Teatro Campesino, dignidad histórica
de Víctor Zavala
POR MAITÉ CAMPILLO
Un pueblo que no conoce su pasado, ni el de los países hermanos carece de referencias para entender su presente y sus perspectivas. Hablamos al margen de los dogmas. El dogma niega a la experiencia es especulación e incapaz de entender nada. Conocer la realidad es un requisito para transformarla.
Por Danilo Sánchez Lihón (2 de abril de 2011)
Hoy, 27 de marzo del año 2011, Día Mundial del Teatro, decido visitar en el penal Miguel Castro Castro, que es una de las temibles prisiones del Perú, ubicada en el extremo este, en donde termina el tablazo de Lima y comienzan los cerros inhiestos de roca, cascajo y neblina, a Víctor Zavala, un hombre de teatro, dramaturgo, actor, profesor universitario y artista legendario, quien desde hace veinte años sufre prisión continua, como preso político. Hacerlo es como tocar una fibra honda y herida, triste y a la vez apasionada, de lo que es el Perú dulce y cruel. Es sentir en carne viva el drama y la aventura del anhelo de forjar un Perú distinto, con impaciencia y descalabro, con indignación sacrosanta de sublevarse ante tanta miseria y ante tanto
miserable. Mientras
llego en el ómnibus por calles polvorientas, recuerdo la espectacular y admirada
puesta en escena de su obra “El gallo”, por el director teatral Hernando
Cortés, en un escenario emblemático y central como el de La Cabaña, allá por la
mitad de los años 60. Víctor Zavala realizó la proeza que en el escenario antes
reservado para la alta aristocracia de las letras limeñas, que tiene sus aires,
sus gestos y sus bucles, que selecciona con sutil refinamiento sus temas y
hasta los moños de la gente, ahora lo veamos inundado de ponchos, chullos y
lampas. Y del modo de hablar, candoroso y jocundo, de la gente del ande, de
peones, labriegos y cargadores de bultos también con su dejo, una homérica
popular pisando firme en las tablas, antes reservadas para lo áureo, nobiliario
y que supiera a blasonado. ¿Qué portento ha ocurrido para que de la noche a la
mañana esto cambiara? Con obras en donde los campesinos eran inicialmente
maltratados, pero pronto terminaban reivindicando sus derechos, venciendo,
aporreando a sus verdugos y avizorando la aurora para un país victorioso que
inauguraba un tiempo nuevo de justicia e igualdad. Esta proeza se debía a un
hombre que puso calidad en el teatro y que impuso una óptica y una propuesta
ideológica distinta. Logró darle a la escena peruana de la década del 70 y 80,
una fisonomía como no se había visto nunca antes: hacer que las grandes salas,
los grandes actores y los grupos de teatro atildados, profesionales y galantes
hicieran teatro campesino. Una hazaña y un territorio liberado sin que se
hubiera disparado una sola bala ni que hubiera bajas entre muertos y heridos.
Alguna vez lo vi
fugazmente acompañado de Luis Figueroa en el bar El Palermo, en otra ocasión
acompañado de dos hermosas damas, de hermoso color capulí, y ojos arrobados.
