SOY IVÁN REDONDO,
HAZME UN HUECO
Pedro había
logrado llenar el depósito, pedir dinero prestado a Adriana y salir comiéndose
un sandwich de nata con sus gafas de sol y su aspecto de ‘cowboy’ de Chamberí
(En
el episodio anterior, Pedro Sánchez inicia un viaje por toda España para
recolectar los votos de las agrupaciones socialistas. Su idea es desbancar a
Susana Díaz. En el asiento del copiloto se ha subido Adriana Lastra, atrás va
la nueva consejera de Pedro: Berta Lento.)
–
Hay que acabar con el clientelismo y el mamoneo del partido en Andalucía,
destapar las alcantarillas y hundir a la faraona. Necesitamos un nuevo PSOE
liderado por ti, quitarnos toda la caspa del pasado.
Adriana Lastra no paraba de gesticular mientras Pedro intentaba cambiar de canción para llegar a Sweet Child of Mine.
Me
costó un poco pero al final convencí a Pedro para que se desviara por la
carretera de Extremadura, quería visitar el descampado donde habían asesinado a
mi abuelo en agosto del 36. Durante el viaje, yo contaba que mi abuelo dibujaba
con pluma de madrugada mientras que de día era pintor de brocha gorda. Relataba
con detalle cómo el 18 de julio se fue de voluntario a la zona del Cuartel de
la Montaña en Madrid para ponerse en manos de la República y defender la joven
democracia. Pedro y Adriana se peleaban por qué canción poner en el reproductor
de CD.
Yo
insistí: “Un mes después, sin apenas saber cómo se cogía un fusil, fue
acribillado a balazos por la espalda por las tropas moras de Franco. Murieron
mil milicianos, fueron quemados y arrojados a una fosa común en medio de la
nada”.
Adriana
Lastra al fin dejó a Pedro con la música y se solidarizó: “Es lo mismo que le
va a pasar a Susana Díaz, la vamos a dejar seca, no lo va a ver venir”.
Pedro
dejó la música y empezó a obsesionarse por el nivel de combustible: “Tenemos
que repostar”.
Vimos
una señal que anunciaba una gasolinera a 500 metros, de esas que están a pie de
autovía. “Gasolinera Chipi, la gasolina más cheap”, rezaba un
letrero en medio de un arado.
–
Joder, ¿ese de la pelambrera no es el asesor ese del PP? ¿Cómo se llamaba? –
soltó Pedro mientras zigzagueaba por la gasolinera en busca de surtidor
adecuado.
–
Iván Redondo– intercedí yo.
–
Se ha puesto pelo, pero si estaba como Pepe Ábalos y mira ahora – dijo Pedro
mientras arrimaba el coche a la isla donde estaba el surtidor de gasolina 95.
–
Pedro, no me conoces, nunca hemos coincidido. Soy Iván Redondo… te llevo
siguiendo desde que saliste de Ferraz, perdona la intromisión.
Adriana
se lanzó hacia él: “¿Qué quieres? ¿Llevas pipa? ¿Quién te paga? ¿Aznar?
¿Susana?”
–
Vengo a ofrecer mis servicios, solo yo te puedo hacer ganar la Secretaria General
de nuevo y de paso la Moncloa.
–
¿Qué sabes de mecánica? Porque con la mierda de coche que llevamos la
posibilidad de volver a Madrid con todos los votos que necesitamos es casi
imposible – dije yo para bajar un poco las expectativas y el buen rollo.
–
Hacedme un hueco, tengo a alguien que puede llevarse mi coche a Madrid.
Desde
el coche de Iván Redondo nos pareció reconocer a Suárez Illana. Estaba leyendo
un libro, de espaldas, ni siquiera nos miró.
–
Saludos de Oskar Matute – le dije a gritos en medio de la gasolinera Chipi.
Redondo
seguía a lo suyo mientras Pedro no lograba meter la manguera en el depósito:
“Escúchame al menos, Pedro, yo no tengo ideología, pero he visto en ti a un
verdadero líder. Al hombre que llevará a este país en volandas en la próxima
década”.
Pedro
había logrado llenar el depósito, pedir dinero prestado a Adriana y salir
comiéndose un sandwich de nata con sus gafas de sol y su aspecto de cowboy de
Chamberí.
–
Iván, no te voy a dejar que vuelvas con ese muerto de Suárez Illana, súbete a
la diligencia y hablemos, igual nos puedes ser de utilidad. Pero primero dime,
¿de dónde coño has sacado esa mata de pelo?
–
Fue un regalo de Bárcenas.
