PEDRO SÁNCHEZ, UNA DÉCADA DE
JUDO CON PODEMOS
DIARIO RED
Habiendo, por fin, sustituido a Podemos por una versión mucho más manejable, Pedro Sánchez, 10 años después de haber sido elegido secretario general del PSOE, ya puede volver a dirigir la mirada hacia la derecha como siempre quiso
Este sábado, el PSOE celebraba el 10º aniversario desde que Pedro Sánchez se convirtiera por primera vez, el 13 de julio de 2014, en su secretario general. Un mes y medio antes, en las elecciones europeas del 25 de mayo de ese mismo año, el tablero político español había cambiado para siempre, poniendo fin a más de tres décadas de bipartidismo casi perfecto. Por primera vez desde la consolidación del sistema del turno a principios de los años 80 del siglo pasado, la suma de votos del PP y el PSOE bajó del 50%. La onda expansiva del estallido popular del 15M de 2011, en el que una gran parte de la ciudadanía reaccionó con indignación ante las políticas de austeridad y recorte que tanto populares como socialistas impusieron al país después de la estafa masiva de la así llamada 'crisis financiera' de 2008, llegó aquel 25 de mayo de 2014 al plano electoral, muy singularmente con la irrupción de Podemos con un 8% de los votos y cinco eurodiputados. Aquel día, tanto el sistema dinástico del turno como el PSOE —su pilar central— entraron en una trayectoria que muchas de las fuerzas vivas del régimen del 78 entendieron que podría ser de demolición y rápidamente se empezaron a mover las principales piezas.
Apenas
ocho días después de aquellas elecciones europeas, Mariano Rajoy anunciaba la
voluntad de Juan Carlos I —cuya reputación estaba incinerada después del
escándalo de Botswana— de abdicar en su hijo Felipe VI. Alfredo Pérez
Rubalcaba, entonces el secretario general del PSOE, asumió como su última
misión al frente del partido pactar con el PP una Ley Orgánica exprés que
mantuviera la prevalencia del varón en la sucesión a la Corona, evitando así
que la infanta Elena fuera proclamada reina y garantizando la continuidad de la
monarquía. La operación, que seguramente estaba preparada desde hacía tiempo,
fue precipitada, obviamente, por la aparición de Podemos en la escena política.
Después de cumplir con su obligación para con el régimen, Rubalcaba anunció que
dejaría su acta de diputado y abandonaría definitivamente la política. Así, el
13 de julio de 2014 —hace 10 años y un día—, Pedro Sánchez vencía por un 49% de
los votos frente a un 36% a Eduardo Madina y se convertía en secretario general
del PSOE. Es vox populi que Susana Díaz y una parte de la vieja guardia del
PSOE apoyaron a Sánchez en aquella contienda entendiendo que se trataba de un
líder de transición que se dejaría manejar y que guardaría el sillón caliente
hasta que la andaluza pudiera dar el salto a Madrid. Sin embargo, no
fue esto en absoluto lo que ocurrió.
Ya en las
europeas de 2014 el PSOE había perdido un 25% de sus votantes hacia Podemos. En
las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 —después de que los
morados se hubiesen hecho con las principales alcaldías del país en mayo de ese
mismo año—, la sangría de votos de los socialistas hacia los de Pablo Iglesias
fue todavía mayor. Con un 20,7% y 5,2 millones de votos, Podemos y sus
confluencias estuvieron a punto de sobrepasar al PSOE en su primera contienda
electoral después de las europeas. Los de Sánchez obtuvieron un 22% y 5,5
millones de votos en su peor resultado desde 1982. Aunque Podemos se mostró
dispuesto, ya entonces, a formar un gobierno de coalición, y aunque la mayoría
parlamentaria que finalmente hizo presidente a Sánchez en 2018 ya existía
—prueba de ello es que Rajoy ni siquiera quiso presentarse a la investidura a
pesar de haber sido el partido más votado—, el líder del PSOE rechazó alcanzar
un acuerdo de gobierno con los 69 diputados morados y apostó, en cambio, por
cerrar un pacto por la derecha con los 40 escaños de Ciudadanos e intentar
presionar mediáticamente a la dirección de Podemos para que apoyara su
investidura, quedándose fuera del gobierno y a cambio de un acuerdo programático.
