NACHO CANO, MÁRTIR
El productor musical Nacho Cano
ofrece declaraciones a los medios, en Madrid (España).- Ricardo Rubio / Europa
Press
Nacho
Cano siempre ha sido un enigma. Por ejemplo,
no se entiende muy bien por qué aporreaba los teclados con los brazos abiertos,
como si estuviera haciendo equilibrios sobre la barra de un pentagrama,
mostrando el pechamen a la concurrencia y sin importar mucho dónde aterrizaran
los dedos. Estaba claro que le importaba más la imagen que el sonido,
por eso no dejaba de ir al peluquero tres días a la semana en lugar de recibir
clases de piano, solfeo y gramática. Tampoco está muy claro por qué acumulaba
sintetizadores uno encima de otro, como si fuese Keith Emerson en el
IKEA, cuando, para tocar lo que toca, con un trompisón tiene de sobra.
En el pifostio que se ha montado esta semana, a raíz de su visita a una comisaría, han salido a la luz unos desagradables comentarios por parte de los detractores de Mecano, comentando la mierda de letras que se gastaban, pero sin hacer apenas alusiones a la música, que es donde verdaderamente reside el delito. Para que te gustara Mecano había que ser muy pijo o muy sordo. Por suerte, la policía en España no tiene jurisdicción sobre atentados artísticos, porque en tal caso Nacho Caso llevaría décadas entre rejas, haciéndole compañía al resto de los representantes de la Movida.
El
caso es que el martes lo llamaron a declarar durante el curso de una
investigación sobre la contratación de migrantes en situación irregular para
su musical Malinche y entonces Nacho Cano explotó y dijo en una histérica
rueda de prensa que a quien hay que investigar es a la policía.
Que, entre otras cosas, son unos criminales que no saben tratar ni a un gran
artista ni a una señora mayor. Lo cierto es que, con muchos menos motivos que
estas declaraciones incendiarias, hay gente que lleva años pudriéndose en la
cárcel. Por lo visto, a los becarios les pagaban 500 euros mensuales por un
curro de 10 horas al día, lo que viene a salir a poco menos de dos euros la
hora. Tanto en el plano económico como en el artístico, les habría salido más
rentable ponerse a fregar escaleras.
Nadie
ha entendido que Nacho Cano estaba llevando al límite su afán por reproducir
las condiciones de vida de los esclavos mexicanos en los tiempos de Hernán
Cortés. Los pobres becarios no sólo cobraban una miseria, sino que, para
colmo, día tras día, tenían que tragarse enterito el musical Malinche. Cuando,
al coste de ocho millones y pico de euros a cargo del erario público, Nacho
Cano intentó levantar una pirámide azteca de 29 metros en Hortaleza, la guinda
del pastel habría sido concluir el espectáculo con la evisceración pública de
un becario y su cabeza cortada rodando escaleras abajo. Entre patrocinios de RENFE y subvenciones
millonarias proporcionadas por el dedo libertario de Ayuso, habla de
persecución política mientras vive como si fuese Wagner en Bayreuth,
componiendo el Anillo del Nibelungo a la sombra de Luis II de Baviera, en lugar
de Nacho Cano componiendo sus canciones de mierda.
Después
del padre, la madre, el hermano, el novio, el ex novio, ahora a Ayuso se
le escapa el canario. Como ya no sabe dónde meterse, se inventa que Nacho
Cano es víctima de una conspiración estalinista por parte del sanchismo,
con tan mala suerte que suelta la chorrada el mismo día en que se publica que el gobierno de Rajoy espió a 55 diputados de Podemos
durante 2016 en una investigación policial encubierta que sale
clavadita a una operación de la KGB. Ahora ya sabemos por qué Nacho Cano tocaba
(es un decir) en los conciertos con los brazos abiertos y el torso al aire:
estaba prefigurando su crucifixión en vivo y en directo.
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