Hasta en eso era distinto. Era un artista de éxito, consagrado y quien ya podía
vivir de prebendas y halagos, si lo hubiera querido. Podría haberse convertido
en un señorito, o en un señorón; en áulico del poder, medrando agazapado en las
academias o en los mostradores de los medios de comunicación. Tenía para eso
condiciones y estampa, que no lo tienen otros que sin embargo no han tenido
escrúpulos para allegarse y ser rastreros. Él prefirió otros caminos, abruptos,
peligrosos y hasta mortales. Eso sí, me conmueve el sacrificio de una obra de
arte que pudo ser más amplia, contundente y transformadora para el Perú de
base. Me conmueve ¡veinte años en prisión! Me conmueve el drama de una familia:
esposa, hijos, nietos, que sin duda toda su vida han visto a su padre o ubicado
a su ser querido en una prisión. Me conmueve esa dimensión de leyenda que él
tiene. Me conmueve y fortalece su coherencia, su tajancia y su renuncia. Porque
todo su teatro arribaba al resultado que él ahora padece y este ser consecuente
emociona. Y me resulta increíble pensar que en estos tiempos haya escritores
que sufren cárcel, desde hace veinte años. Creía ingenuamente que eso ocurría
en épocas bárbaras, oscuras y primitivas, en que se encarcelaba a los
escritores y artistas y se les hacía sufrir mil calamidades. Pensaba que eso
ocurrió pero en épocas arcaicas y remotas. Pero heme aquí ya conversando con
él, en la biblioteca del pabellón 2A del penal de máxima seguridad del estado,
el Miguel Castro Castro. Encuentro en él a un ser dulce, humano, cordial, claro
en sus ideas, sin cortapisas ni ambages. Encuentro en él a un ser convicto y
confeso no de crímenes sino de ideas. Encuentro en él a un ser convencido, que
piensa que si la vida hay que sacrificarla por las causas justas del pueblo, he
ahí la inmolación. He aquí un ser cabal y un hombre íntegro.
ENTREVISTA
Víctor, ¿hace qué
tiempo sufres prisión?
Primero fue un año,
de 1987 a 1988, para después volver a ingresar el año 1991 hasta ahora, que es
veinte años continuos, que sumados hacen 21. Antes estuve en el penal de
Yanamayo, a 3.800 metros de altitud, que es una cárcel gélida e inhumana en el
departamento de Puno. ¿Y, cómo te sientes? De acuerdo al diagnóstico, acerca
del estado de mi salud, debería estar postrado, sin levantarme de la cama.
Padezco de diverticulitis al colon, que es previo al cáncer. En su estado
actual es una enfermedad feroz y agobiante, con la cual la vida se torna en una
pesadilla y en un desastre, porque postra y limita. Debieran operarme, pero
entiendo que el propósito es matarme, no recibiendo la atención médica debida.
Y, de otro lado, padezco de los ojos; con uno puedo ver un 50 por ciento y con
el otro peor, veo apenas la cuarta parte y que esta dolencia también está
pendiente de operación. Sin los ojos no puedo leer ni escribir que es lo que
más me apena. ¿Y la parte anímica, Víctor? Firme, sólido, invencible. Sé que la
vida es un proceso que abarca nacer, crecer y morir. Eso lo entiendo. Todo es
una evolución. En estos veinte años, estando aquí preso, sintiendo la
injusticia y la impotencia, ¿has llorado? Jamás. Yo estoy de pie, incólume.
Nada me ha vencido, nada me ha doblegado. Estoy enfermo, es cierto, pero esa es
la naturaleza de la vida, siendo la intención de mis captores, y de quienes
quieren que yo sufra, la de matarme de ese modo, dejando que la enfermedad
melle mi cuerpo. Pero mi espíritu es luchar.
¿Te sientes
culpable de algo?
De nada. Yo no
inventé la pobreza ni la miseria de mi país. Yo las encontré aquí arraigadas
desde hace siglos. Lo que no puedo ser es insensible ni indiferente a ella. He
escrito y he denunciado la explotación del hombre por el hombre y los abusos,
aspirando un mundo mejor para mi pueblo. No soy un desquiciado. Lo son aquellos
que piensan que la miseria es normal, que hay que convivir con ella. Que a unos
les ha tocado ser pordioseros y víctimas y a otros adinerados y victimarios.
