DE TAMAMES Y LA FALSA
REPRESENTACIÓN COMUNISTA
ARANTXA TIRADO
El protagonismo que está teniendo en los últimos días el exdirigente comunista, Ramón Tamames, a raíz de su posible candidatura a la moción de censura del partido ultraderechista Vox, pone sobre la mesa una gran paradoja: ¿cómo es posible que personas que alguna vez militaron, aunque fuera hace décadas, bajo las banderas de la emancipación humana se sumen, pasados los años, a posiciones reaccionarias que limitan derechos sociales existentes? ¿Puede alguien que luchó contra la dictadura franquista representar, cuatro décadas después, a sus herederos políticos? ¿Qué mecanismos mentales pueden llevar a alguien a realizar semejante viraje ideológico, comprometiendo la dignidad que le quedaba?
Quizás parte de la
respuesta la da el propio Tamames en una entrevista: “No éramos comunistas,
éramos personas que queríamos luchar por las libertades en época de Franco y
estuvimos en el PCE, que era el partido de lucha”. Es decir, Tamames, como
muchos otros que han transitado por un camino de renuncia y expiación similar,
entraron a militar en un partido no por lo que decían sus estatutos, ni por lo
que defendían ideológicamente sus líderes, sino por una elección, digamos,
posibilista. A pesar de eso, Tamames pasó más de dos décadas en el PCE y llegó
a formar parte de su Comité Ejecutivo. Si el franquismo no hubiera sido una
dictadura que murió matando, nos atreveríamos a decir que Tamames entró al PCE
porque era ‘la moda de la época’ entre cierta intelectualidad con aspiraciones
democráticas. Una intelectualidad que, no obstante, no tuvo ningún
inconveniente en ser alta funcionaria de un régimen tal. Pero si algo positivo
se puede extraer de estas declaraciones es que no dejan de ser un
reconocimiento indirecto al papel central de los comunistas en el combate
antifranquista.
Tamames no es el
único caso de antiguo comunista o socialista cuyas posiciones actuales lo
aproximan al conservadurismo o a la derecha más extrema. La generación que hizo
la Transición corriendo delante de los grises en los campus universitarios está
llena de casos semejantes. En cierta medida es lógico. En la España del
analfabetismo, con una Universidad donde sólo podían trabajar los afectos al
régimen, ellos eran los hijos díscolos de los vencedores de la guerra.
Constituían la élite de un país en el que, en 1968, año de las revueltas
estudiantiles mundiales, sólo un 2,75% de estudiantes universitarios eran hijos
de campesinos, obreros sin cualificar y personal de servicio. Hijas, ni
hablemos…
Se trataba de
jóvenes que, después del momento simbólico de rebeldía postadolescente,
sustituyeron el freudiano matar al padre por el menos problemático heredar del
padre, Estado incluido. Algunos lo hicieron de manera rápida; otros se tomaron
más tiempo y esperaron a la implosión de la Unión Soviética, pero la mayoría
acabó defendiendo los intereses de su clase social de origen asumiendo sus
posiciones ideológicas ‘naturales’ al mando del nuevo orden democrático.
Todo el mundo tiene
derecho a cambiar de opinión con el paso de los años, se argüirá. Cierto. Al
fin y al cabo, es algo que el sistema celebra con ese mantra conservador,
incorporado al sentido común anticomunista que nos legó el franquismo, que
ridiculiza a quienes siguen siendo comunistas después de cierta edad. Se
permite ser un poco radical, rojo o antisistema mientras se es joven. Son
pecados de juventud que se pueden perdonar, sobre todo cuando se trata de los
cachorros de la burguesía, a los que se les permite jugar a la revolución
mientras se asoman al mundo.
Ahora bien, cuando
llega la madurez, o la mejora de las condiciones individuales de vida, se
espera que se olviden esas ideas utópicas de igualdad y distribución equitativa
de la riqueza. Por eso molestan tanto a los defensores del capitalismo los
comunistas que lo siguen siendo de manera coherente también en su vejez. Tanto
como molestan quienes, viniendo de abajo, han hecho fortuna y a pesar de ello
mantienen un discurso de auténtica justicia social.
