PABLO CASADO EN LA CUNETA
La
historia del líder de la derecha española asesinado políticamente por tratar de
investigar un caso interno de corrupción es la historia de una gran prensa que
demostró ser el alma de este juego sucio
GERARDO TECÉ
Pablo
Casado, durante la entrevista con Carlos
Herrera, el 18 de febrero.
La derecha española, siempre reacia a afrontar sus crímenes, sufre estos días las tímidas conmemoraciones del aniversario de Pablo Casado frente al pelotón de fusilamiento. No hay que reabrir heridas, toca mirar al futuro, es lo que quieren los españoles, declara estos días la que entonces era portavoz del PP –muy bien, Pablo– y hoy –muy bien, Alberto– aún sigue siéndolo. Cuando les preguntan por el cumpleaños del muerto, Feijóo, Gamarra y compañía tiran de una fórmula mil veces puesta en práctica en estos casos por la derecha de este país: decretar olvido. No remuevan ustedes esa cuneta, es por el bien de España.
Un año después,
nada queda del que fuera líder de la derecha española, salvo un fantasmagórico
tuit que, recuperado por la izquierda, recorre de vez en cuando las redes
sociales recordándonos su asesinato: “La cuestión es si es entendible que,
cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermana y
recibir 286.000€ de beneficio por vender mascarillas”. “En esta curva me maté
yo”, dice el fantasma cuando se aparece. Es irónico que sea esa izquierda de la
que el joven Casado se mofaba ridiculizando su defensa de la memoria quien
recupere la suya del olvido. Desde el momento mismo de su ajusticiamiento,
Casado quedó para siempre reducido a un señor de Palencia que una vez estuvo en
política y luego, por vicisitudes de la vida, se pasó al sector privado. Que lo
suyo fue un asesinato coral y coordinado lo demuestra que del golpe no solo
participaron quienes lo odiaban dentro de su partido, ni quienes acariciaban su
hombro con una mano mientras con la otra agarraban el cuchillo: sobre todo lo
mataron los medios que de un día para otro guardaron silencio como si nada hubiese
ocurrido. De haber sucedido en otro espacio político el festival hubiese sido
interminable.
Un año más tarde,
poco o nada sabemos de aquel hombre chillón que aseguraba estar listo para
salvar a un país de los peligros del socialcomunismo y que cometió el error de
pensar que podía ir de policía en un partido construido sobre los cimientos de
la mafia. A quién se le ocurre. Casado, criado en la teta del mismo poder que
lo mató, sabe bien que, por injusto que fuese su final, le toca guardar
silencio y agachar la cabeza si quiere seguir formando parte de un mundo de
intereses económicos y poder empresarial que acoge a derrotados sumisos, pero
nunca a rebeldes. Por eso le va bien. Un fondo de inversión en defensa le dio
cobijo, sueldo y estatus a cambio de lo que le quede de agenda de contactos. Su
fiel escudero, Teodoro García Egea, decepcionando a quienes daban por hecho que
tras el fatal desenlace se centraría en su carrera como lanzador de huesos de
aceituna, decidió como Casado clavar la vista en el suelo y aceptar de su
partido la Comisión de Seguridad Vial en el Congreso presidida por su cabeza
disecada. “Para accidente vial, el mío”, podría bromear en la Comisión si su
sueldo no dependiese de su silencio.
La historia del
líder de la derecha española asesinado políticamente por tratar de investigar
un caso interno de corrupción no es ya la historia de Pablo Casado, sino la de
la democracia española. Es la historia de cómo millones de ciudadanos asumieron
y celebraron que el pelotazo familiar y la corrupción se impusiesen. Es la
historia de una gran prensa que demostró ser el alma de este juego sucio,
acosando primero y sepultando al muerto en estricto silencio después. Mientras
sujetar a un bebé durante un mitin ocupó meses de portadas, nadie ha visto aún
el rostro del hermanísimo. No es la historia del final político de Pablo
Casado, es la historia de una democracia enferma.
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