lunes, 26 de julio de 2021

SOY IVÁN REDONDO, HAZME UN HUECO

 

SOY IVÁN REDONDO, HAZME UN HUECO

Pedro había logrado llenar el depósito, pedir dinero prestado a Adriana y salir comiéndose un sandwich de nata con sus gafas de sol y su aspecto de ‘cowboy’ de Chamberí

WILLY VELETA 

(En el episodio anterior, Pedro Sánchez inicia un viaje por toda España para recolectar los votos de las agrupaciones socialistas. Su idea es desbancar a Susana Díaz. En el asiento del copiloto se ha subido Adriana Lastra, atrás va la nueva consejera de Pedro: Berta Lento.) 

– Hay que acabar con el clientelismo y el mamoneo del partido en Andalucía, destapar las alcantarillas y hundir a la faraona. Necesitamos un nuevo PSOE liderado por ti, quitarnos toda la caspa del pasado.

Adriana Lastra no paraba de gesticular mientras Pedro intentaba cambiar de canción para llegar a Sweet Child of Mine.

Me costó un poco pero al final convencí a Pedro para que se desviara por la carretera de Extremadura, quería visitar el descampado donde habían asesinado a mi abuelo en agosto del 36. Durante el viaje, yo contaba que mi abuelo dibujaba con pluma de madrugada mientras que de día era pintor de brocha gorda. Relataba con detalle cómo el 18 de julio se fue de voluntario a la zona del Cuartel de la Montaña en Madrid para ponerse en manos de la República y defender la joven democracia. Pedro y Adriana se peleaban por qué canción poner en el reproductor de CD.

Yo insistí: “Un mes después, sin apenas saber cómo se cogía un fusil, fue acribillado a balazos por la espalda por las tropas moras de Franco. Murieron mil milicianos, fueron quemados y arrojados a una fosa común en medio de la nada”. 

Adriana Lastra al fin dejó a Pedro con la música y se solidarizó: “Es lo mismo que le va a pasar a Susana Díaz, la vamos a dejar seca, no lo va a ver venir”. 

Pedro dejó la música y empezó a obsesionarse por el nivel de combustible: “Tenemos que repostar”. 

Vimos una señal que anunciaba una gasolinera a 500 metros, de esas que están a pie de autovía. “Gasolinera Chipi, la gasolina más cheap”, rezaba un letrero en medio de un arado.

– Joder, ¿ese de la pelambrera no es el asesor ese del PP? ¿Cómo se llamaba? – soltó Pedro mientras zigzagueaba por la gasolinera en busca de surtidor adecuado.

– Iván Redondo– intercedí yo.

– Se ha puesto pelo, pero si estaba como Pepe Ábalos y mira ahora – dijo Pedro mientras arrimaba el coche a la isla donde estaba el surtidor de gasolina 95.

– Pedro, no me conoces, nunca hemos coincidido. Soy Iván Redondo… te llevo siguiendo desde que saliste de Ferraz, perdona la intromisión.

Adriana se lanzó hacia él: “¿Qué quieres? ¿Llevas pipa? ¿Quién te paga? ¿Aznar? ¿Susana?”

– Vengo a ofrecer mis servicios, solo yo te puedo hacer ganar la Secretaria General de nuevo y de paso la Moncloa.

– ¿Qué sabes de mecánica? Porque con la mierda de coche que llevamos la posibilidad de volver a Madrid con todos los votos que necesitamos es casi imposible – dije yo para bajar un poco las expectativas y el buen rollo.

– Hacedme un hueco, tengo a alguien que puede llevarse mi coche a Madrid.

Desde el coche de Iván Redondo nos pareció reconocer a Suárez Illana. Estaba leyendo un libro, de espaldas, ni siquiera nos miró.

– Saludos de Oskar Matute – le dije a gritos en medio de la gasolinera Chipi.

Redondo seguía a lo suyo mientras Pedro no lograba meter la manguera en el depósito: “Escúchame al menos, Pedro, yo no tengo ideología, pero he visto en ti a un verdadero líder. Al hombre que llevará a este país en volandas en la próxima década”.

Pedro había logrado llenar el depósito, pedir dinero prestado a Adriana y salir comiéndose un sandwich de nata con sus gafas de sol y su aspecto de cowboy de Chamberí.

– Iván, no te voy a dejar que vuelvas con ese muerto de Suárez Illana, súbete a la diligencia y hablemos, igual nos puedes ser de utilidad. Pero primero dime, ¿de dónde coño has sacado esa mata de pelo?