Quien piensa distinto a ese modelo no es ni loco, ni extremista ni un ser
delirante o desquiciado. El que se rebela contra la pobreza atroz e infame es
más bien un ser moral. Mi teatro y mi arte no podían ser indiferentes a este
hecho. ¿No sientes, acaso, que has sacrificado tu vida, tu arte, tu familia,
tus amigos y toda tu realización personal? Si debo pagar con mi vida, y con
otras exigencias y abnegaciones esta protesta y posición, está bien, entonces
pago esa cuota y sacrificio. Y lo dejo como herencia esta oblación a las nuevas
generaciones. ¿Qué se te imputa? Crímenes que jamás he cometido. Me dieron pena
como dirigente máximo. Y cuando a alguien se le coloca en ese nivel, ya no se
le juzga sino que solo ya se le condena. Y simplemente se le hace cargo de
todo, achacándole lo mínimo y lo mayúsculo. Por eso yo no he sido juzgado sino
simplemente condenado. Estar en la cárcel, teniendo tanto qué hacer, es una
condición que debe ser explosiva. ¿Es así? Jamás he lanzado un quejido ni menos
me he retractado de sentir y pensar como siento y pienso, ni mucho menos me he
arrepentido de nada.
¿Qué es para ti el
Perú, Víctor?
El Perú es una
propuesta a cumplir, un desafío. Es un país convulso, hermoso y formidable, que
tiene que reencontrar su porvenir y su grandeza. En cualquier momento el Perú
volverá a ser magnífico, en la medida en que haya organización de las masas y
conciencia social en el pueblo que se desarrolle en el contexto de nuestra
cultura, que es pujante y asombrosa. ¿Y la actual situación, que te parece?
Esto va a cambiar. Mi visión del Perú es una visión del futuro. Hay fuerzas
ocultas que anuncian grandes cambios y transformaciones. Los sucesos de Bagua y
Moquegua así lo atestiguan y nos dan muestra de una nueva conciencia en
sectores que antes no se hubiera imaginado que lo tuvieran, como las
comunidades nativas. ¿De dónde han extraído esas lecciones? Esto va a cambiar,
tiene que cambiar. Ya lo vemos que está cambiando, cuando las poblaciones salen
al frente a defender sus tierras, el agua de sus acequias y sus derechos en
general. ¿Cómo nació tu afición por la literatura?
En mi comunidad,
libro que encontraba era libro que leía, devoraba todo. Texto que cayera en mis
manos lo asimilaba. Mi hermano que ya estudiaba en Lima me envió “La madre”, de
Máximo Gorki, que me fascinó tanto que lo leí varias veces, y me dio un rumbo
muy claro para lo que yo quería hacer y escribir. Y ¿lo primero que escribiste?
Fue una obra de teatro escolar, que era una recreación del cuento Paco Yunque
de César Vallejo. Se presenta a un maestro leyendo a sus niños aquel relato,
pero ahí en su clase están todos los personajes del cuento: Humberto Grieve,
Paco Fariña, todos. Al final de la lectura Paco Yunque rompe a llorar
inconsolable, sollozando de sentimiento, pero todos lo consuelan y lo alientan,
diciéndole: ¡No llores Paco Yunque! Es una obra muy simple, pero a la vez muy
enternecedora. Es como imaginar todo lo ocurrido en el Perú, que alguien nos lo
cuente, vernos involucrados en ello, llorar y que alguien nos consuele.
Y ¿cuál crees que
es la razón para que el teatro campesino que tú propusiste, creaste y le diste
camino, haya tenido tanto impacto e influencia?
En él se juntaban
muchos factores. Por ejemplo, en aquel tiempo el teatro era un discurso hacia
adentro, un alegato más bien psicológico. El teatro campesino en cambio es un
discurso hacia afuera, hacia el problema social. Todo sale de adentro hacia
afuera. Borramos la idea de escenario, de local y de tabladillo. Al final lo
presentamos en la calle, en el suelo, en el llano; a veces en una hondonada,
con los campesinos alrededor, sentados en los cerros, haciendo nosotros varias
funciones al día, pero los de la primera función no se querían mover y veían la
segunda y la tercera vez, causando aglomeraciones. Fue época de muchas salidas
a provincias. Mi obra “La yunta”, por ejemplo se estrenó en las alturas del
centro del Perú. Y nos dimos el lujo de citar mediante boletines de prensa, que
publicaron los periódicos, a su estreno en Ahuac, en Huancayo. Como es lógico
nadie llegó, salvo Jorge Acuña que la hora en que salíamos a actuar entró
gritando: “Aquí estoy, ah” “Aquí estoy, ah” “¡Que conste que he venido desde
Lima, ah!”. Tuvo que trepar la cordillera de los andes para asistir al estreno
de la obra. Marcó mucho, ¿no es cierto? Habían tantos grupos de teatro
campesino que se creó una Federación Nacional de Teatro Popular y que era en
realidad de Teatro Campesino. En el Festival de Teatro del año 1981 en Cerro de
Pasco, de treinta grupos, 18 eran de teatro campesino, tanto que un
comentarista del exterior dijo: “¿Tanto poncho y tanto chullo en el teatro
peruano?”
