HIPOCRESÍA OLÍMPICA
DIARIO RED
Viñeta de Luiso García para Diario Red
El COI deja competir en los juegos a un país genocida mientras los comentaristas de la televisión nos regalan acarameladas crónicas sobre el espíritu deportivo, el amor y la paz mundial
En la tarde del pasado viernes, se celebraba la que quizás ha sido la ceremonia de apertura de unos juegos olímpicos más espectacular de la historia. Con la actuación de varios artistas internacionales, con un guion prácticamente de obra de teatro y por primera vez fuera de un estadio, decenas de barcos con las diferentes delegaciones nacionales en sus cubiertas fueron desfilando a lo largo de más de 6 km del río Sena al tiempo que se desplegaba ante los ojos del mundo la imponente lista de monumentos, museos, hitos históricos y demás repertorio cultural que tienen sede en la capital de Francia.
Obviamente
y como ha ocurrido en todas las citas olímpicas que han tenido lugar en la
época moderna desde los de Atenas en 1896, la mirada mundial no solamente
estaba puesta en los deportistas que navegaban por el Sena sino también
en los conflictos y las relaciones internacionales entre los diferentes países
en el momento de celebración de los juegos.
En este
ámbito, quizás el hecho más chocante sea la injustificable
contradicción que supone que se haya prohibido a Rusia participar de esta
edición al mismo tiempo que se ha permitido la participación de Israel.
Dando por
buena la proscripción de los rusos, toda vez que el ejército de Vladimir Putin
ha invadido Ucrania de forma unilateral, anexionándose prácticamente el 20% de
su territorio, resulta imposible de comprender por qué no se ha aplicado el
mismo criterio al caso muchísimo más grave que representa no solo la invasión
de la totalidad de la Franja de Gaza por parte del ejército de Netanyahu sino
—sobre todo y muy especialmente— el hecho de que lo que está haciendo
Israel en los territorios palestinos no es una mera invasión militar sino un
genocidio.
Lo que está haciendo Israel en
los territorios palestinos no es una mera invasión militar sino un genocidio
Siendo
ambas acciones contrarias al derecho internacional y por lo tanto razones más
que suficientes para prohibir la participación de ambos países en la cita
olímpica, si una de las dos es órdenes de magnitud más grave que la
otra es la limpieza étnica que está perpetrando el estado de Israel en Gaza.
Con los crímenes de guerra que ambos países hayan podido cometer, lo de Ucrania
no deja de ser una guerra convencional; con un frente estabilizado, con dos
ejércitos nacionales, organizados y bien pertrechados enfrentándose entre
ellos, y con una relativa protección de la población civil, incluyendo la
apertura y mantenimiento de corredores humanitarios. En el caso de la
franja de Gaza, sin embargo, lo que está haciendo Israel no tiene nada que ver
con una guerra convencional. Para empezar, la dimensión de la matanza es
entre 20 y 40 veces más rápida y más amplia en el caso palestino que en el caso
ucraniano en términos relativos a la población. Si asumimos los datos más
conservadores, estaríamos hablando de que aproximadamente el 2% de la población
de Gaza ha sido asesinada y más del 4% herida de diferente consideración. Si a
esto añadimos las decenas de miles de personas que todavía siguen desaparecidas
debajo de los escombros y todas las que han muerto y van a morir en el futuro
como consecuencia de las enfermedades y del hambre, no es exagerado afirmar que
las cifras pudieran duplicarse. Para comprender la dimensión de este crimen
contra la humanidad, es como si un ejército extranjero hubiera
asesinado a casi 2 millones de españoles y hubiese herido a 4 millones.
Como decimos, las cifras en Ucrania son, como mínimo, un orden de magnitud
menores. Pero es que, además, la destrucción de la Franja de Gaza y el castigo
colectivo contra su población civil hacen que llamar “guerra” a lo que está
ocurriendo allí sea directamente complicidad con el genocidio. Al espeluznante
número de personas asesinadas —la mayoría de ellas mujeres y niños— hay que
añadir la destrucción total o parcial de más del 60% de las viviendas, de casi
la totalidad de los hospitales, las escuelas y las universidades, el corte de
los suministros alimentario, energético, de agua o de las comunicaciones, el
asesinato de más de 150 periodistas o el bombardeo directo a los convoyes
humanitarios.
Según todos
los parámetros convencionales, Israel está llevando a cabo un genocidio y por
eso es absolutamente repugnante que el Comité Olímpico Internacional les haya
permitido formar parte de los juegos al tiempo que ha prohibido la
participación de Rusia. Es más, lejos de demostrar ninguna contención ni
ninguna inclinación hacia la paz, Israel no solo ha seguido asesinando niños
palestinos en las pocas horas desde que han comenzado los Juegos Olímpicos sino
que, además, ha mantenido como abanderado de su delegación al judoca
Peter Paltchik, quien, hace unos meses, firmaba orgulloso las bombas que
luego se utilizaron para llevar a cabo dichos asesinatos y publicaba su gesta
en las redes sociales.
Ninguno somos
inocentes y sabemos perfectamente que, muy especialmente desde mandato de dos
décadas —entre 1980 y 2001— del franquista Juan Antonio Samaranch, el Comité
Olímpico Internacional se ha convertido en una superestructura que, lejos
de estar al servicio del deporte, está completamente subordinada al interés
económico y, por lo tanto, a las grandes potencias. Con numerosos casos de
grave corrupción en su historia reciente y operando en una lógica capitalista,
nadie puede esperar que el COI no actúe con una subordinación total a los
intereses de los Estados Unidos y la Unión Europea, y ya sabemos que tanto los
unos como la otra apoyan sin paliativos el peor genocidio del siglo XXI. Esto
es así y nadie que tenga dos dedos de frente puede, a estas alturas, caerse del
guindo. Pero lo que tampoco se puede permitir es que nadie señale la
hipocresía olímpica que supone dejar competir en los juegos a un país genocida
mientras los comentaristas de la televisión nos regalan acarameladas crónicas
sobre el espíritu deportivo, el amor y la paz mundial.
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