LOS BOTÁNICOS (II) ENRIQUE SVENTENIUS
FRANCISCO
JAVIER GONZALEZ
2ª Etapa. ENRIQUE SVENTENIUS.
Tenerife. Jardín de Aclimatación de la Orotava. JAO
A fines del verano de 1943, cuando ya el sexto ejército alemán había sido aplastado en Stalingrado pero aún no se vislumbraba el fin del nazismo, Sventenius abandona Europa para venir a este rincón insular del noroeste africano. En su lugar de destino, el Puerto de la Cruz, se presenta a Jorge Menéndez Rodríguez, que, como ingeniero jefe de la Sección Agronómica, era el responsable del “Jardín de Aclimatación de la Orotava” (JAO), así nombrado desde la época en que el Puerto de la Cruz era solo el “Puerto de la Orotava”. Su mismo amigo y compañero en Montserrat, Adeodat Marcet, no tenía nada claro el nombre. En su carta nº 3 –numeró el más de medio centenar de las que le escribió- del 4 de octubre de ese año de su llegada le preguntaba “¿El Puerto de la Cruz es el que los mapas llaman Puerto Orotava? ¿Dista mucho Puerto de la Cruz de Villa Orotava?”.
El Jardín, a cargo
del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA) estaba regido por
ingenieros agrónomos que, ya sea por formación o por deformación, primaban la
faceta de aclimatación de plantas para uso agrícola o industrial, aunque
Menéndez Rodríguez fue una cierta excepción por su interés personal en la
botánica. Jorge Menéndez va a ser uno de los valedores de Sventenius al darle
libertad de movimientos para sus investigaciones y recolecciones, por lo que le
dedicó en 1950 una nueva especie de los Aeonium, nuestros verodes o
bejeques, el “Dendriopoterium menendezi”
Svent. porque “sin cuya benévola y eficaz ayuda, este y otros estudios no
hubieran podido efectuarse”. En una etapa de hambrunas como las que dejaron
tras de sí las guerras en Europa y sus secuelas, seguramente se tuvo muy en
cuenta para la elección de Sventenius, además de las recomendaciones desde
Catalunya, su formación en Praga en técnicas genéticas y de hibridación con
Alberto Vojtech Frič, además del conocimiento que, en la etapa de la guerra
española, había adquirido experimentalmente en Blanes, para la obtención de
hortalizas y papas con las hibridaciones que para ello había realizado
En realidad,
nuestro Jardín Botánico se había creado, por Real Orden de Carlos III del 17 de
agosto de 1788, a instancias del entonces ministro de Gracia y Justicia, el
lagunero Antonio Porlier Sopranis, Ier Marqués de Bajamar, respondiendo a las
gestiones y solicitudes que para ello realizó su sobrino nieto, el también
lagunero Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, VI marqués de Villanueva del
Prado, interesante personaje de la ilustración canaria, adalid de las
reivindicaciones de las islas frente al poder central español en el Antiguo
Régimen hispano. Estudioso de las soluciones económicas y comerciales posibles
para Canarias y sus conexiones con las colonias americanas, presidió la Junta
Suprema de Canarias que llegó a barajar las opciones de independencia de
Canarias. Alonso era hijo del ilustrado Tomas de Nava Grimón, creador de las
“Tertulias de Nava” y fundador de la Real Sociedad de Amigos del País de
Tenerife -RSEAP- en la que Alonso ingresó como socio con 17 años. Liberal en la
juventud, con la vejez derivó hacia su apoyo al absolutismo español de Fernando
VII.
En la Real Orden de
creación del Jardín se menciona la “necesidad de contar con un lugar donde
poder sembrar las plantas de mayor interés existentes en las colonias de
Filipinas y América, tratando de conseguir su aclimatación a condiciones más
frías que permitieran su posterior traslado a Madrid y los jardines reales de
Aranjuez”. Alonso de Nava llevó a cabo ensayos de germinación en su municipio
de La Laguna, en Tacoronte, Santa Úrsula y la Orotava, decidiéndose por los
terrenos del mayorazgo y hacienda de “El Durazno”, hacienda que, desde los
tiempos de la conquista española, poseían los Benítez de Lugo, en ese
entonces propiedad de Francisco Benítez
de Lugo y Arias Saavedra, ultimo Señor de Fuerteventura que ejerció poder real
sobre la isla antes de que las Cortes de Cádiz suprimieran los privilegios de
los señoríos y que, curiosamente, es el autor de una de los dos únicas
“Ordenanzas” que se conocen del señorío de Fuerteventura -la de Agustín de
Herrera de 1567 y la suya de 1744,- ordenando la ganadería y la agricultura en
la isla mahorera donde, por cierto, aún siendo el “Señor”, nunca residió. Los
terrenos fueron cedidos gratuitamente y los gastos de montaje y mantenimiento corrieron
a cargo de Alonso de Nava, y aunque en 1826 el Jardín pasó a depender de la
RSEAP, hasta su muerte en 1832 continuó financiando todo el proyecto del
Jardín, salvo el gasto de agua, que corría a cargo de la Muy Noble Junta de los
Caballeros del Agua de la Orotava.