Ahora, ¿a qué te
dedicas?
A escribir y leer,
aunque ahora seriamente limitado por este problema de los ojos, sin que pueda
hacerlo como antes. He escrito mucho. Tengo obras por publicar. Tengo ahora una
visión panorámica de muchos hechos y cosas. Y la familia, ¿bien? Toda mi
familia está íntegra, indemne e indestructible. Y esto ocurre cuando los
motivos por los cuales se sufre cárcel son de conciencia. En un preso común la
familia acaba el día en que se entra a la cárcel. Lo sé porque converso con
gente de otros pabellones. En un preso político, como yo, la familia permanece
fiel e intachable. Por ejemplo, estando en Yanamayo, que es puna, con un frío
gélido, y para llegar al cual hay que hacer un viaje de varios días, hasta ahí
sin embargo iba a verme mi familia, cuando la visita duraba únicamente treinta
minutos. ¿Sufriste escaseces y privaciones en tu infancia? Yo me rebelo no por
haber sufrido privaciones sino por ver sufrir a los demás. Yo soy de extracción
campesina, pero de comunidad y de condición media. Mi padre tenía tierra y
toros para arar los campos, lo cual otorga una posición. El único resentimiento
que guardo es que nos castigaba a sus hijos como un gamonal a sus peones, hasta
un día en que mi madre, que era dulce y pequeña, se le cuadró y él retrocedió.
Pero cuando voy a trabajar a Huamanga, a dirigir el teatro de la universidad,
salíamos todos los fines de semana a la parte rural y ahí veía cuadros
desgarradores de miseria extrema. En una de esas tantas ocasiones encontramos
en plena puna una covacha donde vivía un campesino con sus cuatro hijas,
enfermas todas de tuberculosis. La madre había muerto escupiendo sangre y todos
ellos también estaban afectados y lo hacían, tanto que parecían cadáveres. Sin
embargo, porque así es el campesino, nos ofrecieron su comida. Nadie aceptó,
por su puesto. Pero, yo sí. ¿Qué era? Agua con unas cebadas flotando, con una
pizca de sal, su comida de todo el día. Prácticamente nada. Ni una papa, ni un
maíz. Yo cogí el plato que me sirvieron y lo devoré, como un juramento, como
una promesa, como una inmolación. Era como morir, ir directo al hospital o al
panteón. Fue mi elección. Pero estaba con ellos, asumiendo y compartiendo su
destino.
PROPUESTA.
En el momento de
despedirnos Víctor quiere acompañarme hasta la puerta final del pabellón, y así
lo hace. Me presenta a todo compañero que encuentra a su paso. Y me conmueve la
deferencia y el respeto con que me trata, su cariño y su distinción. Porque, yo
me digo: ¿quién soy para una persona como él, que lleva veinte años preso? Ya
afuera, siento para mí este día como decisivo y memorable. Y se me hace muy
nítido que la literatura no solo son textos, sino las imágenes fascinantes y
legendarias de la vida de los autores. Para apreciarlo basta sintonizar con
algunos pasajes del acontecer vital de César Vallejo, José María Arguedas, Ciro
Alegría, José Carlos Mariátegui, vidas de titanes y gladiadores de fábula.
