SOLO NOS QUEDA PROTESTAR
Periodista
El presidente del Gobierno, Pedro
Sánchez, comparece durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los
Diputados.- Eduardo Parra / Europa Press
Tenemos unas tragaderas del calibre del Guadiana. Hace ya más de nueve años, cuando el Marianísimo Rajoy aprobó la Ley Mordaza, los grupos de la oposición se rasgaron las túnicas con ademanes ofendidos y se llenaron de promesas, esto no puede ser, esto no hay quien lo aguante, tenemos que llevarnos al PP por delante. "La Ley Mordaza durará lo mismo que el Ejecutivo de Rajoy", decía entonces Pedro Sánchez. "En cuanto lleguemos al Gobierno será derogada". Pues nada, son ya seis añazos de dominio sanchista y aquí seguimos deshojando margaritas. Con la boca entrecerrada, eso sí, para que no nos multen.
Dicen
que lo prometido es deuda pero tenemos una casta política de pésimos pagadores.
Cómo es posible, quisiera yo saber, que aquello que antaño fue un consenso unánime
necesite ahora de tantas florituras. Ocurrió con la derogación de la reforma
laboral, un compromiso categórico que poco a poco fue descafeinándose y acabó
como el rosario del aurora, bendecido con la rúbrica de la patronal y el
entusiasmo de Ciudadanos. La zarzuela se repite ahora con el plan de
regeneración democrática. Yolanda Díaz dice que se derogará la Ley
Mordaza y Pilar Alegría le sale al paso con los delitos por injurias.
Adónde vas, manzanas traigo.
A
estas alturas de la tabarra, atribuirle al PP la paternidad de la Ley Mordaza
es a todas luces una licencia poética. Rajoy mantuvo la norma en vigor durante
tres años. Sánchez lleva ya seis años administrándola con cifras de
plusmarquista. Véase la recaudación multimillonaria de los días de
pandemia. Por el camino, organismos internacionales de todo pelo y color han
repetido que el Código Penal y la Ley de Seguridad Ciudadana cercenan
derechos civiles, coartan la libertad de expresión y ponen las más
inaceptables zancadillas a la libertad de expresión y reunión. El
objetivo siempre fue acotar la protesta social y sofocar las disidencias.
Las
mordazas tejidas en 2015 eran hijas bastardas de la crisis de 2008 y ejercieron
el cometido de acompañar la austeridad y los recortes. Basta echar una ojeada
al ensayo democraticida de Milei en Argentina para entender la
estrategia de los dirigentes liberales: con una mano desvalijan los
recursos públicos y con la otra dan rienda suelta a los antidisturbios,
encarcelan a los manifestantes y consagran la impunidad de la Policía. La
historia nos enseña que los procesos de acumulación de capital no son
pacíficos. No hay desposesión de las clase populares sin protesta y no hay
protesta sin mecanismos disciplinarios, cargas lacrimógenas, arbitrariedad
policial y juicios sumarísimos.
No
es posible entender la Ley Mordaza sin explicar al mismo tiempo la mutación que
han experimentado las Fuerzas de Orden Público en España. Por una parte, el procés
catalán despertó en la Guardia Civil y en la Policía Nacional una mitología
reaccionaria de patrioterismo y porra fácil. A por ellos. Que nos dejen
actuar. En 2019, las marchas por la equiparación salarial ya servían de
trampolín al trío de Colón. Por el camino florecieron como los hongos las
cofradías policiales de signo ultraderechista, que de una forma poco disimulada
homologaban sus discursos a los de Vox. En 2021 y 2023, la derecha política
y los jusapoles tomaron Madrid con lemas a favor de la Ley Mordaza.
La
Ertzaintza exhibe un proceso paralelo de radicalización. No solo ha germinado
un movimiento desbocado de agentes "asindicales", sino que las
propias asociaciones de la Policía autonómica veneran la actual Ley de
Seguridad Ciudadana. En 2016, la mayoría del Parlamento vasco dictaminó que
la Ertzaintza no debía aplicar la Ley Mordaza. Los ertzainas, ya se sabe,
dijeron tururú y tiran de sanciones una media de dieciséis veces al día. De
hecho, no fueron la Guardia Civil ni la Policía Nacional sino la Ertzaintza
el primer cuerpo que multó a un periodista por difundir imágenes de la
detención de una activista.
¿Por
qué traigo la Ertzaintza al debate? Porque en este eterno Día de la Marmota, el
Congreso ya ha hecho un amago de revertir la Ley Mordaza. En la pasada
legislatura, el Gobierno de Sánchez apalabró con el PNV una reforma de
índole cosmética a sabiendas de que no contaba con la mayoría necesaria. Las
culpas recayeron sobre ERC y EH Bildu, que hacían hincapié en la
arbitrariedad policial, las devoluciones en caliente o las pelotas de goma. En
el fondo borbotea una sospecha: la presión de los lobbies policiales, tanto de
la Guardia Civil y de la Policía Nacional como de la Ertzaintza, forzaron a PNV
y PSOE a tirar por la calle de en medio y ahorrarse nuevas broncas.
A
todo esto, solo cabe preguntarse de qué sirve votar si los parlamentos
agachan la cerviz ante cualquier poder aledaño. ¿De qué soberanía dispone
el Congreso si en última instancia van a cortar el bacalao los jueces más
obsoletos, los corrillos policiales, la patronal, Antonio García Ferreras o
Florentino Pérez? El Presidente puede escribir una carta pública, desaparecer
de la faz de la tierra durante cinco días y lamentarse de que los digitales
mentirosos mienten y la lluvia moja. Pero conviene también asumir
responsabilidades y expandir la perspectiva. No todos los damnificados se
llaman Begoña.
Ahora
sabemos que la policía patriótica de Rajoy espió a los diputados de
Unidas Podemos en los tiempos revueltos de la promulgación de la
Ley Mordaza. ¿Pero qué ha hecho la policía patriótica de Sánchez con sus infiltrados
en los movimientos sociales? ¿Acaso no existen todavía hoy ficheros de carácter
ideológico sobre ciudadanos que no son sospechosos de haber cometido ningún
delito? ¿En qué demonios piensan la Policía Nacional y la Fiscalía cuando
acusan a los activistas climáticos de terrorismo? ¿Cómo es posible que haya
seis jóvenes de Zaragoza en prisión sin otro fundamento que un testimonio
policial contradictorio?
En
2021, la chavalada del colectivo Aroztak acampó en un bosquedal del valle
navarro de Baztan para impugnar el proyecto de Aroztegia, que prometía un hotel
de lujo, un campo de golf y doscientas viviendas de veraneo. Ahora los
tribunales imputan a siete vecinos con acusaciones de organización criminal
y les reclaman un total de veinte años de cárcel y una propina de 56.000 euros.
Un eco pálido del caso Altsasu que no ocupa portadas. Las mordazas más
eficaces se ciñen en silencio, resisten todas las promesas electorales y pasan
intactas de gobierno en gobierno igual que una dolencia hereditaria. Solo nos queda
protestar. Y ya ni eso.
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