LA MATANZA DEL PP
ANA PARDO DE VERA
Mariano Rajoy y Rita
Barberá dialogan en una imagen de archivo.
El Partido Popular ha entrado en una deriva enloquecida y absurda para criticar la remodelación de Gobierno que hizo Pedro Sánchez el 10 de julio. Desde lo "mala persona" que es, con lo que nos ilustró Pablo Casado, hasta la última sobre "la matanza de San Valentín" del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Más allá de las sangrientas connotaciones de este suceso del 14 de febrero de 1929 en Chicago, el también portavoz del PP coloca al presidente del Gobierno en el papel de todo un Al Capone, a quien se apunta como cerebro del asesinato a sangre fría de los gánsteres de la ‘North Side Gang’.
Nunca que yo
recuerde -y llevo desde el 97 informando sobre política y, por tanto, sobre
cambios de gobiernos-, un partido de la oposición (PSOE o PP) habían dedicado
tanto tiempo a criticar relevos en un Ejecutivo por cuestiones sentimentales,
es decir, porque aquél era tan amigo del presidente, porque la otra fue la más
leal, porque a éste y a aquélla le debe todo… "A la política se viene
llorado, porque es el más ingrato de los oficios", repiten siempre
ilustres altos cargos. Mi terapeuta me ha contado que a lo largo del tiempo ha
tratado a varios/as políticos que salieron "traumatizados", que no
pudieron asimilar decepciones, ceses imprevistos, falta de agradecimiento y
apoyo, silencios inexplicables, críticas y deslealtades de presuntos/as amigos
para los que no encontraban justificación humana posible y sí un brote de
crueldad inimaginable en su época dorada de nombramiento. Lejos de ser una
excepción, además, es un comportamiento generalizado cuya asimilación depende
del escudo protector de cada uno/a, de la distancia que se tome con el poder o
de la capacidad de relativizar.
Los periodistas que
llevamos tiempo en esto, de hecho, cuando criticamos la prepotencia o el
desprecio por la prensa de algunos altos cargos en plena sobredosis de poder,
siempre nos recordamos los unos a las otras: "Llevamos años viendo pasar
‘cadáveres’ como el de tal o cual político/a; ellos se van, nosotras
seguimos".
Efectivamente,
llevamos años viendo pasar ‘cadáveres’, tantos del PP como del PSOE. Por eso me
resulta tan infantil la crítica de los dirigentes del Partido Popular a
Sánchez, como si ellos y ellas fueran hermanitas de la Caridad que atienden residencias
de políticos despechados en palacios y con todos los gastos pagados. Voy a
hacer memoria de algunos casos que aún estremecen a esta plumilla por su
especial crueldad e indiferencia, todos ellos vinculados a la corrupción
estructural que el PP no se sacude de encima ni matándola a lo San Valentín.
La alcaldesa de
Valencia Rita Barberá fue amiga, confidente y apoyo de Mariano Rajoy en las
peores etapas de éste, cuando perdió el 14 de marzo de 2004 frente a José Luis
Rodríguez Zapatero tres días después de unos atentados que el PP trató de
atribuir rastreramente a ETA, precisamente, para no perder las generales,
manipulando el dolor infinito de un país en shock. Barberá, uno de los máximos
referentes del PP de todos los tiempos, estuvo al lado de Rajoy frente a una
Esperanza Aguirre hinchada de poder en Madrid y que aspiraba a presidir España
con su corte de batracios. Cuando saltaron los casos de corrupción en el País
Valencià, con Rajoy ya en La Moncloa, Barberá fue expulsada del partido, sus mensajes
privados de WhatsApp pidiendo apoyo al partido filtrados a la prensa desde la
sede nacional del PP y su nombre, sustituido por el archiconocido "Esa
señora de la que usted me habla". La alcaldesa de Valencia, fuente de
votos y poder para el PP hasta que cayó en desgracia, murió sola en un hotel de
Madrid frente al Congreso, mientras su familia acusaba a Rajoy de haber dado la
espalda a una persona para la que el partido lo era todo. Ése fue su error.
Miguel Blesa fue
compañero de pupitre de José María Aznar en el colegio de El Pilar, en Madrid.
A la sombra de este exjefe del Ejecutivo, fue una de las personas más
influyentes y poderosas del ámbito empresarial español como presidente de Caja
Madrid (hoy Bankia) Fue parte decisiva de eso que se llama "poder
fáctico", fuera de las instituciones elegidas democráticamente. Apoyó a
Aznar en todo, su amigo, compañero de colegio, de oposiciones,… Cuando estalló
la crisis de las cajas de ahorros, Blesa quedó expuesto como un corrupto de
manual, pisó la cárcel, su fortuna escandalosa fue embargada. Se pegó un tiro
con una escopeta en una finca. Su nombre y su atildada presencia se habían
borrado de las bocas y las mentes de los dirigentes del PP cuando empezaron los
escándalos, incluido Aznar. No hubo apoyo personal ni, por supuesto, político
para el amigo de la infancia.
Los casos de Luis
Bárcenas, Pablo Crespo, Francisco Granados, Ignacio González, Jorge Fernández
Díaz o Dolores de Cospedal -valedora y muñidora del liderazgo de un Casado que
hoy la trata como a una apestada- son otras constataciones de lo ingrato de la
política, de su dehumanización, aunque no tienen el componente dramático de los
finales de Barberá o Blesa. Y ni se trata de justificar a los corruptos, sino
de retratar a sus ‘amigos’.
Hay otros casos
fuera del PP, claro que sí, en todos o casi todos los partidos, probablemente;
pero que el PP, con el historial de traiciones que arrastra, vea matanzas en
cambios de Gobierno -siempre ingratos, o si no, que se lo pregunten a Margallo,
amigo personal de Rajoy- demuestra también que se hay una costumbre generaliza
desde estos ámbitos a tomarnos por gilipollas. Y eso sí que no.
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