Respecto a la trayectoria de Víctor Zavala Cataño la encuentro solo comparable
a la vida de Guamán Poma, aquel indio lacuaz, irredento, quien nació el año en
que los españoles ingresaban al Perú, perdió toda su hacienda por escribir con
su sangre una denuncia, arriesgando su posición por su afán justiciero, que le
deparó ser perseguido, encarcelado y finalmente olvidado. Encuentro en él la
misma pasión, la misma pertinacia y el mismo delirio en cuanto a su adhesión a
los desposeídos, a su proeza creativa, al sacrificio de su vida y a su aureola
mítica. Solo falta una página por agregar en esta vida legendaria. Y es: que
salga libre por acción de quienes desde el arte, las humanidades y el civismo,
podemos solidarizarnos con la gestión, el reclamo y el compromiso que pongamos
en ello. Para que quede en la historia que el pueblo organizado pudo romperle
sus cadenas, en honor al teatro que hizo o hace, a la obra grandiosa que
alcanzó a realizar, no solo por la calidad inmensa que tiene como documento
estético, sino por su autenticidad, su repercusión y su moral profunda. Hagamos
que las generaciones nuevas y las del futuro, con las páginas que él ha escrito
en su obra y en su vida, se llenen de orgullo y fortaleza. Y que sepan que es
designio de los escritores no poder callar. Que escriben, declaran, proclaman.
Y en eso su vida entra en peligro y corren riesgos y padecen cárcel. Pero qué
hermoso es ver la coherencia entre lo que se escribe y se paga con la vida;
considerando que los escritores son francotiradores del verbo, de la palabra y
de las ideas, no de balas, ni de bombas ni de morteros. No es su ejercicio ni
dominio las mortíferas armas de guerra, sino aquellas que crean vida y abren
nuevos horizontes como él los ha abierto.
Como movimientos
culturales, como intelectualidad alerta, como generación histórica sensible y
consciente, breguemos porque salga a curarse, a concluir y consolidar la gran
obra de teatro campesino, legado y patrimonio del Perú eterno, en el cual está
agregando a la calidad estilística el ejemplo de ser consecuente, al
solidarizarse con lo más dolido y sufrido del Perú. Porque hay algo más que ser
célebres y es ser hombres de conciencia; hay algo más que los éxitos y son los
principios; y hay algo más que la calidad literaria y es ser coherentes con una
realidad dramática como es el Perú. Y todo esto es pedagógico, educativo y
formativo de conciencia social. Quedará en las páginas indelebles del Perú que
el autor del teatro campesino sea liberado. Y, a la inversa, quedará como un
baldón y un bochorno que él fenezca y no hicimos nada por defenderlo. Porque de
lo que sí estoy seguro es que él quedará como una página proverbial, como el
paradigma de un escritor encarcelado por sus ideas. Y que todo esto lo sufrió
por ser fiel al pueblo, a aquel Perú pendiente por redimir, el de los pobres y
desposeídos, siendo su coherencia un valor nacional que la sociedad del futuro
lo sabrá reconocer.
Penal Miguel Castro
Castro, 2 de septiembre del 2013 Lima-Perú: “Actualmente cuento con 81 años y
continúo en prisión, sin derecho a ningún beneficio; debo salir en teoría en el
2016, si no me inventan otros procesos, como el reciente caso Soras, un plan
político reaccionario para impedir la libertad de quienes han cumplido condena.