Aunque el sector de Iñigo Errejón —en esos momentos muy poderoso dentro de
Podemos— así como buena parte de la progresía mediática trabajaron duramente
para que Albert Rivera fuera el vicepresidente de Sánchez, las bases de
los morados se expresaron contundentemente en contra de esta posibilidad,
Sánchez obtuvo apenas 130 votos a favor de su investidura frente a 219 en
contra y España se dirigió a la repetición electoral.
Para las
elecciones generales del 26 de junio de 2016, Podemos consiguió llegar a un
acuerdo de coalición con la Izquierda Unida de Alberto Garzón y ampliar aún más
el ámbito de sus confluencias. De ese acuerdo, surgió la candidatura de Unidos
Podemos. Aunque muchas encuestas pronosticaron el sorpasso y aunque el
PSOE perdió 5 escaños respecto de la anterior cita electoral, la subida de los
morados a un 21,15% de los votos y 71 escaños les colocó todavía ligeramente
por detrás del primer partido del bloque progresista. Sin embargo —y como
acabó demostrando la moción de censura exitosa en 2018—, las elecciones volvían
a arrojar una mayoría plurinacional suficiente como para formar un gobierno de
coalición entre el PSOE y Podemos Aunque esta vez Mariano Rajoy sí aceptó
presentarse a la investidura, la aritmética parlamentaria que acabamos de describir
hacía inevitable su fracaso: 170 votos a favor frente a 180 votos en contra, en
primera y en segunda votación. Como las fuerzas vivas del régimen ya habían
comprobado que no podían doblegar a las bases de Podemos ni siquiera contando
con la colaboración interna de la corriente errejonista, decidieron en
este momento utilizar medicina más fuerte. Algunos días después de la
investidura fallida de Rajoy, Felipe González disparaba la primera bala desde
la Cadena SER, llamando mentiroso a Sánchez y afirmando que le había prometido
que el PSOE se iba a abstener para hacer presidente al líder del PP. A partir
de ahí todo el aparato y la vieja guardia socialista se movilizan y los
acontecimientos se suceden vertiginosamente. El 28 de septiembre de 2016, 17
miembros de la ejecutiva del PSOE dimiten para forzar la dimisión de Sánchez,
quien, sin embargo, no se va. El 1 de octubre se produce un caótico Comité
Federal en el que la oposición a Sánchez —liderada por Susana Díaz y apoyada
por todos los cañones mediáticos del Grupo Prisa— consigue acabar con él
mientras Antonio García Ferreras dirige un especial de varias horas
regocijándose con el magnicidio. Una vez quebrado el PSOE, Mariano
Rajoy decide volver a presentarse a la investidura y, esta vez, con la abstención
de 68 de los 84 diputados socialistas, se convierte finalmente en presidente
del Gobierno. Aunque Pedro Sánchez había anunciado que votaría que no,
entregó su acta antes de la votación para no tener que incumplir el mandato del
Comité Federal.
Este gesto político así como la
abierta adopción de un discurso de izquierdas imitando los postulados de
Podemos son los dos puntales en los que Pedro Sánchez basa su campaña para
volver al liderazgo del PSOE después de su defenestración
Este gesto
político así como la abierta adopción de un discurso de izquierdas imitando los
postulados de Podemos son los dos puntales en los que Pedro Sánchez basa su
campaña para volver al liderazgo del PSOE después de su defenestración. En la
historia político-mediática de España está la entrevista que dio a Jordi Évole
en un bar confesándole que los dueños de Prisa le habían advertido de que irían
contra él si intentaba llegar a un acuerdo con Podemos. A pesar de tener a todo
el viejo aparato en contra, así como a toda la progresía mediática, Pedro
Sánchez consigue derrotar a Susana Díaz por un amplio margen en las primarias
que se celebraron el 21 de mayo de 2017, recuperando así la secretaría general
del PSOE. Como ha contado Pablo Iglesias en varias entrevistas, una
destacada figura socialista le envió un mensaje ese día diciéndole "las
primarias las habéis ganado vosotros". Después de vencer contundentemente
a su oposición dentro del partido, Pedro Sánchez llevó a cabo una serie de
reformas estatutarias que —junto al apartamiento de todos los elementos de la
vieja guardia— le permitieron detentar el control absoluto de la organización
de ahí en adelante.
