DIVERTIMENTO
FRANCISCO JAVIER GONZALEZ
Divertimento tras un
par de días asirocado y saliendo de una fiebre pasajera
EL SOL NEGRO
Noche de verano en La Villa, sin alisios y con un siroco que tiñe todo de un amarillo sahariano que parece querer recordarnos el lugar que ocupamos en el mundo. Este año no hay grillos que canten para rondar a la luna, que, tal vez extrañada, va creciendo día a día, abriendo los oídos a cantores de la noche como ranas, grillos, corujas y pardelas. Aquí no hay cigarras y a las cucarachas no las alumbra la luna. Les niega la luz porque esas vuelan, aprovechan la noche para sus festines, pero no necesitan la luz para nada. Por eso no cantan y la luna las ignora.
Hace calor. Mucho
calor. De esos calores pegajosos que no te dejan dormir. Conozco a un
científico alemán loco que aparcó un día su alma cansada por una talisca
gomera, un profundo tajo en la vera de una barranquera que solo él conoce. Don
Abdon -nunca estoy muy seguro del nombre- las noches como esta, no sale de su
talisca. La cierra con una gruesa jerga chipudana que ha empapado en agua para,
según afirma, que se evapore y lo proteja de los rayos del Sol Negro. Explica a
quién quiera oírlo que hay un sol, ¿o son varios?, pequeños, que no se ven
porque son pura energía condensada, como hace también el amarillo diurno que te
quema si lo miras de frente. Los Soles
Negros también emiten esa energía, pero ya no podemos llamarla luz `porque no
se ve. Según Don Abdon, ¿o es don Otón?,
solo vemos en un fisquito de lo que él llama el “espectro”, aunque yo no
conozco más espectro que el fantasma errante de Fernán Peraza “El Joven”,
vestido con un sayal de mujer sobre su coraza ferrugienta. El muy puñetero
espanta a las cabras cuando baja, Barranco Hondo abajo, desde la Cueva de
Chinea en Guahedum, en el Lomo de los Patricios, donde lo ajustició
Hautakuperche, hasta los Llanos de Machal, allí donde solían ir, en forma de
cuervos, los muertos a recibir a sus familias como los veía don Antonio Víctor.
Así fue, hasta que los espantó el Corazón de Jesús que encargó el Delegado del
Gobierno español, don Domingo Mendoza, allá por los 60. Me parece oírle decir a Ambrosio Hernández,
el dueño de la Cueva y el lugar de Guahedum, que seguro que Peraza hacía como
las cabras jairas cuando les entraba la locura. Tiraban barranco abajo hasta
riscarse en el mar y ahogarse.
Recuerdo el día en
que me explicó el alemán lo del Sol Negro tomando unas garimbas en la tasquita
de madera de don Antonio que había entonces en La Hila, al empezar el muelle.
Cha Lola la del Cercado se reiría si lo oyera, pero creo que al señor cura,
hijo de Antonio, no le gustaría la explicación de seña Lola. Era hombre leído y
se creería más la del alemán. Yo soy muy lector, pero esto de estas cuestiones
científicas se me salen fuera de mis entendederas. Sigo dudando de cómo las
palabras caminan a través de un hilo de teléfono. No sé qué truco se usa para eso,
pero veo que otros, que vienen de fuera, se quedan mirando cómo nos hablamos
con el silbo y también piensan que hay algún truco escondido.
