIQUE DE CASTRO
MARÍA GONZÁLEZ REYES
Hoy, en un grupo de
chat (de los innumerables grupos de chat que pueblan mi teléfono), un amigo
escribió:
“Allá por junio del 97, con 19 años, me daba un paseo por la librería de El Corte Inglés (sí, leéis bien). Me llama la atención un libro que se titula Dios es ateo, escrito por Enrique de Castro. Me fijo pero no lo compro, unos días después vuelvo a pasar por allí y decido comprarlo, desde el principio su humanidad y el compromiso que transmite me tiene enganchado. Habla en el libro de una “escuela de marginación”. No recuerdo bien por qué, pero sabía que estaba en la plaza Luca de Tena, y un finde que me vengo con una amiga de la carrera a Madrid vamos a ver si la encontramos. Yo desistí pronto al ver que no conseguimos nuestro objetivo (imagino que le dije que pasáramos y nos fuéramos a tomar unas cañas) pero ella insistió y dimos con la escuela. Estaba cerrada pero tenía un cartel informativo de un curso que comenzaría en septiembre. Llamo y digo que me quiero apuntar. No sé cuántas veces llamé para confirmar porque no quería perder la oportunidad. Tiempo después sé que me recordaban con cariño como el gallego pesado que no paraba de llamar.
Mi padre, antes de
venirme, me dijo: “A ver Pabliño, yo si quieres te pago un máster pero esto de
la escuela de marginación...”. Allí conocí a gente que hoy sigue siendo muy
importante para mí. Y quién sabe, quizás si no fuera por ese libro escrito por
Enrique hoy no estaría compartiendo vida con vosotras en este proyecto de
vivienda colectiva. Grande Enrique y todo lo que transmitía”.
Quedan los libros,
las palabras, la forma de actuar. Queda la Borromeo, como denominan a ese lugar
las personas y colectivos que siguen construyendo ahí una forma de combatir las
injusticias
Yo no conocí personalmente a Enrique de Castro, pero escuché hablar de él en múltiples ocasiones y, como mucha otra gente que no pisa las iglesias, he estado en la parroquia de San Carlos Borromeo, en Vallecas, en reuniones y encuentros.
A veces aparece una
nostalgia o una tristeza extraña cuando muere alguien que no conociste. Quizás
viene de toparte con la certeza de que a ti no te pasará aprender con él sobre
marginación junto a las personas a las que aplasta y estruja esta forma de
organizar la vida. De saber que no irás a las asambleas de las Madres contra la
droga de los ochenta, ni a las misas participativas en las que la gente hablaba
de lo que le preocupaba y trataba de comprender por qué sus vidas eran tan
duras como piedras de río. No escucharás de primera mano las historias de
personas jóvenes enganchadas a la droga o que habían pasado por la cárcel y que
él acogía en su casa.
Pero quedan los
libros, las palabras, la forma de actuar. Queda la Borromeo, como denominan a
ese lugar las personas y colectivos que siguen construyendo ahí una forma de
combatir las injusticias.
Y quedan, sobre todo,
las vivencias que permanecen impregnadas en personas como mi amigo Pablo.
Vivencias que no solo forman parte de la memoria colectiva sino que son un
impulso para las movilizaciones que quedan por venir.
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