Fui detenido en dos ocasiones por la policía política del Estado peruano,
llamada DINCOTE. La primera vez el 5 de mayo de 1987, sin orden judicial ni
requisitoria alguna, permaneciendo recluido durante diez meses ilegalmente, y
la segunda vez, el 22 de junio de 1991, siendo recluido en el Penal, “Castro
Castro”, donde he sido víctima y uno de los sobrevivientes del alevoso asalto
genocida perpetrado por la dictadura fujimorista los días 6, 7, 8 y 9 de mayo
de 1992, como parte de la política genocida del Estado peruano contra la guerra
popular y el pueblo. En esa ocasión, por directivas de la dictadura
fujimorista, me buscaron para ejecutarme extrajudicialmente como lo hicieron
con muchos de los 50 prisioneros vilmente asesinados, salvándome solo por azar
al no haber sido reconocido por los verdugos ejecutores. Sobre este caso existe
una Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Caso “Canto
Grande 92”) que responsabiliza al Estado peruano, la que hasta hoy se rehúsa a
cumplir perjudicando a más de 500 prisioneros o ex-prisioneros políticos y sus
familiares. El 5 de junio 1992 me trasladan al penal de Yanamayo en Puno,
concebido como prisión de tortura, ubicado a más de 3.800 metros de altura,
sometido a un monstruoso régimen carcelario buscando reducirme a la condición
de subhumano, privándome de toda relación social, aislándome especialmente de
mis familiares para mantenerme en indefensión. En 1996 soy condenado por jueces
“sin rostro” a 20 años de pena privativa de libertad. Muchos prisioneros han
muerto en abandono y sin atención (….)”.
“¡Ahí está la
negra!” –avisó uno de los policías al comprobar que entre las reclusas que
salían con los brazos en alto se encontraba la inconfundible Janet Talavera
Sánchez. Habían decidido rendirse luego de dos días de resistencia inútil pues
el ataque policial era inclemente. “¡Salgan, no les pasará nada!” gritan los
policías. Comienzan asomar sus pelos desgreñados envueltos entre la densa humareda
y sus cuerpos sucios deshumanizándolas, penetran por los escombros del enorme
hueco por las bombas que habían hecho en la pared del pabellón 4B, varias
mujeres asoman pasando sobre cadáveres de compañeros de reclusión, gritan con
desesperación: “¡No disparen, no disparen!”. Tratan de hacerse oír en medio del
estruendo que provocan los proyectiles Instalaza perforando las paredes, pero
los policías, tenían órdenes precisas. Uno de los francotiradores que estaban
en los techos de los pabellones vecinos apunta con precisión disparando una
sola vez, fue suficiente, para que Janet se desplomara con una enorme herida en
el pecho mientras las demás lograban salir. Así murió, asesinada, la última
directora del periódico “El Diario”, Janet Talavera Sánchez que purgaba pena de
cárcel por el delito de apología del terrorismo. Junto con ella fueron
asesinados decenas de presos en la brutal matanza perpetrada por el gobierno de
Alberto Fujimori en el penal “Miguel Castro Castro”. El Estado peruano ejecutó
un operativo denominado «Mudanza 1», cuya finalidad era el traslado de unas 90
mujeres recluidas en el centro penal. La Policía Nacional derribó parte de la
pared externa del patio del pabellón 1A utilizando explosivos. Simultáneamente
los efectivos policiales tomaron el control de los techos del penal abriendo
boquetes en los mismos, desde los cuales realizaron disparos con armas de
fuego. Asimismo, los agentes estatales, policía y ejército utilizaron armas de
guerra, explosivos, bombas lacrimógenas, vomitivas y paralizantes en contra de
los internos. Finalmente, el ataque se produjo con cohetes disparados desde
helicópteros, fuego de mortero y granadas. La operación generó la muerte de
decenas de internos, así como de muchos heridos. Los internos sobrevivientes
fueron objeto de golpes y agresiones. Muchos de los heridos fueron mantenidos
sin atención médica por varios días y los heridos que fueron trasladados al
hospital no recibieron los medicamentos ni la atención médica que requerían.