Sventenius saltó de
hotel en hotel en el Puerto de la Cruz, del Marquesa, a su llegada, al Miramar,
luego, en el 43, al Monopol, otra vez en el Miramar, la Pensión Thompson en el
44 … y así al que se pudiera, con un precio barato, tener cierta intimidad. Su
preocupación por el tema económico era natural dada la precariedad de su
contrato y lo exiguo de su paga. Su amigo de la abadía montserratina, Adeodato
Marcet, al salir de Catalunya le había recomendado se entrevistara con un tal
Juan Guardia en el Puerto que le podría ayudar y, en su carta nº 1 del 19 de septiembre de 1943, le pregunta:
“¿Vio a mi amigo Juan Guarda? ¿Qué tal le va por ahí? ¿Ha encontrado un hotel
bueno y barato?” Por la correspondencia posterior vemos que Sventenius, a pesar
de la insistencia del monje, no guardó un grato recuerdo de Juan Guardia, así
en la carta nº 6 del 7 de enero del 44 se disculpa Adeodato: “V. sabe bien que, si le inicié en la amistad
con el Sr. Guardia, fue para que V. llegando a un país desconocido tuviera V. a
alguien a quien acudir en caso necesario; mucho más en las condiciones que V.
iba a Canarias, que me parecían algo precarias”
Tras ese deambular
hotelero, años después, en el mismo JAO se construyó su vivienda que incluía su
laboratorio y su biblioteca. Probablemente, conocida la pasión de Sventenius
por la cultura clásica greco-latina, la denominó su “tusculum” en recuerdo del
viejo Tusculum romano, fundado por Telégono, hijo de Ulises y Circe y hermano
de Telémaco. Sventenius, en todos sus viajes llevaba en su equipaje un viejo
ejemplar de La Odisea que era el primer libro que, de niño, le había regalado
su padre. Indirectamente, con lo del velero “Telémaco”, la vivienda de
Sventenius en el Jardín adquiere las reminiscencias gomeras de los barcos
fantasmas de esa época. En el Tusculum romano nació Catón el Viejo y del lugar
Cicerón escribió: “municipio antiquissimo tusculano ex quo plurimae sunt
familiae consulares…” (en mi macarrónica traducción, “antiquísimo municipio
tusculano que muchas familias de cónsules tenía”). Sventenius dotaba así a su
vivienda de un rango clásico. Después de irse a Gran Canaria del “tusculum”
solo se conservó la chimenea con el escudo de los ingenieros agrónomos- que, de
clásico, poco tiene- y que ignoro si aún se mantiene en pie.
El Puerto de la
Cruz fue siempre la puerta de entrada de las ideas renovadoras que venían del
exterior sin perder por ello su idiosincrasia específica. Antes del franquismo
era una pequeña ciudad culta, alegre y confiada. Ya en 1918 el lanzaroteño
Domingo Pérez Trujillo creó el Ateneo Socialista y luego la primera Agrupación
Socialista de Canarias que el 1 de abril de 1922 constituye, siendo alcalde el
hermano de Domingo, Martín Pérez Trujillo, el primer ayuntamiento del Estado
Español formado por concejales del Partido Socialista. Cuando en Madrid se
proclama la República Española el 14 de abril de 1931 se forma en el Puerto una
gran manifestación encabezada por una bandera republicana de 1873, propiedad de
Luis Francisco Rodríguez de la Sierra, el ya fallecido padre de Luis Rodríguez
de la Sierra Figueroa, con la Banda
Municipal y la Agrupación Musical “La Lira”.
