HEMORRAGIA DE HUMANIDAD EN LOS CIES
DAVID BOLLERO
Centro
de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche. -
Una sociedad que no vela por el respeto de los Derechos Humanos (DDHH), independientemente de dónde se produzcan las vulneraciones o del origen de la víctima, es una sociedad con una grave tara que, más pronto que tarde, se volverá en su contra. Y es que una vez que se violan los derechos fundamentales de quien se clasifica como diferente por el mero hecho de no ser nativo, se abre la puerta a seguir violando libertades civiles ampliando la horquilla entre los nacionales, excluyendo a los que no importan. Eso es España.
La situación
dramática que se vive en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs) no
sale a la luz ahora. Llevamos años informando de ello, exponiendo las
condiciones infrahumanas en que se encierra a personas por una falta
administrativa, mostrando los resultados de las torturas y los malos tratos,
denunciando las muertes sobre las que nunca se arroja luz. Todas esas informaciones,
sencillamente, pasan inadvertidas tanto a las autoridades, como a los gobiernos
como a la misma sociedad, que relega estas noticias a la cola de lo menos leído
del día. Esta columna, sin ir más lejos, está llamada a la marginalidad, la
misma que a la sociedad española está sometiendo a los protagonistas de la
tribuna: las personas migrantes.
Hace una semana,
informábamos de las denuncias del aumento de violencia y tratos inhumanos y
degradantes en el CIE de Aluche (Madrid). Ayer mismo, para nuestro desconsuelo,
conocíamos cómo volvía a repetirse la situación que tantas otras veces hemos
relatado: cuando se produce una denuncia por parte de alguna de las personas
encerradas en el CIE, inmediatamente es deportada. El objetivo es tan evidente
como mezquino, esto es, impedir que se desarrolle la investigación porque la
víctima denunciante pasa a esta en paradero desconocido. Es una práctica
habitual que, pese a las denuncias que realizamos desde ONGs y medios de
comunicación, continúa su escalada, paralela a la de los malos tratos en los
CIEs.
Cómo he apuntado en
alguna ocasión, el hecho de que esta situación se produzca durante la
legislatura del autoproclamado gobierno más progresista es todavía más
doloroso, más decepcionante. La reapertura de estas cárceles encubiertas que
son los CIEs cuando los datos de la pandemia mejoraron ya fue una carga de
profundidad para las esperanzas depositadas en el Ejecutivo PSOE-Podemos. Leer ahora cómo la compañera Gabriela Sánchez
relata las experiencias vividas por personas en el CIE de Aluche es el rejonazo
definitivo.
A pesar de la
gravedad de este asunto, apenas trasciende. Se normaliza la tortura, el trato
inhumano a la persona migrante, solamente mitigado cuando, de tarde en tarde,
sale a la luz una noticia en la que la única persona que sale en auxilio de
algún español o española en peligro es una persona subsahariana. Los medios no
destinan ni medio minuto de sus aburridas tertulias, dedicándose más a hablar
del corte de pelo de un político retirado que de lo que realmente nos hace
humanos.
El problema
trasciende a la cuestión migratoria, porque muchas de las personas españolas
que hoy miran para otro lado, tarde o temprano, serán también víctimas. De
hecho, algunas de ellas ya lo están siendo, viendo como ciertas fuerzas
políticas criminalizan las colas del hambre o los asentamientos de
infraviviendas. Es el principio de una escalada imparable, de un fenómeno que
deja atrás a quienes no importan, invisibilizándolos. Noticias como la denuncia por parte del Defensor del Pueblo
Andaluz de que un de cada cuatro niños y niñas andaluces es pobre no ocupan la
agenda informativa y, cuando lo hagan, la sociedad estará demasiado ocupada con
debates artificialmente dilatados, como el de la carne, con el único fin de seguir
generando división con mentiras.
Las personas
migrantes encerradas en los CIEs vienen a España a sumar, no a restar. Sin
embargo, una parte importante de la sociedad y nuestro mismo gobierno ni
siquiera las incluyen en la ecuación. Las borran, además, con saña. De nada
sirven los estudios económicos que avalan la necesidad de la migración a medida
que tenemos un crecimiento vegetativo negativo o la constatación de su utilidad
como sucedió con los sanitarios migrantes en los momentos más críticos de la pandemia.
Lo que hoy y desde hace años sucede en los CIEs españoles es la escenificación
del harakiri que España se está haciendo, con una hemorragia imparable de
decencia y humanidad.
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