NI ÁNGELES NI DEMONIOS,
TOCAPELOTAS
Adolescentes jugando.- UNICEF
No sé qué relación tienen con personas adolescentes, si la vida les ha arrastrado a un espacio lleno de ellas, si tienen hijas, sobrinas, nietas o parientes cercanas o lejanas, si fueron adolescente hace poco y se acuerdan, o viven completamente apartadas de este grupo social. Yo ando frecuentándolas, por razones que no incumben, y si tuviera que definirlas lo tengo claro: irritantes. Las personas adolescentes son básicamente insoportables. A ver, a mi me encantan, me rechifla escucharlas y retarlas y perderme en una serie de palabrerías locas que no entiendo. Me maravillan sus cambios de humor, y sus inseguridades y seguridades, improbables todas ellas, incongruentes, locas. Me fascina lo importante que es para ellas lo que para mi es nimio. En muchos casos me sacan de quicio y al mismo tiempo me recuerdan de donde vengo.
Según
la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es el período de
crecimiento que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta,
entre los 10 y 19 años. No son niños pequeños pero no son mayores, y de verdad
solo hace falta tratar con ellos para darse cuenta.
No
sé si es porque vivimos en una sociedad envejecida y rancia o porque
cada vez la gente tiene menos hijos, que se olvida que la adolescencia es una
etapa especialmente importante pero que revierte de una enorme vulnerabilidad. Cuidar
la adolescencia es indispensable si queremos tener una sociedad sana y rica.
Y el caso es que esta es una labor difícil porque es una etapa vital muy
complicada y hay que tener mucha paciencia y saber fluir, ser empáticas y
generosas, igual que queremos que estas personas lo sean en un futuro.
Hay
personas adolescentes que reciben todo lo que necesitan en sus casas, pero hay
muchas otras que no. Hay mucha soledad entre la adolescencia. Hay familias en
las que el trabajo de los progenitores es incompatible con la vida en común.
Hay familias rotas que no existen. Y hay familias que ven partir a sus hijas
e hijos todavía pequeños en busca de una vida mejor, a otro país. Y esas
personas adolescentes que son extremadamente valientes llegan a un sitio donde
les piden que sean mucho mejores que el resto. Le piden que sean ángeles. Le
prohíben que tenga el menor desliz, que cometan imprudencias. Tienen que ser
cautelosas, dignas, perfectas, si no serán calificadas de demonios. Pero todas
sabemos, y si no debemos recordarlo, que lo que realmente son es unas
tocapelotas. Eso, cuando juegan en la selección española, se aplaude. Pero,
fuera del campo, no podemos olvidar que es indispensable respetar esa
condición, esa impertinencia cargada de audacia que hace de este grupo algo
mágico.
Podemos
construir una juventud excepcional, como se está comentando a todas horas estos
días. Pero para ello hace falta proporcionar los recursos necesarios en
educación y cuidados con el fin de que la magia no solo dependa de ellas.
No se trata de caridad, se trata de inversión, de inteligencia socioeconómica.
Y luego, también, es cuestión de inteligencia emocional, esa que construye un
mundo más bello y sostenible, un mundo mucho mejor.
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