martes, 16 de julio de 2024

PEDRO SÁNCHEZ, UNA DÉCADA DE JUDO CON PODEMOS


PEDRO SÁNCHEZ, UNA DÉCADA DE

 JUDO CON PODEMOS

DIARIO RED

Habiendo, por fin, sustituido a Podemos por una versión mucho más manejable, Pedro Sánchez, 10 años después de haber sido elegido secretario general del PSOE, ya puede volver a dirigir la mirada hacia la derecha como siempre quiso

Este sábado, el PSOE celebraba el 10º aniversario desde que Pedro Sánchez se convirtiera por primera vez, el 13 de julio de 2014, en su secretario general. Un mes y medio antes, en las elecciones europeas del 25 de mayo de ese mismo año, el tablero político español había cambiado para siempre, poniendo fin a más de tres décadas de bipartidismo casi perfecto. Por primera vez desde la consolidación del sistema del turno a principios de los años 80 del siglo pasado, la suma de votos del PP y el PSOE bajó del 50%. La onda expansiva del estallido popular del 15M de 2011, en el que una gran parte de la ciudadanía reaccionó con indignación ante las políticas de austeridad y recorte que tanto populares como socialistas impusieron al país después de la estafa masiva de la así llamada 'crisis financiera' de 2008, llegó aquel 25 de mayo de 2014 al plano electoral, muy singularmente con la irrupción de Podemos con un 8% de los votos y cinco eurodiputados. Aquel día, tanto el sistema dinástico del turno como el PSOE —su pilar central— entraron en una trayectoria que muchas de las fuerzas vivas del régimen del 78 entendieron que podría ser de demolición y rápidamente se empezaron a mover las principales piezas

Apenas ocho días después de aquellas elecciones europeas, Mariano Rajoy anunciaba la voluntad de Juan Carlos I —cuya reputación estaba incinerada después del escándalo de Botswana— de abdicar en su hijo Felipe VI. Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces el secretario general del PSOE, asumió como su última misión al frente del partido pactar con el PP una Ley Orgánica exprés que mantuviera la prevalencia del varón en la sucesión a la Corona, evitando así que la infanta Elena fuera proclamada reina y garantizando la continuidad de la monarquía. La operación, que seguramente estaba preparada desde hacía tiempo, fue precipitada, obviamente, por la aparición de Podemos en la escena política. Después de cumplir con su obligación para con el régimen, Rubalcaba anunció que dejaría su acta de diputado y abandonaría definitivamente la política. Así, el 13 de julio de 2014 —hace 10 años y un día—, Pedro Sánchez vencía por un 49% de los votos frente a un 36% a Eduardo Madina y se convertía en secretario general del PSOE. Es vox populi que Susana Díaz y una parte de la vieja guardia del PSOE apoyaron a Sánchez en aquella contienda entendiendo que se trataba de un líder de transición que se dejaría manejar y que guardaría el sillón caliente hasta que la andaluza pudiera dar el salto a Madrid. Sin embargo, no fue esto en absoluto lo que ocurrió.

Ya en las europeas de 2014 el PSOE había perdido un 25% de sus votantes hacia Podemos. En las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 —después de que los morados se hubiesen hecho con las principales alcaldías del país en mayo de ese mismo año—, la sangría de votos de los socialistas hacia los de Pablo Iglesias fue todavía mayor. Con un 20,7% y 5,2 millones de votos, Podemos y sus confluencias estuvieron a punto de sobrepasar al PSOE en su primera contienda electoral después de las europeas. Los de Sánchez obtuvieron un 22% y 5,5 millones de votos en su peor resultado desde 1982. Aunque Podemos se mostró dispuesto, ya entonces, a formar un gobierno de coalición, y aunque la mayoría parlamentaria que finalmente hizo presidente a Sánchez en 2018 ya existía —prueba de ello es que Rajoy ni siquiera quiso presentarse a la investidura a pesar de haber sido el partido más votado—, el líder del PSOE rechazó alcanzar un acuerdo de gobierno con los 69 diputados morados y apostó, en cambio, por cerrar un pacto por la derecha con los 40 escaños de Ciudadanos e intentar presionar mediáticamente a la dirección de Podemos para que apoyara su investidura, quedándose fuera del gobierno y a cambio de un acuerdo programático. Aunque el sector de Iñigo Errejón —en esos momentos muy poderoso dentro de Podemos— así como buena parte de la progresía mediática trabajaron duramente para que Albert Rivera fuera el vicepresidente de Sánchez, las bases de los morados se expresaron contundentemente en contra de esta posibilidad, Sánchez obtuvo apenas 130 votos a favor de su investidura frente a 219 en contra y España se dirigió a la repetición electoral.