– Fue un regalo de Bárcenas.

Partimos rumbo al sur para visitar la era donde habían fusilado a esos milicianos, entre los que se encontraba mi abuelo.

Redondo no se bajó: “Lo siento, no puedo bajarme cada vez que haya una fosa de este bando, del otro, estoy agotado, hay que pasar página”.

 

Pedro se interesó por el tema: “Si llego a la Moncloa quiero facilitarle la vida a las familias que buscan a sus seres queridos, no podemos seguir así”.

Adriana Lastra lanzó un cubo de agua fría: “Tú no te enteras, nadie te va a dejar mover un dedo dentro del partido, el PSOE lo dejó atado y bien atado, vas a venir tú ahora a tocar los cojones porque al abuelo de tu nueva asesora lo fusilaron por irse al frente sin tener ni idea de cómo manejar un Winchester”.

– Era un máuser – dije yo.

Pedro insistió: “No podemos dejar tirada a esta gente, será mi sello, si a ZP se le conoció por el matrimonio homosexual a mí se me conocerá por una nueva Ley de Memoria Histórica. Una ley hecha a medida de las familias de los represaliados”.

– Tú estás tarumba – le dijo Lastra.

Iván Redondo nos miraba con cara de pena desde el asiento de atrás del coche.

– A este paso no llegaremos nunca a Cádiz – dijo bostezando.

Todos tenían claro que la primera meta era Antequera, pero alguien se había encargado de cambiarla sobre la marcha y fui yo.

– Sí, os informo que vamos a pasar la primera noche en unas cabañas de un amigo en Zahora, cerca de Trafalgar, habrá paella de cena y la haré yo.

– ¿Paella para cenar? – dijo Iván.

Adriana quería saber quién era ese amigo; Pedro quería saber cómo era el colchón de su cabaña.

– Mi amigo es comunista, su padre era comunista, su padre era amigo de Willy Toledo, él es amigo de Willy Toledo… el colchón no lo ha dejado Rajoy, es de viscolastica, 1,35.

– Para mí Willy Toledo es uno de los mejores actores que tenemos en España, yo a veces sueño en ser como él, soltar todo lo que se me pase por la cabeza, porque en el fondo yo me he creado este personaje gris, este Emidio Tucci de la política, pero soy mucho más punki – dijo Pedro sonriendo.

Hubo que sujetar a Iván Redondo para que no saltara en marcha: “A mí no me jodais con Willy Toledo, que como me lo encuentre, no soy dueño de mis actos”.

– Tú solo eres dueño de los actos de otro – le solté sin dejar de mirarle fijamente.

Adriana intercedió: “Willy Toledo es como Alberto Garzón…”.

Empezaba ya a oscurecer, Pedro se quitó las gafas de sol y puso a The Cure a todo trapo mientras bajaba las cuatro ventanillas al entrar en el primer pueblo de Andalucía.

Miré a mi lado y vi que parte del pelo injertado de Iván Redondo se perdía por la cuneta. 

Adriana estaba llamando a Oskar Matute: “Joder, nunca me lo coge, ¿Berta puedes llamar desde tú número a ver si tienes suerte?”

Yo estaba absorta leyendo Agonía y grandeza del Partido Comunista de España, de Gregorio Morán, y por lo tanto pasé de ella.

Pedro paró en el primer cruce de ese pueblo y le preguntó al primer viandante que vio, un señor que iba con un andador y llevaba una chistera bien calada: “¿Sabes quién soy?”, le dijo con esa voz inconfundible que le encantaba ensayar junto al espejo del baño de su casa.

– Un tipo que nunca llegará a presidente, que nunca tendrá que atajar una pandemia, ni ser rescatado por Europa, un tipo que perderá contra Susana Díaz.

Pedro Sánchez giró el cuello, me miró fijamente y me dijo: “¿Este quién es? ¿El lisiado ese que aparece en Juego de Tronos?”.

– Un hombre sabio, Pedro… ya lo verás.

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En el siguiente episodio: 

Pedro Sánchez recibe una visita inesperada en mitad de la noche en esas cabañas de Zahora. Iván Redondo trabajará toda la noche en un plan de 100 puntos para hacer a Pedro presidente. Adriana Lastra le tirará el boceto a la papelera mientras se enzarzan en una pelea que acabará con una nariz rota. Y yo Berta, Berta Lento, dormiré a pierna suelta pensando en la visita que íbamos a recibir durante el desayuno.

Los sucesos y personajes retratados en este relato no son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales no es pura coincidencia.

 


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