MINISTERIO DE INCULTURA Y DEPORTES
DAVID TORRES
Rodríguez Uribes, exministro de Cultura, hace unos días. EFE/Chema Moya
Ha sorprendido mucho el nombramiento de Miquel Iceta en el puesto de ministro de Cultura y Deportes. Reconozco que a mí, más que el nombramiento de Iceta, me ha sorprendido que siguiera existiendo el Ministerio de Cultura y Deportes, no digamos ya que hubiese alguien en el cargo. He tenido que consultar para ver quién era su predecesor, José Manuel Rodríguez Uribes, un señor con barba al que le ha tocado bailar con la pandemia y que tampoco hizo mucho por paliar la crisis endémica del sector: de las 75 propuestas del Estatuto del Artista (un proyecto de 2019 que, entre otras cosas, reconoce el derecho de los pintores, escultores, músicos y escritores jubilados a seguir ingresando importes en concepto de derechos de autor compatibles con sus pensiones) de momento sólo se han desarrollado cinco. La rima, como se ve, está a huevo. Excepto en su gira con los reyes el verano pasado, el confinamiento de Rodríguez Uribes ha sido tan estricto que yo todavía pensaba que el puesto seguía vacante desde la dimisión fulminante de Màxim Huerta una semana después de jurar el cargo.
Dado que sólo
estuvo al frente siete días, es muy posible que Huerta sea uno de los mejores
ministros de Cultura que haya disfrutado España en los últimos tiempos, ya que
apenas tuvo margen de maniobra para poder hacer algún daño. A Huerta los
envidiosos le reprochaban que era escritor mientras que a Iceta le afean que ni
siquiera acabara los estudios universitarios, sin caer en la cuenta de que
ambas actividades se pueden compaginar perfectamente: yo mismo, por ejemplo,
escribí una novela en los ratos perdidos en que iba abandonando el doctorado y
todavía nadie ha contado conmigo ni para ministro ni para secretario. Como
recordó el propio Iceta durante la toma de posesión de su cargo, aparte de los
años que se pasó remoloneando por diversas facultades, el punto fuerte de su
currículum cultural son las seis temporadas que su tío abuelo, Luis Iceta
Zubiaur, jugó en el Athletic de Bilbao.
Con todo, y salvo
excepciones como Jorge Semprún o Carmen Alborch, Miquel Iceta no parece mucho
peor candidato que muchos de sus antecesores en el ministerio. Por ejemplo,
Ricardo de la Cierva, un ilustre historiador revisionista, blanqueador y adicto
del franquismo cuya obra principal, Bibliografía general sobre la guerra de
España (1936-1939) y sus antecedentes históricos, fue considerada por el
especialista estadounidense Herbert Southworth "un escándalo
intelectual", aunque seguramente a Southworth se le fue la mano con el
adjetivo. Por ejemplo, Esperanza Aguirre, infalible reclutadora de talentos
corruptos cuyas inquietudes culturales le vienen por parte de su tío, el gran
poeta Jaime Gil de Biedma. Por ejemplo, Mariano Rajoy, lector infatigable del
Marca quien un día reconoció, en un programa de televisión en directo, que era
incapaz de descifrar su propia letra.
Por ejemplo, Carmen
Calvo, que se creía que la Unesco legislaba para todos los planetas, que
confundió el vocablo latino "dixit" con los ratones de dibujos
animados Pixie y Dixie y que felicitó la semana pasada a los actores y actrices
que habían tomado parte en un monólogo teatral. Por ejemplo, José Ignacio Wert,
que volvió a subvencionar un Diccionario biográfico español (193.000 euros) que
parecía escrito a pachas entre Goebbels y Ricardo de la Cierva. Por ejemplo,
Iñigo Méndez de Vigo, quien lo primero que hizo nada nada más estrenar el
sillón, fue descolgar el retrato de Unamuno pintado por Solana que presidía su
despacho y lo segundo, declarar que le encantaba el cine español, "sobre
todo, Cine de barrio". Mucho va a tener que esforzarse Iceta para entrar
en los primeros puestos de la ineptitud cultural en un país donde, en la lista
actual de los libros más vendidos, hay uno de Paz Padilla.
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