Algunos datos para
ubicarse en la historia represiva que azotó sobre Perú; en las elecciones de
1990, Alberto Fujimori derrota al candidato favorito: Mario Vargas Llosa. El 5
de abril de 1992, el presidente Fujimori cerró el Congreso de la República y
mandó a las Fuerzas Armadas a las calles. Fue intervenido el Poder Judicial por
el Ejército, se persiguió a los opositores políticos y censuró a los medios de
comunicación. A estos hechos se les conoce como «el autogolpe». En septiembre
de 1993, Abimael Guzmán, ‘camarada Gonzalo’, fundador y máximo representante de
lo que fue el PCP-SL, es capturado en Lima [El que un tiempo fuera piedra de
toque jugando un papel determinante en lo que pudo ser Perú (hoy es otra
historia), por igual, su compañera ‘camarada Norah’ Augusta La Torre -ambos sin
parangón en Europa- dentro de un gran listado que hubo de partidos
autodenominados maoistas y marxistas-leninistas del Estado español. Desde
entonces sigue en la cárcel con cadena perpetua; su imagen enjaulada, vestido
con un traje presidiario de rayas, atravesó fronteras]. Durante el gobierno de
Fujimori, el Estado había aplicado una serie de medidas económicas para detener
la hiperinflación, negoció la deuda externa abriendo la economía a la
globalización, pero la aplicación de las políticas liberales lleva a la
privatización de las empresas públicas, que quedan en manos de transnacionales
extranjeras con sustanciosos beneficios como exenciones de impuestos y la
supresión de muchas barreras legales a la inversión. Pese a ello Alberto
Fujimori después de su primer mandato genocida y entrega de la economía a la
banca extranjera, paradojas de la vida, logra ser electo nuevamente presidente
en las elecciones de 1995, respaldado teóricamente por un cincuenta y tres por
ciento de la ciudadanía. Cuando en el año de 1990, asume el gobierno prosigue
aplicando la misma línea político-económica, y, paralelo a ello, lanza en
noviembre de 1991, los 23 decretos leyes ligados a la “pacificación”, para
aplicarlos, da el golpe del 5 de Abril de 1992. Desde donde lanzó una terrorífica
campaña negra contra los presos políticos. Es dentro de este marco que se dio
el genocidio del 6, 7, 8 y 9 de mayo de 1992, contra el penal Castro Castro
asesinando selectivamente a decenas de presos políticos (Genocidio de lesa
humanidad del que jamás abrían de salvarse los principales asesinos: Fujimori,
Montesinos y Hermoza Ríos, entre otros, les perseguirá nuestras memorias para
siempre). Los sobrevivientes fueron trasladados a diferentes penales del país
desde Cachiche en Ica hasta Yanamayo en Puno para aplicar su plan de reducción,
aislamiento y aniquilamiento.
COMPAÑERO DE
FARÁNDULA (a Víctor Zavala)
A purito teatro:
verso, arte y corazón; por vos, Víctor, por los que luchan toda la vida. Y es
que hay que luchar don, hay que luchar, aunque más no sea por la propia vida.
La dignidad de un revolucionario une alas, aunque las posiciones políticas no
fueran las mismas; sin dignidad no hay referente, sin ideología de clase no hay
revolución. Los movimientos políticos de izquierda en el mundo han podido y
pueden sustituir cualquier fármaco contra la falta de inquietud, autoestima y
apoltronamiento, sin embargo, todos los fármacos del mundo no pueden sustituir
el provechoso proceso del movimiento revolucionario internacional del que hay
que sacar lección. Cuando publiqué parte de esta nota en Kaos en la Red, en
2015, Víctor Zavala Cataño llevaba en prisión camino de los 25 años secuestrado
en una de las mazmorras infrahumanas de máxima seguridad, si es que alguna
mazmorra en el mundo se le puede llamar lo contrario; donde en vez de cultivar
hongos, el Estado peruano descomponía seres humanos (se sigue haciendo). Hacia
él mi amor y sentimiento más puro que jamás bronce tañera: como dramaturgo
resistente y actor, como profesor y luchador, como ser humano… Creador y
fundador del ‘Teatro Campesino’ que revolucionó la cultura peruana por los años
60 y 70. Sus obras han sido representadas en todos los rincones y selvas del
Perú como rayo y relámpago que no cesa y persiste, recibidas por los campesinos
como lluvia de abril en cosechas de futuro donde ellos son los protagonistas.
Grupos de campesinos, universitarios y profesionales de la farándula, se vieron
implicados mostrando entusiasmo revolucionario impregnándose, haciendo del
teatro de Víctor Zavala, un canto a la esperanza en lucha ideológica y social
en un país carente de casi todo, dónde los niños caminaban (y caminan)
desposeídos deambulando sin horizonte y sus padres trabajando para el patrón
más horas que el sol. Poco o muy poco ha cambiado el panorama nacional rural.