A pesar de
todo ello, en 2017 y en 2018, Sánchez todavía se resistía a la posibilidad de
gobernar en coalición con Podemos y tuvieron que sean los morados los primeros
que presentaron una moción de censura contra Rajoy para demostrar que el mantra
que repetía el PSOE de que "no daban los números" era mentira. Con
los mismos números que habían arrojado las elecciones del 26 de junio de 2016 y
con los mismos números con los que el PSOE no quiso apoyar a Pablo Iglesias en
la moción de censura que se presentó en 2017, con exactamente el mismo
hemiciclo, Pedro Sánchez fue investido por primera vez presidente del
gobierno de España en la moción de censura que se vio obligado a presentar en
mayo de 2018 después de que se conociera la sentencia de la Gürtel. Como
han relatado numerosos analistas, Sánchez no quería en realidad dar ese paso y,
de hecho, fue Iglesias el principal operador político que —hablando con los
diferentes partidos y tejiendo una hábil estrategia— consiguió sacar de la
Moncloa al PP. Sin embargo, Sánchez decidió aprovechar la situación
para formar un gobierno del PSOE en solitario, dejando fuera a Podemos. Los
morados advirtieron de que esto era un error, que dejaba al gobierno con una
base parlamentaria enormemente débil de apenas 84 escaños (menos de la cuarta
parte de la cámara) y, efectivamente, Sánchez no fue capaz ni siquiera de
aprobar sus primeros Presupuestos Generales del Estado, precipitando el final
de la legislatura y la repetición electoral el 28 de abril de 2019. No
obstante, fue en esa negociación presupuestaria cuando Podemos pudo ejercer por
primera vez su influencia parlamentaria en la gobernabilidad del Estado,
arrancando, entre otras cosas, la mayor subida del salario mínimo de la
historia: de 735,9€ a 900€, más de un 22%.
Aunque
Unidas Podemos retrocede en las elecciones generales del 28 de abril, pasando
de 71 escaños a 42, la posición táctica de los morados se mantiene al volverse
a repetir la mayoría progresista y plurinacional contraria a un gobierno de
derechas y con Podemos como elemento clave para la gobernabilidad. A pesar de ello, Pedro Sánchez sigue resistiéndose a aceptar el peso
democrático de los de Pablo Iglesias y busca inicialmente un acuerdo con
Rivera; un acuerdo que, esta vez, sí habría tenido mayoría parlamentaria pero
que el entonces líder de Ciudadanos rechaza de plano con la idea de intentar
superar al PP en una eventual repetición electoral. Descartado el acuerdo por
la derecha debido a la negativa de Rivera, a Sánchez no le queda más remedio
que intentar al menos simular una negociación con Podemos. Durante la primavera
y el verano de 2019, el secretario general del PSOE pone en marcha toda una
maquinaria de presión mediática enfocada, primero, a intentar imponer un
acuerdo programático con un gobierno de partido único de los socialistas y,
después, a medida que las semanas iban pasando, un gobierno de coalición con un
violento veto explícito al candidato de sus socios —"no podría dormir con
el señor Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros"—, con representación
exigua para Podemos y sin apenas competencias en los ministerios que se
ofrecían. Como parte adicional de la presión, la progresía mediática afín al
PSOE decide impulsar con toda su fuerza a la escisión creada por Errejón
después de su traición a Podemos de la mano de Manuela Carmena y, de hecho, la
posibilidad de que Más País pudiera robar una cantidad significativa de los
votos de los morados en una repetición electoral se utiliza repetidamente como
amenaza por parte de las negociadoras de Sánchez. A pesar de que los sectores
de Unidas Podemos que ahora se hallan integrados en Sumar maniobraron aquellos
días para que se aceptara una posición subordinada al PSOE, el núcleo
de dirección de Podemos en torno a Iglesias se mantiene firme y no acepta la
imposición antidemocrática. Así, el 25 de julio de 2019, la investidura de
Pedro Sánchez resultó fallida y España se dirigió a la repetición electoral del
10 de noviembre de ese mismo año. A pesar de que La Sexta llegó a publicar
encuestas que daban más de 20 escaños a Errejón, apenas obtuvo 2, y, aunque
Unidas Podemos bajó de 42 a 35 escaños, las posiciones tácticas de cada uno se
mantuvieron intactas y, ahora con Ciudadanos prácticamente desaparecido, Pedro
Sánchez no tuvo más remedio, esta vez, que aceptar por la fuerza —"con
Rivera no", cantaban las bases del PSOE en Ferraz la noche electoral— la
voluntad popular expresada en las urnas y formar el primer gobierno de
coalición desde la recuperación de la democracia en España.
