viernes, 10 de febrero de 2023

LOS HOMBRES DE SIEMPRE

 

LOS HOMBRES DE SIEMPRE

De la misma manera que algunos animales eran ‘más iguales’ que otros, los individuos que ocupan el sillón del privilegio económico y social desde su nacimiento lo ven como un don que les corresponde por derecho natural

ANA BIBANG

Fotograma de la película de animación Animal

farm (Halas y Batchelor, 1954).

El concepto de masculinidad se encuentra en pleno proceso de revisión, guste o no. Así están las cosas. Bien es cierto que los tiempos están cambiando rápidamente y el macho alfa anda igual de desorientado y torpe que un elefante en una cacharrería. Pero nadie dijo que la vida iba a ser fácil, las mujeres lo sabemos bien. Y eso que una servidora, como mujer cisgénero heterosexual, vive en el conflicto continuo que le provoca la atracción física por el macho alfa, en contraposición con su ideario progresista y afrofeminista en lucha contra el patriarcado. No crean que es un tema menor debatirse entre las bajas pasiones y los altos ideales, pero eso ya es harina de otro costal, que estamos en CTXT y toca ponerse seria. O al menos intentarlo.

 

Para entendernos, el macho alfa no es otra cosa que el “hombre de toda la vida”, el que, siendo consciente o no, ha contado con el viento a favor del sistema que gobierna nuestras vidas por el mero hecho de nacer con genitalidad masculina y adecuarse socialmente a ella. Sin más.

 

Huelga decir, pero siempre toca repetirlo, que existen diferentes categorías de hombres de toda la vida y sería injusto no mencionar a los que intentan adaptar su masculinidad clásica a los nuevos tiempos y revisan los planteamientos aprendidos desde la infancia. Que tampoco es una categoría olímpica; a quien más, a quien menos, por unas u otras razones, le ha tocado “renovarse o morir”, pero cuando una expone este argumento siempre se oye el “¡pero no todos!” (léase con tono de indignación y llantina).

 

 

 

Sin embargo, quiero centrarme en la que para mí es la categoría reina, imbatible hoy en día: la de los “hombres de siempre”. La primera vez que escuché el concepto de “los hombres de siempre” fue en el marco de una serie de ficción, y era la forma en la que un recién elegido diputado parlamentario, de origen muy humilde pero con un patrimonio millonario amasado al margen de la ley, se refería al resto de diputados que se sublevaron ante la posibilidad de que un hombre de esa condición tomara posesión de un escaño en un país latinoamericano. Para evitarlo utilizaron todos los medios a su alcance y, efectivamente, lo consiguieron.

 

Aquellos diputados eran “hombres de siempre”, descendientes de dinastías dedicadas a la política y las finanzas durante generaciones, que han ocupado el sillón del privilegio económico y social desde su nacimiento y casi desde su condición de nasciturus, de una forma tan endogámica y normalizada que el privilegio y el ejercicio del poder se convierten en algo habitual. Y hasta diría que, en fases avanzadas, lo acaban entendiendo como un don que les corresponde por derecho natural. Es así y ya. No se revisa ni se cuestiona el fondo ni la forma de los hombres de siempre, aunque sean igual o más corruptos que aquel humilde parlamentario.

 

Pero ya que vivimos tiempos de revisión, no estaría de más aplicarla a “los hombres de siempre”. Algunos se nos presentan como abnegados servidores públicos entregados a trabajar sin descanso por y para la prosperidad del país y luego nos toca presenciar las estrategias financieras avanzadas que desarrollan para no contribuir al erario público de la España que tanto les duele. Todo por la patria, pero sin la patria.

 

Ni que decir tiene que si la patria no duele tanto cuando toca rascarse el bolsillo, el dolor desaparece por completo cuando toca cumplir con los derechos de quienes realmente la sustentan, los trabajadores. Debe ser que los trabajadores precarizados o sumidos en la economía sumergida no son patria y, mucho menos, si están organizados legítimamente para defender lo que les corresponde y en la forma en la que los “hombres de siempre” les consideran contrincantes: los sindicatos.

 

Y ya metidos en faena, también vendría bien echar un vistazo a esa concepción tan cosificadora como condescendiente que los “hombres de siempre” tienen de la figura de la mujer, a la que definen con frases como “la mujer es lo más bonito que hay”. Esto llama especialmente la atención, cuando los mismos que declaran esa admiración hacia lo femenino profieren ataques intolerables contra la ministra Irene Montero por su condición de mujer y hasta de cónyuge, aprovechando el embrutecimiento que retroalimenta la camada y ofreciéndonos un espectáculo bochornoso

 

Queda claro que las mujeres como la ministra Montero son la encarnación suprema de la figura más temida y objeto de ataque por los hombres de siempre: las feministas. Las mujeres son lo más bonito que hay desde su construcción medida, controlada y ajustada a la masculinidad. Tanto es así que siguen diciéndonos cómo vivir, concebir, parir y hasta se atreven a negar las violencias que sufren nuestros cuerpos, que no les pertenecen. No vaya a ser que nos empoderemos de verdad, de forma material, y se nos ocurra aplicarles la misma vara de medir. Qué cosas.

 

No les digo nada si lo más bonito que hay es una mujer racializada, porque entonces al control, la condescendencia y la cosificación se unen la hipersexualización y la discriminación de la que son objeto las mujeres de la comunidad a la que pertenezco y represento.

 

Así las cosas, queda por delante mucho trabajo de revisión, porque los hombres de siempre tienen largo recorrido y un asentamiento profundo. Ya nos lo anticipaba Orwell en Rebelión en la granja: todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.

 

Servidora tiene enfrente a los más iguales, de siempre.

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