El teatro crea conciencia y eso es peligroso, en Perú los malos gobiernos que
le preceden impidieron con peor saña, que Víctor pudiera haber sido para el
mundo una figura inminente de las letras latinoamericanas, de la literatura universal,
que no es otra que la que crean los pueblos y sus escritores, pudo ¡sin ninguna
duda!, haber sido reconocido como escritor y dramaturgo como lo fueron Cesar
Vallejo, Bertolt Brecht, Pablo Neruda, Mario Benedetti, o, un Vargas Llosa
(antes de roto y traicionero). Estaba bien situado en la Universidad, en los
círculos culturales más relevantes de Perú. Pero, este hombre, compañero y
camarada de lucha escénica contra el poder de opresión y sus partículas
asfixiantes, que nació en las entrañas de la tierra, de los guajiros de cara
quemada, decidió dar un salto a favor de los flacos desheredados de todo, y, en
vez de subir y trepar hacia las poltronas culturales del país y rondar entre el
sebo de los parásitos, bajó a la tierra de los pobres para unirse a otra lucha,
que era a muerte, contra la oligarquía criolla que mataba como epidemia ‘a sus
hermanos de condición en potencia humana de futuro’. Y le maltrataron a tortura
física y psicológica, humillándolo como un nadie le robaron décadas de su vida,
de seguir haciendo el mejor teatro de Perú y parte del hemisferio.
Quizá, Víctor
Zavala, “si algún día sale libre” (dije en mi primera nota solidaria años
atrás), y por fin salió, apoyado por lo más digno de su pueblo, y, por toda una
eminencia en docencia y literatura impregnada de sensibilidad y dignidad
plausible. Quizá, el que más apostó y pagó por ello, no encuentre un monumento
en su honor, me dije, una escultura, una calle céntrica o un teatro dedicado a
su persona, a su creación e inteligencia y dedicación, una universidad o un
colegio como gran docente que fue, casa de cultura u hospital a favor de los
que luchan por una vida donde la humillación no recaiga sobre el indefenso, y,
poder erradicar la discriminación de clase de unos pocos sobre los otros que lo
son todo, gracias, a la represión económica a la política devastadora que
ejerce el poder de las armás. Quizá si algún día sale libre, seguí pensando y
escribiendo convencida de ello… cuando camine por su tierra en libertad, tendrá
que llevar un farol encendido como el ciego de la fábula, para no tropezar con
los ignorantones de todo pelaje y diversión, militar o político, cualquier
energúmeno que siguiera con su pié dando a los seres el trato que se da a las
piedras… Y es que fundamentalmente el teatro entre las artes, siempre ha sido
una odisea en este mundo dominado por la avaricia “cultural”, del dinero, de
las élites del culto a lo falso y a los templos como contracultura que marcan
entre marcas a fuego como al ganado vacuno para definir y dividir reconduciendo
por imposición “democrática”, lo que se debe y no hacer, hablar y vestir, comer
y hasta mirar… Pero hacer teatro de clase, desde y para nuestra propia clase
trabajadora, que es lo que somos, ya no es una odisea, mas bien un imposible,
es, en muchos casos un delito, un arma más potente que sus fusiles, tanques y
misiles que apuntan directamente a los explotados del mundo, y palo! palo! a
los verdaderos teatristas, dramaturgos, palo y más represión! Más de dos
décadas moliendo su cuerpo y mente a palos de todo tipo, palo tras palo segundo
a segundo sobre toditos sus huesos y sentidos, sobre un universo de amor y
lucha de cosechas que irradia sobre los nadie, que un día, serán parte
detonante de sol y lluvias de la tierra donde nacieron.
https://youtu.be/0A8Cdqox7Bg
Maité Campillo
(actriz y directora d` Teatro Indoamericano Hatuey)
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