LOS HOMBRES DE SIEMPRE
De la misma
manera que algunos animales eran ‘más iguales’ que otros, los individuos que
ocupan el sillón del privilegio económico y social desde su nacimiento lo ven
como un don que les corresponde por derecho natural
ANA BIBANG
Fotograma
de la película de animación Animal
farm (Halas y Batchelor, 1954).
El concepto de masculinidad se encuentra en pleno proceso de revisión, guste o no. Así están las cosas. Bien es cierto que los tiempos están cambiando rápidamente y el macho alfa anda igual de desorientado y torpe que un elefante en una cacharrería. Pero nadie dijo que la vida iba a ser fácil, las mujeres lo sabemos bien. Y eso que una servidora, como mujer cisgénero heterosexual, vive en el conflicto continuo que le provoca la atracción física por el macho alfa, en contraposición con su ideario progresista y afrofeminista en lucha contra el patriarcado. No crean que es un tema menor debatirse entre las bajas pasiones y los altos ideales, pero eso ya es harina de otro costal, que estamos en CTXT y toca ponerse seria. O al menos intentarlo.
Para entendernos,
el macho alfa no es otra cosa que el “hombre de toda la vida”, el que, siendo
consciente o no, ha contado con el viento a favor del sistema que gobierna
nuestras vidas por el mero hecho de nacer con genitalidad masculina y adecuarse
socialmente a ella. Sin más.
Huelga decir, pero
siempre toca repetirlo, que existen diferentes categorías de hombres de toda la
vida y sería injusto no mencionar a los que intentan adaptar su masculinidad
clásica a los nuevos tiempos y revisan los planteamientos aprendidos desde la
infancia. Que tampoco es una categoría olímpica; a quien más, a quien menos,
por unas u otras razones, le ha tocado “renovarse o morir”, pero cuando una
expone este argumento siempre se oye el “¡pero no todos!” (léase con tono de
indignación y llantina).
Sin embargo, quiero
centrarme en la que para mí es la categoría reina, imbatible hoy en día: la de
los “hombres de siempre”. La primera vez que escuché el concepto de “los
hombres de siempre” fue en el marco de una serie de ficción, y era la forma en
la que un recién elegido diputado parlamentario, de origen muy humilde pero con
un patrimonio millonario amasado al margen de la ley, se refería al resto de
diputados que se sublevaron ante la posibilidad de que un hombre de esa
condición tomara posesión de un escaño en un país latinoamericano. Para
evitarlo utilizaron todos los medios a su alcance y, efectivamente, lo
consiguieron.
Aquellos diputados
eran “hombres de siempre”, descendientes de dinastías dedicadas a la política y
las finanzas durante generaciones, que han ocupado el sillón del privilegio
económico y social desde su nacimiento y casi desde su condición de nasciturus,
de una forma tan endogámica y normalizada que el privilegio y el ejercicio del
poder se convierten en algo habitual. Y hasta diría que, en fases avanzadas, lo
acaban entendiendo como un don que les corresponde por derecho natural. Es así
y ya. No se revisa ni se cuestiona el fondo ni la forma de los hombres de
siempre, aunque sean igual o más corruptos que aquel humilde parlamentario.
Pero ya que vivimos
tiempos de revisión, no estaría de más aplicarla a “los hombres de siempre”.
Algunos se nos presentan como abnegados servidores públicos entregados a
trabajar sin descanso por y para la prosperidad del país y luego nos toca
presenciar las estrategias financieras avanzadas que desarrollan para no
contribuir al erario público de la España que tanto les duele. Todo por la
patria, pero sin la patria.
Ni que decir tiene
que si la patria no duele tanto cuando toca rascarse el bolsillo, el dolor
desaparece por completo cuando toca cumplir con los derechos de quienes
realmente la sustentan, los trabajadores. Debe ser que los trabajadores
precarizados o sumidos en la economía sumergida no son patria y, mucho menos,
si están organizados legítimamente para defender lo que les corresponde y en la
forma en la que los “hombres de siempre” les consideran contrincantes: los
sindicatos.
Y ya metidos en
faena, también vendría bien echar un vistazo a esa concepción tan cosificadora
como condescendiente que los “hombres de siempre” tienen de la figura de la
mujer, a la que definen con frases como “la mujer es lo más bonito que hay”.
Esto llama especialmente la atención, cuando los mismos que declaran esa
admiración hacia lo femenino profieren ataques intolerables contra la ministra
Irene Montero por su condición de mujer y hasta de cónyuge, aprovechando el
embrutecimiento que retroalimenta la camada y ofreciéndonos un espectáculo
bochornoso
Queda claro que las
mujeres como la ministra Montero son la encarnación suprema de la figura más
temida y objeto de ataque por los hombres de siempre: las feministas. Las
mujeres son lo más bonito que hay desde su construcción medida, controlada y
ajustada a la masculinidad. Tanto es así que siguen diciéndonos cómo vivir,
concebir, parir y hasta se atreven a negar las violencias que sufren nuestros
cuerpos, que no les pertenecen. No vaya a ser que nos empoderemos de verdad, de
forma material, y se nos ocurra aplicarles la misma vara de medir. Qué cosas.
No les digo nada si
lo más bonito que hay es una mujer racializada, porque entonces al control, la
condescendencia y la cosificación se unen la hipersexualización y la
discriminación de la que son objeto las mujeres de la comunidad a la que
pertenezco y represento.
Así las cosas,
queda por delante mucho trabajo de revisión, porque los hombres de siempre
tienen largo recorrido y un asentamiento profundo. Ya nos lo anticipaba Orwell
en Rebelión en la granja: todos los animales son iguales, pero algunos animales
son más iguales que otros.
Servidora tiene
enfrente a los más iguales, de siempre.
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