Aunque
durante esa legislatura se consiguieron los mayores avances sociales de las
últimas décadas con la aprobación de más de 200 leyes, en ningún momento Pedro
Sánchez dejó de buscar la posibilidad de completar la mayoría parlamentaria por
la derecha con los 10 escaños de los —ya moribundos— naranjas en lo que el PSOE
y sus altavoces mediáticos bautizaron elogiosamente como 'geometría variable'.
Aunque, al principio, Podemos consigue evitar la tendencia de Sánchez hacia el
centro, todo cambia con la marcha de Pablo Iglesias a las elecciones de Madrid
y su posterior salida de la política institucional. Aunque la propuesta de
Iglesias es que Yolanda Díaz —si así lo deciden las militancias de los
respectivos partidos, como dice en su vídeo de despedida— se ponga al frente de
Unidas Podemos para recuperar alguna de las alianzas que se habían ido
desgajando y así aumentar la potencia electoral del espacio, tanto
Pedro Sánchez como Díaz coinciden en que están ante la mejor oportunidad para
eliminar de la ecuación a los morados. El primero, porque ese lleva siendo
su objetivo principal desde 2014. La segunda, porque así pretende volver a la
situación de la izquierda previa a ese año, en la cual Podemos no existía y
eran otros los que dirigían políticamente el espacio. De esta manera y mediante
la operación Sumar, los morados son progresivamente arrinconados en el gobierno
—veto a Victoria Rosell para renovar el CGPJ, ofensiva contra Irene Montero y
la Ley solo sí es sí de la mano del PP, apoyo del envío de armas españolas a
Ucrania por parte de Sánchez, Díaz, Garzón y los Comunes—, son minimizados en
las elecciones autonómicas y municipales de 2023 —con Yolanda Díaz incluso
apoyando candidaturas contrarias—, son relegados en las papeletas de las
elecciones generales del 23 de julio de ese año y, finalmente, son expulsados del
gobierno después de la investidura de Sánchez en noviembre.
Una vez
consumada la operación y habiendo, por fin, sustituido a Podemos por una
versión mucho más manejable, Pedro Sánchez, 10 años después de haber sido
elegido secretario general del PSOE, ya puede volver a dirigir la mirada hacia
la derecha como siempre quiso. Mientras
la amenaza del crecimiento electoral de los morados estuvo encima de la mesa,
mientras los de Iglesias podían romper la mayoría de gobierno ante las
veleidades derechistas, solamente llegó a intentar a acuerdos no con el PP
directamente, sino con su marca blanca naranja. Mientras Podemos estuvo fuerte,
nunca Sánchez se atrevió a hacer lo que ha hecho en las últimas semanas. 10
años después de ponerse al frente del PSOE con la misión de restaurar el
sistema bipartidista del régimen del 78, Pedro Sánchez por fin piensa que tiene
la fuerza política para hacerlo. Eso es lo que significa el acuerdo de Gran
Coalición con el PP para repartirse el Poder Judicial y reformarlo por la derecha
que se va a votar la próxima semana en el Congreso, eso es lo que significa que
abrace tan abiertamente el furor bélico de la OTAN, cierre acuerdos migratorios
con el fascismo italiano o no haga nada para parar el genocidio en Gaza, y es
así como se cierra el círculo de la última década. 10 años después de que el
bipartidismo estallara por los aires unas semanas antes de que Sánchez fuera
elegido por primera vez como líder del PSOE, el presidente piensa que
es posible llevar a cabo un cierre de régimen y tiene toda la voluntad del
mundo para hacerlo. Lo único que puede permitir que esta hoja de ruta
fracase y que siga abierta la posibilidad de construir un país mejor y más
justo para la gente trabajadora es que la tendencia electoral que se hizo
visible en las elecciones europeas de hace un mes siga intensificándose y al
PSOE no le quede más remedio que seguir haciendo judo con Podemos durante —al
menos— una década más.
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