'EL BLUES DEL ESCLAVO' NO ES
DE NACHO CANO
PACO TOMÁS
Ricardo Rubio / Europa Press
Confieso que en
el mismo instante en el que tuve conocimiento de la detención de Nacho Cano por
contratar, presuntamente, inmigrantes en situación irregular para su musical Malinche,
en Madrid, las bromas empezaron a correr como la pólvora en el grupo de wasap
de las amigas. Poníamos titulares a la noticia con canciones de Mecano. La
fuerza del destino, El blues del esclavo o Busco algo barato.
Ese mismo día, hasta bien entrada la medianoche, seguíamos descojonados de la
risa. "Te dije Nacho hazme un contrato y tú contestastes que no".
En España tenemos la capacidad de hacer bromas ingeniosas con temas conflictivos pero, a las horas, siento que hemos convertido la tragedia o el escándalo en un meme, en un chiste que desvaloriza la mala acción. Si nos reímos, si da para broma, no puede ser tan malo. Y nos equivocamos.
Ese mismo día
empezaron a llegarme mensajes de chicos y chicas que habían sufrido a Nacho
Cano y aquello dejó de tener gracia. Lo primero que sentí es que estábamos ante
un nuevo ejemplo de ese tipo de empresario del espectáculo que levanta un
imperio a base de imponer el terror al despido y la precariedad en sus
condiciones laborales. No hace falta que dé nombres, ¿verdad?
Las historias
que cuentan las personas, todas muy jóvenes, que se han cruzado con Malinche
en algún momento de su trayectoria son denunciables en Inspección de Trabajo.
Todas. Y lo más indecente, como siempre, es el abuso de poder sobre los
trabajadores más vulnerables, en un contexto laboral complejo e inestable. O lo
que es lo mismo, el uso miserable de esa fórmula abusiva que se dio en llamar
"contrato en prácticas" o "en formación". Un cajón de
sastre en el que cabían tantas injusticias e ilegalidades que el Gobierno tuvo
que meter mano y crear un insuficiente Estatuto del Becario con el que Nacho
Cano, al parecer, solía asearse todas las mañanas.
Porque en este
país, los empresarios consideran al becario, mano de obra barata. Es la persona
que va a cuadrar la plantilla cuando llegan las vacaciones. Y si es posible,
con escasa o nula remuneración. Eso sí, el nivel de exigencia al máximo, que
así es el mundo laboral en el que se forjan los futuros emprendedores. Arcada.
Y si a eso añadimos que esas personas "becadas" son personas
migrantes, ya tenemos lista la tierra fértil para que el empresario sin
escrúpulos siembre la semilla de la esclavitud 4.0. Porque en Malinche,
emulando el más puro de los procederes colonialistas, se vende la explotación
como emancipación. Se ofrece una beca de formación, preparándote para actuar
con un nivel de exigencia máximo pero cobrando 300 euros mensuales. Mano de
obra barata. Con ensayos de diez horas al día, de lunes a sábado, impidiéndote
así buscar un trabajo extra fuera de la producción, pero -¡oh, qué bueno es el
señorito blanco!- permitiendo que pongas copas en el Templo Canalla del patrón
para sumar 500 euros mensuales. "Durururú, lo de ser esclavo, durururú,
no lo trago, durururú, me tiene frito, durururú, tanto trabajar, de sol a sol,
las tierras del maldito señorito", que cantaba Mecano.
No es un caso
puntual. Es el modus operandi de la producción. De ahí que se le investigue por
un delito contra los derechos de los trabajadores y por un delito contra los
derechos de los ciudadanos extranjeros. Por eso ya se conocía en la profesión
el caso de los bailarines que, después de dos horas y media de espectáculo,
tenían que hacer de gogós en el Templo Canalla, un local de copas adjunto al
show, sabiendo que si se negaban correrían la misma suerte que la bailarina que
empezó a sentirse mal durante un ensayo, con fuertes vómitos, y cuando dijo que
se iba a casa le respondieron: "Pues ya no hace falta que vuelvas". O
sea, a la profesión no le ha sorprendido nada la noticia. "Mucho han
tardado", es la respuesta más común. De ahí que los castings de Malinche sean
constantes. No porque eso sea lo habitual en los espectáculos musicales, que lo
es, sino porque las condiciones laborales son tan infames que hay más
trabajadores huyendo que público pagando entrada.
Pero aquí Nacho
Cano no es el único responsable. Hay una corresponsabilidad en sus jefes de
producción, de contratación, en los cargos de responsabilidad del staff del
musical. Juegan el papel de colaboradores necesarios en esas malas prácticas.
El día que entendamos que un cargo de responsabilidad en la empresa no
significa que dejes de ser clase obrera y que el respeto de las condiciones y
derechos laborales de tus compañeros, sea cual sea su escala laboral, es tan
importante como el tuyo, quizá podamos empezar a luchar contra este perfil de
empresario.
Si ya era un
despropósito, en plena época de conciencia global anticolonialista, montar un
musical que habla de la violación de una cría de quince años a manos del
colonizador como una historia de amor entre México y España, emular al gran
salvador blanco a base de tener a personas migrantes en precario, entrando en
España con visado de turista, viviendo en un hostal, en habitaciones
compartidas, trabajando a destajo, cobrando en efectivo (apuesto que en un
sobre), creyendo que se están formando, engañadas porque sus permisos de
residencia están caducados, es repugnante. Celebrar la diversidad, dice Nacho
Cano. La diversidad en B. Como los invernaderos de Almería.
Cuando alguien
se aprovecha de la situación de vulnerabilidad de un trabajador para sacarle
rédito económico a su empresa solo se puede sentir una vomitiva repulsa. Pero,
oye, si no te gusta, ahí tienes la puerta. Nadie te obliga a estar aquí. Esa es
la libertad que predica Nacho Cano. La misma que aplaude Javier Milei y que
premia Isabel Díaz Ayuso. Y que en la bochornosa rueda de prensa, como quien
desata el amok, diga en su defensa que todo esto lo provoca una bailarina
problemática... ¡acabáramos! Que resulta que si le dices a tu jefe que te haga
un contrato y que tienes unos derechos como trabajadora, eres problemática. Durururú.
Ver a
diecisiete jóvenes, en la rueda de prensa, obligados a dar la cara por el
patrón, respaldando sus desvaríos, asumiendo, con su presencia, las
ilegalidades del jefe, rompía el corazón. Era una estampa propia de Los
santos inocentes. Por cierto, que la letra de El blues del esclavo no
es de Nacho Cano. Es de José María Cano. A ver si su hermano ya nos estaba
avisando...
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