Para las elecciones generales del 26 de junio de 2016, Podemos consiguió llegar a un acuerdo de coalición con la Izquierda Unida de Alberto Garzón y ampliar aún más el ámbito de sus confluencias. De ese acuerdo, surgió la candidatura de Unidos Podemos. Aunque muchas encuestas pronosticaron el sorpasso y aunque el PSOE perdió 5 escaños respecto de la anterior cita electoral, la subida de los morados a un 21,15% de los votos y 71 escaños les colocó todavía ligeramente por detrás del primer partido del bloque progresista. Sin embargo —y como acabó demostrando la moción de censura exitosa en 2018—, las elecciones volvían a arrojar una mayoría plurinacional suficiente como para formar un gobierno de coalición entre el PSOE y Podemos Aunque esta vez Mariano Rajoy sí aceptó presentarse a la investidura, la aritmética parlamentaria que acabamos de describir hacía inevitable su fracaso: 170 votos a favor frente a 180 votos en contra, en primera y en segunda votación. Como las fuerzas vivas del régimen ya habían comprobado que no podían doblegar a las bases de Podemos ni siquiera contando con la colaboración interna de la corriente errejonista, decidieron en este momento utilizar medicina más fuerte. Algunos días después de la investidura fallida de Rajoy, Felipe González disparaba la primera bala desde la Cadena SER, llamando mentiroso a Sánchez y afirmando que le había prometido que el PSOE se iba a abstener para hacer presidente al líder del PP. A partir de ahí todo el aparato y la vieja guardia socialista se movilizan y los acontecimientos se suceden vertiginosamente. El 28 de septiembre de 2016, 17 miembros de la ejecutiva del PSOE dimiten para forzar la dimisión de Sánchez, quien, sin embargo, no se va. El 1 de octubre se produce un caótico Comité Federal en el que la oposición a Sánchez —liderada por Susana Díaz y apoyada por todos los cañones mediáticos del Grupo Prisa— consigue acabar con él mientras Antonio García Ferreras dirige un especial de varias horas regocijándose con el magnicidio. Una vez quebrado el PSOE, Mariano Rajoy decide volver a presentarse a la investidura y, esta vez, con la abstención de 68 de los 84 diputados socialistas, se convierte finalmente en presidente del Gobierno. Aunque Pedro Sánchez había anunciado que votaría que no, entregó su acta antes de la votación para no tener que incumplir el mandato del Comité Federal.

Este gesto político así como la abierta adopción de un discurso de izquierdas imitando los postulados de Podemos son los dos puntales en los que Pedro Sánchez basa su campaña para volver al liderazgo del PSOE después de su defenestración

Este gesto político así como la abierta adopción de un discurso de izquierdas imitando los postulados de Podemos son los dos puntales en los que Pedro Sánchez basa su campaña para volver al liderazgo del PSOE después de su defenestración. En la historia político-mediática de España está la entrevista que dio a Jordi Évole en un bar confesándole que los dueños de Prisa le habían advertido de que irían contra él si intentaba llegar a un acuerdo con Podemos. A pesar de tener a todo el viejo aparato en contra, así como a toda la progresía mediática, Pedro Sánchez consigue derrotar a Susana Díaz por un amplio margen en las primarias que se celebraron el 21 de mayo de 2017, recuperando así la secretaría general del PSOE. Como ha contado Pablo Iglesias en varias entrevistas, una destacada figura socialista le envió un mensaje ese día diciéndole "las primarias las habéis ganado vosotros". Después de vencer contundentemente a su oposición dentro del partido, Pedro Sánchez llevó a cabo una serie de reformas estatutarias que —junto al apartamiento de todos los elementos de la vieja guardia— le permitieron detentar el control absoluto de la organización de ahí en adelante.