La guerra española
borró las huellas de los Iriarte y los Bethencourt y dejó la ciudad sumida en
el marasmo intelectual y la desconfianza con la que la encuentra Sventenius
que, dotado de gran sensibilidad, inteligencia y un cierto toque místico,
logra, a pesar de su carácter conectar con la parte más valiosa de la sociedad
portuense. Uno de sus introductores fue el cura canario-mexicano José Flores
Ghöbert–conocido popularmente en Tenerife como “el Padre Flores”- que mantenía
interesantes tertulias, a una de las cuales tuve el honor de acudir para oír a
la poetisa Dulce María Loynaz. En poco tiempo, a pesar de su carácter adusto,
se conectó con un numeroso grupo de intelectuales amigos que se interesaron en
sus proyectos botánicos. En la residencia del industrial portuense, Germán
Reimers, en La Vera y coordinadas por su yerno, el doctor Celestino González
Padrón -polifacético intelectual interesado en todo el movimiento cultural en
Canarias y sobrino del entomólogo Manuel González Matos- se reunía una tertulia
que recordaba a las de otros tiempos más venturosos de la ciudad. Solían
acudir, además de Sventenius, intelectuales y artistas de toda la isla como
Eduardo Westerdhal y su esposa Maud, el geólogo Telesforo Bravo o los que
formaron en su día el grupo “Gaceta de Arte” como Pedro García Cabrera y Pérez
Minik, además de intelectuales extranjeros que pasaban gran parte de su tiempo
en el Puerto, como el arquitecto racionalista italiano e historiador del arte
Alberto Sartoris con su esposa la pintora Carla Prina. Sartoris – que sería
nombrado Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Laguna en 1992- concibió
y proyectó, paralelamente, un Centro Residencial y Cultural destinado a acoger
artistas e intelectuales de todo el mundo en el Puerto de la Cruz que planeaba
instalar en los magníficos jardines del Hotel Taoro. Sventenius, en su
correspondencia con Adeodat, le nombra la amistad adquirida con Celestino
González y su tío y la importancia que, para él, tenía. Desde Montserrat, el
monje en su carta nº5 de diciembre de 1943 le contesta “Me alegro mucho de su
buena amistad con ese Sr. Médico y su tío. Con esos compañeros y guías podrá V.
recoger mucho y bueno; mi gozo aunque principalmente es por el bien de V., soy
también en esto algo egoísta ¿Me entiende?”. Así fue.
Sventenius estaba
obsesionado, desde que llegó a Tenerife, con la importancia y variedad de la
flora canaria y, temeroso, ante la extrema fragilidad de la misma y la absoluta
indiferencia de las autoridades isleñas frente al problema de su estudio,
clasificación y, sobre todo, de asegurar su conservación que veía muy
problemática por el abandono a que estaba sometida. Para intentar solucionar el
problema planteó a sus amigos la construcción de un “Jardín de Endemismos
Macaronésicos”. Había que resolver la cuestión clave de la financiación del
proyecto y de las mismas actividades botánicas del que ya respondía al nombre
de Don Enrique. Aunque lo intentaron, no lograron obtener siquiera una triste
subvención para financiar los obligados viajes del sueco por la Macaronesia,
recolectando ejemplares de su flora. Para ello German Reimers y su yerno,
González Padrón, que compartía ya la afición y dedicación a la botánica de
Sventenius, con otros portuenses interesados en el progreso y la cultura en el
Puerto y en Canarias constituyeron una sociedad mercantil denominada “Jardín
Lycaste S.A.” con la intención de instalar un vivero para el cultivo de plantas
ornamentales destinadas a la comercialización, tipo de explotación agrícola muy
poco desarrollada entonces en Canarias.
El vivero, bajo la dirección de Sventenius, se montó en unos terrenos de
La Vera colindantes con la residencia del señor Reimers, introduciendo plantas
de flor tropicales en ese entonces muy poco conocidas en nuestras islas, como
los anturios y las esterlitzias que, a día de hoy, han llegado hasta ser usadas
como logotipo de reclamo turístico. El nombre se adoptó por la belleza de las
orquídeas epífitas del género Lycaste –la flor nacional de Guatemala- propias
de Centro y Sudamérica, con tan buenos resultados en su demanda que pronto pasó
a convertirse en “Orquidario Lycaste” nombre que conserva todavía aunque
trasladada de sede a Valle Guerra, a pesar de la paralización que, por
desgracia para Sventenius y para Tenerife, en su día tuvo el proyecto.
El intento era
reunir capital suficiente para la compra del terreno que Sventenius consideró
idóneo que, además, en ese entonces era de muy escaso valor en los Acantilados
de Martiánez, y algo más de los terrenos colindantes con el Jardín
Botánico, y ejecutar las obras básicas
para la instalación del Jardín de Endemismos Macaronésicos. Al fallar la
financiación los miembros del equipo que había creado el Orquidario Lycaste
trataron de convencer a las autoridades locales, insulares y canarias para que
realizaran la exigua inversión que se precisaba. Se habló y razonó con todo
quisque que pudiera resolver el problema, pero el desinterés, cuando no la
abierta oposición y rechazo, fue todo lo que pudieron conseguir, a pesar del
apoyo que el ingeniero Jorge Menéndez daba al proyecto.