Sin embargo, la
problemática representación de las ideas comunistas no se puede achacar
solamente a cuestiones relacionadas con el origen de clase de quienes han
militado en el comunismo. Esto sería limitar el análisis, aunque la
insuficiente presencia de la clase obrera en las dirigencias de la izquierda, y
sus implicaciones políticas, es un debate fundamental que se debe abordar, como
ya alertaron Álvaro Cunhal o Manuel Sacristán hace años.
Hay otro elemento
de fondo que permite entender la facilidad con la que algunos pueden pasar de
un extremo a otro y que tiene expresiones preocupantes hoy, como es el
conservadurismo observable entre las filas de algunos autodenominados comunistas
que pululan por las redes sociales. Este es un fenómeno que trasciende clases
pero que se percibe entre sectores que se llaman a sí mismos obreristas como
reacción ante el reformismo o postmodernismo de la izquierda alternativa
hegemónica representada por Unidas Podemos o por otros comunistas no
“ortodoxos”.
Parapetados tras la
imprescindible reivindicación de los intereses de la clase obrera, o en
lecturas deformadas del pensamiento de Marx, asumen un discurso que retrotrae
al fascismo clásico. De hecho, algunos de ellos flirtean peligrosamente con el
falangismo o el neofascismo, tejiendo claras líneas de comunicación entre
ideologías que no podrían ser más dispares, tanto en sus orígenes como en sus
horizontes sociales. Un ejercicio de funambulismo que sólo es posible por el
reflujo ideológico de las últimas décadas, que ha convertido a los referentes
del pensamiento comunista en grandes desconocidos para la mayoría de los pocos
militantes, ignorando las conexiones de su obra con los debates actuales.
Hablamos del
rojipardismo, una corriente que no sólo existe en el Estado español, aunque
aquí tenga bastante prédica entre algunos extraviados comunistas.
Autodenominados comunistas que, curiosamente, no tienen inconveniente en
utilizar los mismos postulados que la ultraderecha para hablar de la Ley Trans,
de la inmigración o de la idea de España. Son quienes creen que si la izquierda
no logra mejores resultados en los barrios obreros es porque esta no ha asumido
el discurso de la derecha sobre los inmigrantes o la inseguridad. Unos
“comunistas” muy peculiares porque, en momentos de crisis y guerra, en lugar de
dar elementos a la clase obrera para construir un mundo con valores distintos a
los que sustentan la dominación capitalista, apuntalan el sistema con su
conservadurismo pseudo obrerista. Obviando, además, que las ideas que quieren
imputar a la clase obrera son, en realidad, las ideas de la clase dominante
asumidas, muchas veces, a través del bombardeo mediático y los prejuicios. Sin
duda, para que se pueda transformar la sociedad la clase obrera se tiene que
movilizar, pero no en la dirección en que la clase dominante quiere, sino
recuperando el papel de vanguardia antagonista que tuvo históricamente la clase
trabajadora.
Por tanto, que un
señor como Tamames, que dejó de ser comunista hace décadas, si es que alguna
vez lo fue, se preste a manchar sus años de militancia comunista haciéndole el
caldo gordo a la derecha es poco preocupante. Deberíamos analizar por qué una
generación de jóvenes críticos, insatisfechos con el capitalismo y con ansias
de conocimiento, formados en los debates de las redes sociales están, en la
actualidad, defendiendo ideas reaccionarias bajo la etiqueta del comunismo.
Puede que este sea un debate marginal y minoritario, pero muestra una confusión
ideológica enorme. Es tarea de aquellos que se consideran comunistas, y todavía
sostienen la bandera de la emancipación de todos los seres humanos por igual,
no permitir que, de ninguna manera, unas poderosas ideas de transformación social
sean mancilladas por quienes en realidad ya están en las filas de la
ultraderecha.
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