Contaba Don Abdon,
¿o sera, don Adón?, que todas las energías nos llegan en ondas de distintas
longitudes. Son como olas en el mar, seguidas, con una distancia de las crestas
de unas a otras que, cuanto más cerca, más pegadas, más fuertes será la energía
que encierran. Es como si vinieran más condesadas. En la radio, trataba de
aclararme el alemán, las ondas van desde 10 kilómetros a 10 metros, por eso hay
onda larga, onda media y onda corta. Las del microondas con que nos calentamos
la comida tienen entre 30 centímetros a 10 milímetros. Las de calentar el
potaje de ayer son de unos 25 milímetros. Así siguen hasta las de ver en
colores, las que nos entran por los ojos sin necesidad de aparatos. Tal como
las separan la magia del Arco Iris, las más largas son las del color encarnado
y van haciéndose más cortas hasta el violeta, con longitudes de 780 a 380
“nanómetros”. A mí lo de nano me sonaba a muy chiquito, tal vez por lo de
enano, y el alemán me explico que, si cogemos 1 milímetro de distancia y lo
dividimos en un millón de fisquitos, lo que queda es un nanómetro. Mas pegadas
están las ultravioletas, esos “rayos uva” que se da la gente litre para ponerse
morenos sin coger sol como los cangrejos. Más juntitas todavía están las de
Rayos X de 100 nanómetros, que queman a una placa fotográfica y aún mucho,
mucho, más cortas son los rayos alfa, beta y gamma que tienen menos de una
decena de nanómetros de longitud de onda.
La del Sol Negro es
aún menor. Habría que partir en mil un nanómetro para encontrar su tamaño. A
ese tamaño Don Abdon, ¿o es don Edón?,
lo llama “eláchistos”, una palabreja griega que viene a significar algo así
como lo más ínfimo que haya. Es terriblemente fuerte, pero selectiva. Penetra
por donde quiere y se para dóndequiere. Hay a unos a los que les hace un daño
terrible y otros a los que reverdece tanto como tomarse un vaso de guarapo
cogido al amanecer. A él lo apachuchan terriblemente. Por eso protege la
talisca. Él sabe que esos rayos de Sol Negro se paran con la jerga chipudana,
amarillenta por el tiempo, empapada en agua, pero no un agua cualquiera. No
crea que vale la del chorro ni la de Fuentealta embotellada. Ni siquiera las
importadas de España o Francia en botellas coloreadas. Tiene que ser sacada a
cubos del Pozo de la Aguada, donde dicen que se bañaba Colón antes de acostarse
con la Bobadilla. Además, para que sirva, hay que cogerla en la Mañanita de San
Juan, cuando van las comadres a hablar con los xaxos de sus antepasados que
asoman sus caras apergaminadas en el brillante espejo de la superficie del
agua. Parece un cuadro enmarcado por una orla de verdes culantrillos que
tapizan la pared del pozo. Cree Don Abdon, ¿o será don Odón?, que sería más
efectiva si el Arcipreste de esta ínsula, en su sede de Chipude, le diera su
bendición, pero, sabedor de cómo se las gastan los chipudanos en lo que atañe a
lo suyo, como pasó cuando el cura quiso impedirles que entraran con sus
tambores en el templo, no se atrevió ni a pedírselo. Sustituyó la bendición
arciprestal por un rezado de Cha Lola, la Bruja del Cercado, que curaba el
maljecho o el pomo virado tan bien que parecía tener mano de santo. Todo el
mundo sabía que era capaz de volar cualquier noche a La’Bana a una reunión de
ñañigos y volver antes de salir el sol amarillo, pero prefería irse monte
arriba, hasta Laguna Grande, a mover pedruscos enormes que luego había que
llevar una grúa pa’volverlos a colocar en su sitio. Cha Lola decía que ese
sol nocturno a ella la hacía hasta volar más rápido
En San Sebastián
estas noches de sol negro no se oye ni el vuelo de un mosquito zancudo. Este
año, con la seca, ni esos jodelones nocturnos han crecido. Según dicen las
radios y las teles lo que puede haber por las calles es ese puñetero covid, más
chiquitito que un jején, pero que te puede llevar pa’las plataneras si abicas y
vas proa al marisco. La gente está en sus casas, espatarrados frente a la tele,
si no pueden dormir. A mí el Sol Negro no me viene mal. Yo me levanté,
calladito la boca pa’no perturbar a la señora, y me salí al patio a ver que
notaba. Era como un trago de gomerón o de los montañeros en la venta de
Prudencio Sánchez, el del Cedro. Un pracan en la pared se me quedó mirando sin
miedo, acerqué el dedo y sacó una leguilla diminuta con la que lo tocó.
Satisfecho, siguió su cacería de palomillas que se posaban en la pared. A él
tampoco le hacían daño los rayos del Sol Negro, ni a la chuchanga que dejaba un
rastro fosforescente al subir, pared arriba. Tampoco se inmutó al verme. Movió
los cuernos y siguió su marcha.