Merece la pena dar un somero repaso a las
“eximias personalidades” tinerfeñas, canarias y españolas que rechazaron el
proyecto Sventenius. Solo se puede
entender su postura en el marco del enfrentamiento ideológico entre el fascismo
dominante y los focos de intelectualidad con mayor amplitud mental que
representaban gentes, como las ya nombradas y otros como mi inolvidable
profesor en Biología General del Selectivo de Ciencias, Jesús Maynar Dupla –a
quién dedicó el “Sonchus maynarii” Svent.- que formaban parte de los adalides y
animadores de la iniciativa sventeniana. Primero que nadie, por pura lógica, se
pusieron en contacto con Isidoro Luz Carpenter, del que podría aspirarse un
entusiasta apoyo. Luz Carpenter, en su
juventud, ya había sido alcalde del Puerto con la dictadura de Primo Rivera,
cesado en 1931 con la República, reelegido
en las postrimerías republicanas de 1934 sustituyendo a Florencio Sosa Acevedo,
dimite de nuevo en 1935 y el levantamiento fascista lo coge residiendo en
Londres. Regresa a Tenerife y se presenta en la Orotava al comandante Pintado,
que organizaba el Batallón de Infantería del Puerto de la Cruz, para formar
parte de las fuerzas fascistas. Isidoro Luz volvió a ser alcalde dedocrático
franquista en 1944 y desde el año 46 al 56 pasó a ocupar la vice-presidencia
del Cabildo Insular de Tenerife y el cargo de consejero de la Mancomunidad de
Cabildos de la provincia de Santa Cruz de Tenerife y vocal de la Junta
Administrativa de Obras Públicas y de la Cámara Sindical Agraria. Tuvo el poder
y la posibilidad de llevar a cabo el proyecto, máxime si tenemos en cuenta que
fue luego, en 1958, el instigador del Plan General de Ordenación Urbana y Rural
que convirtió aquellos parajes del Acantilado y los Llanos de Martiánez,
poblados de tabaibas, cardones y restos aborígenes con olor a maresía, en
parcelas urbanísticas o en vertederos de restos de construcción. Lo que, a
estas alturas, parece increíble es que Isidoro Luz, el munícipe al que se le
atribuye el posterior crecimiento turístico del Puerto de la Cruz, no viera –o
no quisiera ver- el enorme potencial que para ese sector, y no digamos ya para
la ciencia, la ecología y la conservación de la naturaleza canaria, tenía el
proyecto de Sventenius.
Igual posición de obstrucción negativa adoptó
el alcalde orotavense, Juan Guardia Doñate, el Presidente del Cabildo, Antonio
Lecuona, o los cargos políticos fascistas a los que, teóricamente, podría
interesar el proyecto como el Delegado de Información y Turismo Carlos González
García-Gutiérrez, o el Subjefe Provincial del Movimiento, Joaquín Amigó de
Lara. Por supuesto que mucho menos se comprometió el Gobernador Civil y Jefe
Provincial del Movimiento, Carlos Arias Navarro, aquel lloroso orejudo que,
años más tarde, nos comunicaría desde las pantallas de TVE la buena nueva del
fin físico del Caudillo. Desde luego que a nadie se le ocurrió planteárselo a
la autoridad real de todo el Archipiélago, el Capitán General, Carlos Martínez
Campos, III Duque de la Torre.
Antonio González en
su libro “La Botánica, Sventenius y yo”, y comenta con cierta amargura: “Según
mi criterio, debió ser un proyecto unánimemente aceptado y calurosamente
acogido por las autoridades de Tenerife. Por el contrario, se transformó en un
problema engorroso, primero fue rechazado y luego olvidado”. En realidad, ni
siquiera su amigo y jefe, Jorge Menéndez, con bastante influencia en los
cenáculos políticos canarios, hizo esfuerzos para alumbrar el proyecto. Para
estudiar y conservar nuestra especial naturaleza no había dinero aunque ya se
empleaba en el desarrollo turístico del Puerto de la Cruz. Tampoco hicieron
caso los incipientes empresarios turísticos, criollos y foráneos, que no fueron
capaces de ver más allá de sus beneficios inmediatos. Cancaburradas supinas de
los administradores del poder y los dineros. ¡Fuerte falta de ignorancia! que
exclamaba Samburgo. Como comenta Antonio González “Cómo estaría orgulloso hoy
el Puerto de la Cruz de haber contado con la obra maestra que se puede
contemplar en un bello paraje del Barranco grancanario de Guiniguada y haber
salvado para la posteridad un increíble paraje: los riscos de Martiánez, de
tanto valor histórico, geológico, botánico, faunístico y arqueológico” para
continuar una reflexión hija de su bonhomía y confianza ingenua en un futuro
que estamos destruyendo: “Quizás no sea tarde para aprender una lección tan
evidente, cuando se están buscando atractivos para mantener un turismo cada vez
más exigente hacia un medio ambiente correctamente conservado”.