A pesar de todo ello, en 2017 y en 2018, Sánchez todavía se resistía a la posibilidad de gobernar en coalición con Podemos y tuvieron que sean los morados los primeros que presentaron una moción de censura contra Rajoy para demostrar que el mantra que repetía el PSOE de que "no daban los números" era mentira. Con los mismos números que habían arrojado las elecciones del 26 de junio de 2016 y con los mismos números con los que el PSOE no quiso apoyar a Pablo Iglesias en la moción de censura que se presentó en 2017, con exactamente el mismo hemiciclo, Pedro Sánchez fue investido por primera vez presidente del gobierno de España en la moción de censura que se vio obligado a presentar en mayo de 2018 después de que se conociera la sentencia de la Gürtel. Como han relatado numerosos analistas, Sánchez no quería en realidad dar ese paso y, de hecho, fue Iglesias el principal operador político que —hablando con los diferentes partidos y tejiendo una hábil estrategia— consiguió sacar de la Moncloa al PP. Sin embargo, Sánchez decidió aprovechar la situación para formar un gobierno del PSOE en solitario, dejando fuera a Podemos. Los morados advirtieron de que esto era un error, que dejaba al gobierno con una base parlamentaria enormemente débil de apenas 84 escaños (menos de la cuarta parte de la cámara) y, efectivamente, Sánchez no fue capaz ni siquiera de aprobar sus primeros Presupuestos Generales del Estado, precipitando el final de la legislatura y la repetición electoral el 28 de abril de 2019. No obstante, fue en esa negociación presupuestaria cuando Podemos pudo ejercer por primera vez su influencia parlamentaria en la gobernabilidad del Estado, arrancando, entre otras cosas, la mayor subida del salario mínimo de la historia: de 735,9€ a 900€, más de un 22%.

Aunque Unidas Podemos retrocede en las elecciones generales del 28 de abril, pasando de 71 escaños a 42, la posición táctica de los morados se mantiene al volverse a repetir la mayoría progresista y plurinacional contraria a un gobierno de derechas y con Podemos como elemento clave para la gobernabilidad. A pesar de ello, Pedro Sánchez sigue resistiéndose a aceptar el peso democrático de los de Pablo Iglesias y busca inicialmente un acuerdo con Rivera; un acuerdo que, esta vez, sí habría tenido mayoría parlamentaria pero que el entonces líder de Ciudadanos rechaza de plano con la idea de intentar superar al PP en una eventual repetición electoral. Descartado el acuerdo por la derecha debido a la negativa de Rivera, a Sánchez no le queda más remedio que intentar al menos simular una negociación con Podemos. Durante la primavera y el verano de 2019, el secretario general del PSOE pone en marcha toda una maquinaria de presión mediática enfocada, primero, a intentar imponer un acuerdo programático con un gobierno de partido único de los socialistas y, después, a medida que las semanas iban pasando, un gobierno de coalición con un violento veto explícito al candidato de sus socios —"no podría dormir con el señor Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros"—, con representación exigua para Podemos y sin apenas competencias en los ministerios que se ofrecían. Como parte adicional de la presión, la progresía mediática afín al PSOE decide impulsar con toda su fuerza a la escisión creada por Errejón después de su traición a Podemos de la mano de Manuela Carmena y, de hecho, la posibilidad de que Más País pudiera robar una cantidad significativa de los votos de los morados en una repetición electoral se utiliza repetidamente como amenaza por parte de las negociadoras de Sánchez. A pesar de que los sectores de Unidas Podemos que ahora se hallan integrados en Sumar maniobraron aquellos días para que se aceptara una posición subordinada al PSOE, el núcleo de dirección de Podemos en torno a Iglesias se mantiene firme y no acepta la imposición antidemocrática. Así, el 25 de julio de 2019, la investidura de Pedro Sánchez resultó fallida y España se dirigió a la repetición electoral del 10 de noviembre de ese mismo año. A pesar de que La Sexta llegó a publicar encuestas que daban más de 20 escaños a Errejón, apenas obtuvo 2, y, aunque Unidas Podemos bajó de 42 a 35 escaños, las posiciones tácticas de cada uno se mantuvieron intactas y, ahora con Ciudadanos prácticamente desaparecido, Pedro Sánchez no tuvo más remedio, esta vez, que aceptar por la fuerza —"con Rivera no", cantaban las bases del PSOE en Ferraz la noche electoral— la voluntad popular expresada en las urnas y formar el primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia en España.

