domingo, 11 de julio de 2021

SAMUEL Y VOX

 

SAMUEL Y VOX

ANÍBAL MALVAR

Está el periodismo patrio que lo tira por la ventana. Nos ofrece hoy El Mundo un perfil de los tres principales sospechosos del asesinato de Samuel Luiz en A Coruña. Se busca adscripción ideológica, claro. Sería un bombazo que uno de los agresores fuera primo segundo de la ex novia de un sobrino que un día se hizo una foto con el peluquero de Yolanda Díaz. Así ya estaría despejada la autoría intelectual del crimen. Pero no ha habido suerte. Dadles tiempo. De momento, los datos más relevantes que ha conseguido extraer el diario de la bola son: que la chica estudió en un instituto público y que uno de los hombres es de origen brasileño (pena no sea venezolano) y, además, porrero: "Fumo, fumo y los problemas se van con el humo", es su lema en instagram. O sea, chicos y chicas, que no son cayetanos, como se maliciaba en las redes. Los cayetanos no acuden a institutos públicos, no son nunca de origen foráneo y, por supuesto, no fuman porros, droga de pobres y obreros, de perroflautas y podemitas, de menestrales y revolucionarios. Los homófobos de Vox no han sido, eso es evidente: es imposible fumarse un porro tranquilo con el yelmo puesto todo el rato, pues se te baja constantemente la visera.

 

Esta batalla soterrada por demostrar si los asesinos son rojos o azules nos dice poco de la salud mental de nuestra pergaminosa y gastada democracia. La homofobia, como el machismo, impregna en su base a todos los espectros ideológicos y partidistas. No solo aquí. La serie Borgen, por ejemplo, nos desvela que en un país tan aparentemente civilizado como Dinamarca las cosas no están mucho mejor que en la tierra del latin-lover. Los comentarios sexistas y homófobos de sus personajes, políticos de alto copete, llegan a sorprender incluso a un español. En todos los lugares se cuecen Estesos y Pajares (Torrente sería su heredero, con permiso del comisario Villarejo).

 

Nos dicen los datos oficiales que las agresiones de odio han crecido exponencialmente en la España de los últimos años. Entre 2013 y 2019 aumentaron un 45%. Huelga decir que los mayores beneficiarios de los salvajes son los de siempre: maricones, morenos y mendigos. La elección de 2013 como fecha de arranque del dato no es inocente: es el año en el que Vox comenzó su andadura hacia el futuro esplendoroso y medieval que proyectan.

 

Amenazan las huestes de Santiago Abascal con llevar a los tribunales a cualquiera que vincule el asesinato de Samuel Luiz con el brazo armado de la inquisición, o sea, con el partido verde. No seré yo quien se arriesgue a comparecer ante un juez veleidoso y, quizá, ultra en la intimidad. Pero es evidente que Vox ha recuperado para el debate político asuntos que ya parecían en vías de superarse, como los derechos de los homosexuales o la igualdad de las mujeres.

 

El término feminazi ha saltado de las barras de bar más cutres al Congreso de los Diputados. No sé si la Real Academia la habrá aceptado ya. Como sigamos acelerando el cangrejo hacia la Baja Edad Media, cualquier día Rocío Monasterio nos viene a decir que España se precipitó concediéndole el voto a las mujeres.

 

Lo evidente es que Vox ha infiltrado en nuestros salones, con la connivencia de los grandes medios de comunicación, sus debates de odio al comunista, al homosexual, al migrante, a la mujer libre. El orgullo de ser macho y machista, de ser patriota en Suiza y católico en plan Santiago Matamoros, se ha extendido a las calles, y el facha de toda la vida ya no tiene pudores a la hora de expresar sus ideas. Y las ideas fascistas, aquí y en Estambul, se expresan mejor con violencia que con palabras. Lo sabe muy bien Samuel. Y tantos otros, y tantas otras.


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