Entre de nuevo, agarré al oscuro un libro y me
fui a leer para la cocina donde podía encender la luz. Era de Miguel Ángel
Asturias. Empiezo a leer “Guatemala” y a los pocos reglones ya me encuentro que
la noche en Guatemala…penetra…penetra.
Cuenta sobre una fiesta nocturna en palacio, retirado ya el obispo con
sus bedeles al son de la música suave, bullente. Leo el texto y se me quita el
cansancio. No es efecto del Sol Negro, es lo que escribe el Nobel guatemalteco,
nombrando a un elemento originario de esta pequeña isla. Creo que,
probablemente, al señor Asturias le iba a ser difícil situarnos ni siquiera en
aquel recuadrito mediterráneo en que la hispana cultura nos encajaba en sus
mapas escolares. Las palabras parecían tener vida y se escapaban del texto: “A
intervalos se oye la voz del tesorero que comenta el tratamiento de Muy ilustre
Señor concedido al conde de la Gomera, capitán general del Reino, y el eco de
dos relojes viejos que cuentan el tiempo sin equivocarse. La noche
penetra…penetra…El Cuco de los Sueños va hilando los cuentos”.
Plenamente
despierto, oyendo un fondo de chácaras y bucios que sale, junto a las palabras,
de las páginas del libro, veo que el ínclito guatemalteco se pasa ahora a mi
isla del volcán que tiene nieve en el semblante y fuego en el corazón:
“¡Silencio! Aquí se
han podrido más de tres obispos y las ratas arrastran malos pensamientos. Por
las altas ventana entra furtivamente el oro de la luna. Media luz. Las candelas
sin llamas y la Virgen sin ojos en la sombra.
El hermano Pedro de
Betancourt viene a orar después de medianoche: dio pan a los hambrientos, asilo
a los huérfanos y alivio a los enfermos. Su paso es imperceptible. Anda como
vuela la paloma.
Imperceptiblemente
se acerca a la mujer que llora, le pregunta que penas la aquejan, sin reparar
en que es la sombra de una mujer inconsolable, y la oye decir:
-¡Lloro porque
perdí a un hombre que amaba mucho!... ¡Perdón, hermano, esto es pecado!
El religioso
levantó los ojos para buscar los ojos de la Virgen, y…,¡qué raro! Había crecido
y estaba más fuerte. De improviso sintió caer sobre sus hombros la capa
aventurera, la espada ceñida a su cintura, la bota a su pierna, la espuela a su
talón, la pluma a su sombrero. Y comprendiéndolo todo, porque era santo, sin
decir palabra inclinóse ante la dama que seguía llorando…
¿Don Rodrigo?
Con el tino del
loco que se propone atrapar su propia sombra, ella se puso en pie, recogió la
cola de su traje, llegóse a él y le cubrió de besos. ¡Era el mismo Don
Rodrigo!...
Dos sombras felices
salen de la iglesia-amada y amante- y se pierden en la noche por las calles de
la ciudad, torcidas como las costillas del infierno.
Y a la mañana
siguiente cuéntase que el hermano Pedro estaba en la capilla profundamente
dormido, más cerca que nunca de los brazos de Nuestra Señora”
Así entendí que,
seguro, era el Cuco de los Sueños el que trajo hasta Gomera el gusto salobre de
las magarzas, las tabaibas y los cardones del sur tinerfeño, la humedad y los
olores rancios a ganado de una cueva llena de velas, piernas y brazos de cera,
en un barranco al lado de un ere cargado de agua, todo mezclado con el aroma
agreste que emanaba del Pino Gordo de Vilaflor, rodeado de los tajinastes que
plantó allí el realejero Sedomir Rodríguez de la Sierra.
Más seguro aún,
porque en estas ínsulas no hoy cucos, aunque si sueños, es que haya sido la
radiación ultraultragamma del Sol Negro que revela secretos y destapa vívidos
recuerdos de cosas que no hemos vivido.
Francisco Javier
González
Gomera a 20 de
julio de 2021
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