Aunque durante esa legislatura se consiguieron los mayores avances sociales de las últimas décadas con la aprobación de más de 200 leyes, en ningún momento Pedro Sánchez dejó de buscar la posibilidad de completar la mayoría parlamentaria por la derecha con los 10 escaños de los —ya moribundos— naranjas en lo que el PSOE y sus altavoces mediáticos bautizaron elogiosamente como 'geometría variable'. Aunque, al principio, Podemos consigue evitar la tendencia de Sánchez hacia el centro, todo cambia con la marcha de Pablo Iglesias a las elecciones de Madrid y su posterior salida de la política institucional. Aunque la propuesta de Iglesias es que Yolanda Díaz —si así lo deciden las militancias de los respectivos partidos, como dice en su vídeo de despedida— se ponga al frente de Unidas Podemos para recuperar alguna de las alianzas que se habían ido desgajando y así aumentar la potencia electoral del espacio, tanto Pedro Sánchez como Díaz coinciden en que están ante la mejor oportunidad para eliminar de la ecuación a los morados. El primero, porque ese lleva siendo su objetivo principal desde 2014. La segunda, porque así pretende volver a la situación de la izquierda previa a ese año, en la cual Podemos no existía y eran otros los que dirigían políticamente el espacio. De esta manera y mediante la operación Sumar, los morados son progresivamente arrinconados en el gobierno —veto a Victoria Rosell para renovar el CGPJ, ofensiva contra Irene Montero y la Ley solo sí es sí de la mano del PP, apoyo del envío de armas españolas a Ucrania por parte de Sánchez, Díaz, Garzón y los Comunes—, son minimizados en las elecciones autonómicas y municipales de 2023 —con Yolanda Díaz incluso apoyando candidaturas contrarias—, son relegados en las papeletas de las elecciones generales del 23 de julio de ese año y, finalmente, son expulsados del gobierno después de la investidura de Sánchez en noviembre.

Una vez consumada la operación y habiendo, por fin, sustituido a Podemos por una versión mucho más manejable, Pedro Sánchez, 10 años después de haber sido elegido secretario general del PSOE, ya puede volver a dirigir la mirada hacia la derecha como siempre quiso. Mientras la amenaza del crecimiento electoral de los morados estuvo encima de la mesa, mientras los de Iglesias podían romper la mayoría de gobierno ante las veleidades derechistas, solamente llegó a intentar a acuerdos no con el PP directamente, sino con su marca blanca naranja. Mientras Podemos estuvo fuerte, nunca Sánchez se atrevió a hacer lo que ha hecho en las últimas semanas. 10 años después de ponerse al frente del PSOE con la misión de restaurar el sistema bipartidista del régimen del 78, Pedro Sánchez por fin piensa que tiene la fuerza política para hacerlo. Eso es lo que significa el acuerdo de Gran Coalición con el PP para repartirse el Poder Judicial y reformarlo por la derecha que se va a votar la próxima semana en el Congreso, eso es lo que significa que abrace tan abiertamente el furor bélico de la OTAN, cierre acuerdos migratorios con el fascismo italiano o no haga nada para parar el genocidio en Gaza, y es así como se cierra el círculo de la última década. 10 años después de que el bipartidismo estallara por los aires unas semanas antes de que Sánchez fuera elegido por primera vez como líder del PSOE, el presidente piensa que es posible llevar a cabo un cierre de régimen y tiene toda la voluntad del mundo para hacerlo. Lo único que puede permitir que esta hoja de ruta fracase y que siga abierta la posibilidad de construir un país mejor y más justo para la gente trabajadora es que la tendencia electoral que se hizo visible en las elecciones europeas de hace un mes siga intensificándose y al PSOE no le quede más remedio que seguir haciendo judo con Podemos durante —al menos— una década más.

 

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