ROSA REGÀS, EL PÉTALO LIBRE
VIRGINIA P.
ALONSO
Rosa Regàs, en
la cocina de su casa
Ay, Rosa. Rosa querida de mis amores y mis entretelas. Cuántas veces hablamos de la muerte sabiendo que en realidad de lo que hablábamos era de la vida. Tenías la certeza de que estaba cerca y de que no tenía remedio, así que la esperabas con ese aplomo tuyo que me descolocaba y que a veces tornaba en gesto serio tu sonrisa picarona, la que ponías girando los ojos chispeantes hacia arriba, la que dejaba asomar a la Rosa traviesa, divertida, y terminaba con tus manos, ya deformadas por la artrosis pero aún de una delicadeza extrema, posándose, una sobre otra, encima de la manta que cubría tus piernas.
Ay,
Rosa, Rosa querida de mis amores. Qué privilegio haber compartido horas y más
horas contigo al abrigo de la ampelopsis verde hoy, roja ayer, sin hojas
mañana... Siempre llueve cuando vamos. Y escampa. "Pues claro, cómo no va
a escampar, Virginie", dirías. "¿Te apetece un gintonic?".
Casi
un siglo vieron tus ojos. Y qué siglo, Rosa, querida. Naciste tres años antes
de que comenzara la Guerra Civil y el exilio de tus padres lo marcó todo. Pero
no eras tú muy de maximalismos, salvo en la cosa política, si me lo permites, y
que viva la República, que sé que te troncharías de la risa si ahora me
leyeras.
En
la otra cosa, la cotidiana, la de la vida, la de la nieta, la hija, la esposa,
la amante, la madre, la hermana, la abuela, la amiga, la bisabuela, la
escritora, la traductora, la editora, la directora, la anfitriona, todo lo recordabas
como lo que había sido: apasionante, divertido, fascinante, doloroso. Nada por
encima de lo demás, salvo por los rigores de la pura cronología. Y por algún
silencio que otro. "Eso te lo cuento luego, Virginie". Pero cuando
llegaba "luego", el silencio se ensanchaba, casi tanto como el cielo
estrellado sobre la masía de Llofriu.
Eras
consciente de lo excepcional de tu existencia, aunque en tu relato todo
resultaba de una naturalidad pasmosa. Como si haber hecho confesiones maritales
junto a Jordi Pujol y señora estuviera a la orden del día; o empezar a estudiar
furtivamente una carrera universitaria cuando ya tenías dos hijos y 22 años (en
1955, ojo; y luego vendrían tres hijos más); o tomarte copas en el Bocaccio con
Juan Marsé, Carles Barral, Oriol Bohigas o Colita; o escribir tu primera novela
con 58 años y ganar el premio Nadal tres años más tarde; o escaparte al
carnaval del Río y regresar a las 24 horas; o dirigir la Biblioteca Nacional; o
tener un burro llamado César en homenaje a cierto ministrillo...
Ay,
Rosa; Rosa, querida. La primera vez que estuve frente a ti me sentí pequeña al
lado de tu cuerpo menudo a pesar de sacarte dos cabezas. Pequeña por estar
junto a una mujer que había hecho y dicho siempre lo que le había dado la real
gana. No sé bien qué me asustaba, ahora soy otra (¿recuerdas?). Y de alguna
manera lo soy gracias a ti, gracias a esa libertad, exuberante y fresca como el
agua de la alberca, que te acompañó hasta el final porque era tan parte de ti
como tú de ella. Hacer posible lo imposible se convirtió en tu seña de
identidad. Y fue. Al escucharte todo parecía fácil, casi inexorable. Pero no lo
era, Rosa: naciste en 1933 y fuiste mujer. No pudo serlo. Y creo que por eso te
convertiste en espejo, en casa, en lugar al que regresar una y otra vez, y del
que salir más fuerte y también más libre.
Fuera
hacía un sol radiante mientras hablábamos y Cristina cocinaba uno de sus
arroces con alcachofas. Ya habías leído la prensa y en la mesita junto a tu
sillón tenías un ejemplar de Le Monde Diplomatique y varios libros. Esperábamos
a gente para comer, porque tu casa era sitio de encuentro y disfrute: hijos,
nietos, amigos, amigas, editores, periodistas, políticos, escritores. Mi
pregunta no te gustó y, tras el gesto adusto, dejaste caer los párpados y te
dormiste.
Al
despertar, respondiste: "En Catalunya no tengo ningún reconocimiento
porque he escrito siempre en castellano. Aunque ellos no lo admitirán
nunca". ¿Por qué eliges escribir en castellano? "Porque es lo que
sabía hacer. Yo aprendí a hablar en francés [cuando sus padres se exiliaron a
Francia]. Cuando volví aquí tenía cinco años y aprendí a hablar en catalán,
poquito, porque yo no estaba en mi casa, estaba en un colegio de monjas. Todo
lo que estudié fue en castellano y por eso escribí en castellano. Me ven como
catalana de pura cepa y precisamente por esto el castigo es mayor, porque
siendo catalana de pura cepa escribo en castellano. Este es el legado de Jordi
Pujol".
Hace
tres semanas me hiciste un encargo. Creo que tú misma sabías que no podía dar
respuesta a semejante petición, pero te encantaba ponernos a prueba,
inteligentemente provocadora hasta el final. Y ahora se acabó, querida Rosa de
mis amores y mis entretelas, se acabó siquiera la oportunidad de hacerte una
propuesta tan descabellada como lo era tu reclamo y provocarte una carcajada y
un "esto es tronchante, Virginie".
Ay,
Rosa, querida. Rosa brillante, Rosa serena, Rosa vibrante, Rosa en esencia.
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