El planteamiento de
Sventenius era mucho más ambicioso. Se trataba de estudiar la Historia Natural
de la Macaronesia, en especial de Canarias, desde la naturaleza inerte a toda
la biota macaronésica. Para ello contaba con Telesforo Bravo para la
geomorfología, Celestino González Padrón, que ya había unido su nombre al “Sonchus
gonzalezpadroni” Svent. y su tío Manuel González Matos –a quién dedicó la
“Descurainia gonzalessi” Svent.- para la fauna, especialmente la entomología.
Aunque se quedó en proyecto por falta de protección oficial, emprendieron
viajes de estudio financiados de su propio bolsillo. Así a las Islas Salvajes
efectuaron dos viajes de estudio y recolección. El primero, en mayo de 1953,
partió la expedición del puertito de Orzola. Contando con el apoyo de Mariano
López Socas, alcalde de Haría -a quién, en agradecimiento, dedicó el “Convulvus
lopezsocasi” Svent.- contrataron a Jorge Toledo, patrón de “El Graciosero”,
que, con Manuel de cocinero y tres marineros más, llevó hasta el pequeño
archipiélago a Sventenius, Telesforo, Celestino y Juan Israel Bello, jardinero
del JAO, excelente herborizador, hábil trepador por barrancos, taliscas o
riscales y ayudante de Sventenius. En el segundo viaje, abril 1968, además de
un biólogo marino extranjero, se les unió Ventura Bravo, hermano de Telesforo
con muchos años de alcalde en San Sebastián de la Gomera a quién Sventenius
consideraba como “benefactor de la flora de la isla de La Gomera” por lo que le
dedicó una nueva Euforbia canaria del Barranco de Mahona, la “Euphorbia
bravoana” Svent. y Emilio González Reimers, hijo de Celestino que, más tarde,
sería médico internista, catedrático de nuestra Facultad de Medicina –de cuya
capacidad puedo dar fe por haber pasado por sus manos en el HUC- y colaborador
en muchas investigaciones arqueológicas de Matilde Arnay de la Rosa en Las
Cañadas. Según recoge Arnoldo Santos Guerra en “Sventenius y las Islas
Salvajes” entre las dos expediciones se recolectaron y clasificaron un total de
unos 74 especímenes que se conservan en el herbario del JAO. Las excursiones a
todas las islas de nuestro archipiélago, islotes incluidos, fueron muchas en
los años 50 y 60 y no digamos de los pateos por Tenerife con el coche de
González Padrón o con Antonio González en busca de la “Isoplexis canariensis” –
que ya describía Linneo en 1753 como “Digitalis canariensis L.”- que necesitaba
para su investigación sobre sus glicósidos cardioactivos. Precisamente
Sventenius, Antonio González y Juan
Israel realizaron dos excursiones a Madeira
en busca de la “Isoplexis Sceptrum” – descrita también por Linneo hijo
como “Digitalis Sceptrum”- con ayuda del ingeniero agrónomo madeirense Rui
Vieira. También con Antonio González hicieron un viaje a las islas Cabo Verde,
aún colonia portuguesa, de pobres resultados respectos a la obtención de nuevos
especímenes.
Llegados a este
punto me parece de interés resaltar, para que se entienda la importancia que
puede tener nuestra riqueza florística autóctona, que el género “Digitalis”
presente en Europa y norte de África, del que la especie más conocida es la
“dedalera” (“Digitalis purpurea”), aunque de hecho, todas la veintena de
especies estudiadas “Digitalis ssp.”
contienen en sus hojas glicósidos cardiotónicos como la digitalina, sobradamente conocida en su uso
médico. Los dos Linneo –padre e hijo- situaron a los dos Isoplexis canarias que
hemos nombrado como especies del género Digitalis, pero el botánico inglés John
Lindley, en 1835, estudiando la morfología de las especies conocidas, la de
Canarias y la de Madeira, las agrupó en
un género nuevo, “Isoplexis”. Hoy se conocen 4 especies todas conocidas
popularmente como “crestas de gallo”. Además de las dos mencionadas están
descritas la “Isoplexis isabelliana” Webb&Berthel. Masferrer, y la
“Isoplexis chalcantha” Svent.O’Shanahan, descubierta por Sventenius y Jaime
O’Shanahan, ambas en Gran Canaria. El “Instituto Universitario de Bio-Orgánica
Antonio González” (IUBO-AG), estudiando química y farmacológicamente los
metabolitos de las 4 Isoplexis han encontrado, además de un gran número de
glicósidos cardioactivos del mismo tipo de las Digitalis euroafricanas , otros
tipo de la digoxina, un nuevo esteroide cardenólido, la “canarigenina” y un
nuevo monosacarido desoxiazucar, la “canarosa”, todos ellos con posibles
aplicaciones médicas.
