BEGOÑO Y MARIANA
Manifestantes durante la llegada a
los juzgados de Plaza Castilla
de Begoña Gómez. - Eduardo Parra /
Europa Press
Una de las
paradojas más llamativas que me he encontrado en la siempre paradójica
existencia es la mala educación de la gente formada en las más altas esferas
académicas, frente a los buenos modales que suelen vestir aquellos que apenas
pudieron estudiar primaria porque de vez en cuando tenían que varear aceitunas
con doce años, arrancar a mano patatas terroneras o pastorear ganado en horas
lectivas.
Si entre el jornalero Diego Cañamero y el trajeado Rafael Hernando hubiera de elegir al preceptor de los hijos que no tengo, sin duda elegiría al chaval que con ocho años trabajaba desde su amanecer hasta la anochecida espantando pájaros de los campos de arroz de Isla Mayor, Sevilla. Supongo que habréis colegido que es Cañamero.
Desde el Pujol
enano, habla castellano, hasta el actual Begoño no tiene coño podría
colmar este modesto artículo de improperios, insultos, injurias, denuestos y
otras lindezas de nuestra malhablada fascistería.
Quizá la palma
del agravio se la lleve Irene Montero, cuyas rodillas presuntamente desgastadas
para alcanzar el escaño fueron el cénit de la iniquidad y el nádir de la
inteligencia. La gracieta no solo se escuchó en sede parlamentaria y en radios
y teles, sino que también se publicó en un poema escrito por un magistrado en
la revista de la asociación de jueces Francisco de Victoria, fachas hasta el
pico del aguilucho.
A pesar de que
hubo denuncia, el juez poeta Lorenzo Pérez San Francisco y la prestigiosa
revista fueron absueltos. Y con el agravante de que el poemilla incurre en
flagrante delito de difamación: Irene Montero seguía siendo la pareja de Pablo
Iglesias. ¿Y si Irene Montero abre un día la revista de la Asociación de Jueces
Francisco de Victoria, cual es su costumbre, y encuentra el maledicente
sonetillo? No olvidéis que en lo hondo de cualquier lideresa se reprime una
Othello. Podría pensar Irene en un áspid. O en una ponzoña o tósigo fatalmente
apiolante para acabar con el infiel. ¿Cómo una mujer española, y de armas
tomar, va a permanecer impasible ante una afrenta marital que le desvela, desde
las más altas instancias del Estado, un juez, con lo ilustrísimos que son
nuestros incólumes togados? ¿Cómo va una simple ministra a dudar de la palabra
de un juez, y más si es español?
Ese ignominioso
juez podría haber provocado un sangriento aquelarre entre Montero e Iglesias en
plan La Guerra de los Roses, pero en morado. Y ya van sobraditos de
disturbios los de Podemos para digerir una nueva escisión gore.
El caso es que
salidas de tono de rancio baboseo sexual como las citadas no he escuchado jamás
desde la izquierda. Y nunca han faltado motivos. Todos los periodistas ancianos
hemos escuchado testimonios sobre las violentas aficiones prostibularias de
cierto exministro franquista que después se subió, aunque poco ágilmente, al
carro de la democracia. Y ahí permaneció muchos años, en carro oficial.
En la tierra de
otro de esos caballeros, eran voz pópuli sus encuentros furtivos en un
aparcamiento subterráneo frecuentado por otros furtivos de secretas
inclinaciones homosexuales. Hubo quien intentó vender a periodistas testimonios
de algunos de sus amantes (me incluyo). Ni el panfleto más suicida y
descerebrado cayó en la tentación de insinuarlo jamás.
Tenemos más
educación y debemos conservarla, aunque nos vayan en ello las ventas.
Uno de los
ganchos para alimentar audiencia más miserables contra un político de derechas,
precisamente viene de un periodista (sic) de derechas, Federico Jiménez
Losantos, que gustaba de apodar a Mariano Rajoy como maricomplejines,
sugiriendo cortedad de carácter y equívoca identidad sexual. Da asco
recordarlo. Puede ser que no sea tanto el bulo como la mala educación lo que
está crispando tanto el mundo. Uno empieza cometiendo un simple asesinato y
acaba perdiendo los modales en la mesa, parafraseando al maestro.
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