Partimos
rumbo al sur para visitar la era donde habían fusilado a esos milicianos, entre
los que se encontraba mi abuelo.
Redondo
no se bajó: “Lo siento, no puedo bajarme cada vez que haya una fosa de este
bando, del otro, estoy agotado, hay que pasar página”.
Pedro
se interesó por el tema: “Si llego a la Moncloa quiero facilitarle la vida a
las familias que buscan a sus seres queridos, no podemos seguir así”.
Adriana
Lastra lanzó un cubo de agua fría: “Tú no te enteras, nadie te va a dejar mover
un dedo dentro del partido, el PSOE lo dejó atado y bien atado, vas a venir tú
ahora a tocar los cojones porque al abuelo de tu nueva asesora lo fusilaron por
irse al frente sin tener ni idea de cómo manejar un Winchester”.
–
Era un máuser – dije yo.
Pedro
insistió: “No podemos dejar tirada a esta gente, será mi sello, si a ZP se le
conoció por el matrimonio homosexual a mí se me conocerá por una nueva Ley de
Memoria Histórica. Una ley hecha a medida de las familias de los
represaliados”.
–
Tú estás tarumba – le dijo Lastra.
Iván
Redondo nos miraba con cara de pena desde el asiento de atrás del coche.
–
A este paso no llegaremos nunca a Cádiz – dijo bostezando.
Todos
tenían claro que la primera meta era Antequera, pero alguien se había encargado
de cambiarla sobre la marcha y fui yo.
–
Sí, os informo que vamos a pasar la primera noche en unas cabañas de un amigo
en Zahora, cerca de Trafalgar, habrá paella de cena y la haré yo.
–
¿Paella para cenar? – dijo Iván.
Adriana
quería saber quién era ese amigo; Pedro quería saber cómo era el colchón de su
cabaña.
–
Mi amigo es comunista, su padre era comunista, su padre era amigo de Willy
Toledo, él es amigo de Willy Toledo… el colchón no lo ha dejado Rajoy, es de
viscolastica, 1,35.
–
Para mí Willy Toledo es uno de los mejores actores que tenemos en España, yo a
veces sueño en ser como él, soltar todo lo que se me pase por la cabeza, porque
en el fondo yo me he creado este personaje gris, este Emidio Tucci de la
política, pero soy mucho más punki – dijo Pedro sonriendo.
Hubo
que sujetar a Iván Redondo para que no saltara en marcha: “A mí no me jodais
con Willy Toledo, que como me lo encuentre, no soy dueño de mis actos”.
–
Tú solo eres dueño de los actos de otro – le solté sin dejar de mirarle
fijamente.
Adriana
intercedió: “Willy Toledo es como Alberto Garzón…”.
Empezaba
ya a oscurecer, Pedro se quitó las gafas de sol y puso a The Cure a
todo trapo mientras bajaba las cuatro ventanillas al entrar en el primer pueblo
de Andalucía.
Miré
a mi lado y vi que parte del pelo injertado de Iván Redondo se perdía por la
cuneta.
Adriana
estaba llamando a Oskar Matute: “Joder, nunca me lo coge, ¿Berta puedes llamar
desde tú número a ver si tienes suerte?”
Yo
estaba absorta leyendo Agonía y grandeza del Partido Comunista de
España, de Gregorio Morán, y por lo tanto pasé de ella.
Pedro
paró en el primer cruce de ese pueblo y le preguntó al primer viandante que
vio, un señor que iba con un andador y llevaba una chistera bien calada:
“¿Sabes quién soy?”, le dijo con esa voz inconfundible que le encantaba ensayar
junto al espejo del baño de su casa.
–
Un tipo que nunca llegará a presidente, que nunca tendrá que atajar una
pandemia, ni ser rescatado por Europa, un tipo que perderá contra Susana Díaz.
Pedro
Sánchez giró el cuello, me miró fijamente y me dijo: “¿Este quién es? ¿El
lisiado ese que aparece en Juego de Tronos?”.
–
Un hombre sabio, Pedro… ya lo verás.
------------
En
el siguiente episodio:
Pedro
Sánchez recibe una visita inesperada en mitad de la noche en esas cabañas de
Zahora. Iván Redondo trabajará toda la noche en un plan de 100 puntos para
hacer a Pedro presidente. Adriana Lastra le tirará el boceto a la papelera
mientras se enzarzan en una pelea que acabará con una nariz rota. Y yo Berta,
Berta Lento, dormiré a pierna suelta pensando en la visita que íbamos a recibir
durante el desayuno.
* Los
sucesos y personajes retratados en este relato no son completamente ficticios.
Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales no
es pura coincidencia.
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