En 1953 cesa como
Director del JAO Jorge Menéndez, no solo amigo de Sventenius sino admirador de
los sacrificios físicos y económicos del sueco por su amor a la isla que lo
convertían en canario de corazón. Es sustituido por Andrés García Cabezón,
también ingeniero agrónomo pero poseedor de todos los prejuicios de los
ingenieros de su época respecto a los científicos teóricos. El JAO era un
Jardín de Aclimatación dependiente del Instituto Nacional de Investigaciones
Agrícola (INIA), órgano del Ministerio de Agricultura. Hombre duro, con un
carácter fuerte, parecido al de Sventenius, entre ellos no pudo haber
concordia. La opinión del sueco
-recogida por Antonio González- sobre la actuación del nuevo director del JAO
era tajante: “El Sr. García Cabezón lo está transformando en una finca de
aguacateros”, cultivo que, por entonces se introducía en Canarias –aunque en la
zona gomera de Gran Rey ya habían plantaciones anteriores- al que el nuevo
ingeniero dirigía sus esfuerzos no dejando margen a las actividades botánicas
que debería ser otra de las primordiales del JAO, que no solo era de
Aclimatación, sino Botánico. Sventenius se encerró en su “tusculum” y, cuando
alguien –según cuenta su alumno y amigo Arnoldo Santos Guerra- que cuando
alguien indicó a Sventenius los deseos de García Cabezón que le dedicara alguna
de sus plantas descubiertas contestó tajante “no he encontrado una planta con
suficientes espinas para dedicarle”.
Una anécdota
colateral nos amplifica la visión de los “ingenieros” españoles ante la
naturaleza en estas ínsulas del noroeste africano. El 15 de enero de 1953, casi por las fechas
del relevo de Menéndez por García Cabezón, un vendaval terrible asoló el
suroeste y el norte tinerfeño, especialmente el Valle de Taoro, dejando
arrasados todos los cultivos desde el mar a la cumbre. Muchas casas sufrieron
fuertes destrozos con el trágico resultado de dos muertos en La Perdoma –una
anciana y su nieta- por derrumbamiento de su vivienda. Las iglesias de La
Perdoma -incluso la casa parroquial, una edificación moderna de cemento, que
quedó arrasada -, San Juan, San Agustín y la propia de la Concepción orotavense
fueron seriamente dañadas. Postes del alumbrado y centenares de árboles
derribados con la circulación interrumpida. Los cientos de miles de matas de
plataneras del Valle quedaron todas arrasadas, con unas pérdidas evaluadas en
más de 200 millones de las pesetas de entonces. Precisamente la zona del JAO
fue de las más afectadas. Al día siguiente la prensa tinerfeña anunciaba “la
presencia aquí de los ilustres y altos representantes del Gobierno llena de
confortación a los tinerfeños. No solo por cuanto respecta a tales problemas,
sino por lo que revela la generosa compresión (sic.) estatal para nuestra
tierra”. Las autoridades civiles y militares de Tenerife, incluido el Capitán
General con una batería antiaérea con bandera y banda, rindieron honores al
ministro de la Gobernación, el palmero Blas Pérez González y al de Agricultura,
Rafael Cavestany de Anduaga. Desde Los Rodeos, acompañada de las autoridades
del país, se dirigió la comitiva oficial española a conocer los efectos del temporal en el
Valle. En el “Ramal del Pinito” –todavía no era Mirador de Humboldt – se bajan
a ver la perspectiva. El ministro de Agricultura, el ingeniero agrónomo y Director
Jefe nacional del INIA, Rafael Cavestany, especialmente afectado al ver la
imagen de desolación de todas las
plataneras derribadas, ofrece como paliativo crear, a su vuelta a Madrid, una
fábrica de manufactura de madera para aprovechar los tallos de las plataneras.
Menos mal que el muy eminente ingeniero
español ya conocía África. No en vano había pasado 6 años, en la época anterior
a la II República, en la “Guinea Española” fundando allí la “Compañía Agrícola
y Forestal” CAIGFE.Habrá que citar de nuevo a Samburgo y su ¡fuerte falta de ignorancia!
Ya desde el año
anterior, 1952, Graciliano Morales Ramos, entones Consejero de Montes del
Cabildo grancanario, se entera del proyecto de Sventenius y el rechazo que
sufría por parte de las “ilustradas” autoridades tinerfeñas. Le habla del mismo
y de su interés al presiente Matías Vega Guerra que ya había creado la Granja
Experimental del Cabildo en la Vega de San José y la Sección Forestal del
Cabildo y le sugiere proponerle al sueco lo lleva a cabo en Gran Canaria.
Aceptada la idea por Matías Vega, encarga a Jaime O’Shanahan se traslade a
Tenerife y le haga a Sventenius la propuesta. O’Shanahan le explica, hablando
en nombre de su jefe directo, Graciliano Morales, la cuestión. Sventenius al
oír el nombre le pregunta si tenía algo que ver con el poeta Tomás Morales y,
al contestarle Jaime O’Shanahan que era el hijo, y ante la promesa de comprarle
la finca apropiada que quisiera, se allanó el camino para que aceptara visitar
Gran Canaria. En la entrevista con Matías Guerra cuenta O’Shanahan que le dijo
a Sventenius “Mira, aquí tienes a Jaime. Empiecen a recorrer la isla para
buscar la finca”. Así empezaron las idas
y venidas Los Rodeos-Gando todos los fines de semana para, con el Jeep corto de
Jaime O’Shanahan, visitar todos los posibles lugares, pero esto ya lo veremos
en la 3ª etapa de Sventenius como botánico y jardinero, la vivida en Gran
Canaria.
Cuando a Antonio
González lo nombran Rector de la ULL (1963-1968), siendo Manuel Lora-Tamayo
ministro de lo que todavía se denominaba de “Educación Nacional”, en el último
trimestre de 1966 se crearon los estudios de Biología como Sección de Biología
dentro de la Facultad de Ciencias. Antonio González, inmediatamente pensó en
Sventenius para impartir las clases de Botánica. El propio Antonio González aclara
que lo hizo no tanto por sus conocimientos de la flora y vegetación de nuestro
archipiélago, para lo que también había posibles especialistas canarios, sino
“para que en su convivencia con los alumnos y los profesores en formación, les
inculcara su encendida pasión por la naturaleza, el rigor que debía presidir
cualquier trabajo científico y al mismo tiempo, el interés por la botánica y la
ecología”. Planearon, entre ambos, establecer un Jardín docente-recreativo como
campo de experimentación con plantas canarias y plantas medicinales de otros
países para estudios botánicos y fitoquímicos –bien establecidos ya en el
IUBO-AG de la Facultad de Ciencias lagunera- al tiempo que sirviera de recreo y
solaz para estudiantes y población en general, siguiendo un poco el estilo de
lo que ya Sventenius desarrollaba en el Guiniguada. Escogieron las laderas de
San Roque que miran hacia Gracia-La Cuesta hasta el Barranco de la Carnicería,
tierras en esos momentos de cultivos abandonados y escaso valor económico. Se
lo presentaron al entonces Presidente del Cabildo tinerfeño, el chasnero José
Miguel Galván Bello. Recuerda Antonio González que su respuesta fue incluso más
allá del hipotético Jardín, pues “ se negó rotundamente a dar ni una peseta
para el desarrollo de la Facultad de Biológicas, porque el Cabildo tenía todos
sus créditos comprometidos en la carretera del Sur y además la Facultad de
Biológicas tiene poco impacto público”.
Otra “samburgada”
más de uno de los conspicuos criollos que han constituido la “intelectualidad”
de esta triste colonia. Galván Bello, ingeniero agrónomo y gran propietario
rural en las bandas del sur, tenía intereses propios en el desarrollo de la
autopista del Sur incluida desde 1961 en la Red Azul de Carreteras del Estado.
Su realización se planteaba en cuatro cuatrimestres y se hizo en uno mediante
un concierto Cabildo- Gobierno español
del adelanto de la financiación total mediante un préstamo a cargo de los
presupuestos del Cabildo de unos 1.300
millones para su pago diferido por el gobierno español y corriendo los
intereses a cargo del Cabildo, razón que esgrimía para negar el apoyo a una
nueva facultad iniversitaria. Galván Bello es un típico ejemplo del “cursus
honorum” de los políticos isleños. Están por encima de las instituciones, de
las ideologías y de los cambios de régimen en la metrópoli. Solo sirven a sus
propios intereses y ejercen de auténticos medianeros en esta finca a explotar
que es Canarias adaptándose a la perfección a los cambios exógenos. Galván
Bello había sido Jefe Provincial de Falange en 1936, Presidente franquista del
Cabildo desde 1964 a marzo del 71 en que fue destituido por el Gobernador Civil
Gabriel Elorriaga Fernández “el Chocolatito” en medio de una sonada movilización popular en su apoyo,
vuelto a la poltrona cabildicia ahora con la UCD en 1979 -1983. He ahí un
cursus honorum típico de la Roma clásica.
Curiosamente,
aunque no venga al caso hablando de botánicos, Antonio González González,
siendo Rector de la ULL en octubre de 1967, logró de su antiguo profesor, el
ministro Manuel Lora Tamayo, que
anunciará la creación en la ULL de la
Facultad de Medicina para empezar su andadura al curso siguiente. Días después
de la aparición en prensa de la noticia, y según relata el propio Antonio
González en su libro “Memorias de un profesor” editado post mortem, se plantó
en el rectorado la Junta Directiva del Colegio Oficial de Médicos encabezada
por su presidente, el doctor Manuel Parejo Moreno, voluntario del Alzamiento
del 18 de julio, en ese momento Teniente Coronel del cuerpo de Sanidad Militar
y director del Hospital Militar de Santa Cruz, comunicándole la rotunda
oposición del Colegio Médico a la instalación en la ULL de esa Facultad,
conminándolo a que diera marcha atrás en su petición bajo la amenaza de que, de
seguir adelante, incluso se prohibiría suministrar los imprescindibles
cadáveres para el uso del alumnado. Antonio González rechazó, más rotundamente
aún, las que denominó “pretensiones de aquella caterva de egoístas”. Se los
planteó de esta forma: “El ministro quedaría satisfecho si yo le quito esa
carga de encima, pero ustedes, antes, firmarán ante notario que quedan
obligados a pagarle a todo canario que desee estudiar Medicina en la facultad
de su elección” y se acabó la discusión. La Junta del Colegio fue la que dio
marcha atrás.
Sventenius,
acostumbrado a los repetidos desplantes de estos pseudointelectuales que
ejercen como nuestros –es un decir- políticos, y que ni a eruditos a la violeta
llegan, que bloqueaban su proyecto científico, se animó ante la posibilidad de
incorporarse a la nueva Facultad de Biológicas como docente en Botánica.
Antonio González se lo propuso al ministro de Educación, Lora-Tamayo, y al
Director General de Universidades, Martínez Moreno, que mostraron su acuerdo y
dotaron la Cátedra de Botánica. Antonio González se llevó la sorpresa de su
vida cuando solicitó a Sventenius sus títulos universitarios, condición sine
qua non para ejercer la docencia y un decepcionado y entristecido Enrique
Sventenius le dijo que, titulación universitaria, no tenía ninguna.
Efectivamente, hace
unos años, los botánicos Ulf Svensson y Karin Martinsson del Museo Sueco de
Historia Natural, junto a Karleric Eiderbrant, realizan una investigación
minuciosa sobre Sventenius, extrañados de que, a pesar de su fama en nuestras
islas como botánico y de las especies por él descubiertas y catalogadas era,
sin embargo, completamente desconocido en Suecia, su tierra natal. Con el título de “El hijo del trabajador que
se convirtió en director de jardinería en Gran Canaria” (Arbetarsonen som blev
trädgårdsdirektör på Gran Canaria) en la revista botánica sueca (Svensk
Botanisk Tidskrift 101.5 -2007) ilustrada con magníficas fotografías del Jardín
Botánico “Viera y Clavijo” y de los lugares de la vida de Sventenius en Suecia,
hacen un recorrido exhaustivo por la familia, la infancia y por los estudios y
trabajos de Sventenius que avalan su trayectoria botánica pero, que
efectivamente, encuentran que se realizan sin titulación universitaria. Con los
traductores de los PC su trabajo queda al alcance de quién quiera leerlo.
Don Enrique, como
veremos en la 3ª Etapa, se fue a Gran Canaria a hacer realidad su sueño. El
porqué lo apunta con crudeza un artículo post mortem de El Día: “…Se nos fue
como el agua de mayo, porque aquí le negamos el pan, la sal, el condimento y la
comprensión. Sventenius estaba en Tenerife absolutamente solo y cada día se
sentía más solo. Quienes pudieron ayudarle, escondieron sus manos y dejaron que
su ilusión por el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz se fuera diluyendo…”.
¿Amigos en
Tenerife? Muchos y buenos, pero ninguno tenía el poder de hacer real su sueño
de amor por la tierra y los seres que la habitan. Los que sí tenían ese poder,
en su interesada ceguera intelectual, le dieron la espalda.
Francisco Javier
González
Gomera a 16 de
julio de 2021
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