lunes, 29 de julio de 2024

HIPOCRESÍA OLÍMPICA


HIPOCRESÍA OLÍMPICA

DIARIO RED

 

Viñeta de Luiso García para Diario Red

El COI deja competir en los juegos a un país genocida mientras los comentaristas de la televisión nos regalan acarameladas crónicas sobre el espíritu deportivo, el amor y la paz mundial

En la tarde del pasado viernes, se celebraba la que quizás ha sido la ceremonia de apertura de unos juegos olímpicos más espectacular de la historia. Con la actuación de varios artistas internacionales, con un guion prácticamente de obra de teatro y por primera vez fuera de un estadio, decenas de barcos con las diferentes delegaciones nacionales en sus cubiertas fueron desfilando a lo largo de más de 6 km del río Sena al tiempo que se desplegaba ante los ojos del mundo la imponente lista de monumentos, museos, hitos históricos y demás repertorio cultural que tienen sede en la capital de Francia.

Obviamente y como ha ocurrido en todas las citas olímpicas que han tenido lugar en la época moderna desde los de Atenas en 1896, la mirada mundial no solamente estaba puesta en los deportistas que navegaban por el Sena sino también en los conflictos y las relaciones internacionales entre los diferentes países en el momento de celebración de los juegos.

En este ámbito, quizás el hecho más chocante sea la injustificable contradicción que supone que se haya prohibido a Rusia participar de esta edición al mismo tiempo que se ha permitido la participación de Israel.

Dando por buena la proscripción de los rusos, toda vez que el ejército de Vladimir Putin ha invadido Ucrania de forma unilateral, anexionándose prácticamente el 20% de su territorio, resulta imposible de comprender por qué no se ha aplicado el mismo criterio al caso muchísimo más grave que representa no solo la invasión de la totalidad de la Franja de Gaza por parte del ejército de Netanyahu sino —sobre todo y muy especialmente— el hecho de que lo que está haciendo Israel en los territorios palestinos no es una mera invasión militar sino un genocidio.

Lo que está haciendo Israel en los territorios palestinos no es una mera invasión militar sino un genocidio

Siendo ambas acciones contrarias al derecho internacional y por lo tanto razones más que suficientes para prohibir la participación de ambos países en la cita olímpica, si una de las dos es órdenes de magnitud más grave que la otra es la limpieza étnica que está perpetrando el estado de Israel en Gaza. Con los crímenes de guerra que ambos países hayan podido cometer, lo de Ucrania no deja de ser una guerra convencional; con un frente estabilizado, con dos ejércitos nacionales, organizados y bien pertrechados enfrentándose entre ellos, y con una relativa protección de la población civil, incluyendo la apertura y mantenimiento de corredores humanitarios. En el caso de la franja de Gaza, sin embargo, lo que está haciendo Israel no tiene nada que ver con una guerra convencional. Para empezar, la dimensión de la matanza es entre 20 y 40 veces más rápida y más amplia en el caso palestino que en el caso ucraniano en términos relativos a la población. Si asumimos los datos más conservadores, estaríamos hablando de que aproximadamente el 2% de la población de Gaza ha sido asesinada y más del 4% herida de diferente consideración. Si a esto añadimos las decenas de miles de personas que todavía siguen desaparecidas debajo de los escombros y todas las que han muerto y van a morir en el futuro como consecuencia de las enfermedades y del hambre, no es exagerado afirmar que las cifras pudieran duplicarse. Para comprender la dimensión de este crimen contra la humanidad, es como si un ejército extranjero hubiera asesinado a casi 2 millones de españoles y hubiese herido a 4 millones. Como decimos, las cifras en Ucrania son, como mínimo, un orden de magnitud menores. Pero es que, además, la destrucción de la Franja de Gaza y el castigo colectivo contra su población civil hacen que llamar “guerra” a lo que está ocurriendo allí sea directamente complicidad con el genocidio. Al espeluznante número de personas asesinadas —la mayoría de ellas mujeres y niños— hay que añadir la destrucción total o parcial de más del 60% de las viviendas, de casi la totalidad de los hospitales, las escuelas y las universidades, el corte de los suministros alimentario, energético, de agua o de las comunicaciones, el asesinato de más de 150 periodistas o el bombardeo directo a los convoyes humanitarios.

Según todos los parámetros convencionales, Israel está llevando a cabo un genocidio y por eso es absolutamente repugnante que el Comité Olímpico Internacional les haya permitido formar parte de los juegos al tiempo que ha prohibido la participación de Rusia. Es más, lejos de demostrar ninguna contención ni ninguna inclinación hacia la paz, Israel no solo ha seguido asesinando niños palestinos en las pocas horas desde que han comenzado los Juegos Olímpicos sino que, además, ha mantenido como abanderado de su delegación al judoca Peter Paltchik, quien, hace unos meses, firmaba orgulloso las bombas que luego se utilizaron para llevar a cabo dichos asesinatos y publicaba su gesta en las redes sociales.

Ninguno somos inocentes y sabemos perfectamente que, muy especialmente desde mandato de dos décadas —entre 1980 y 2001— del franquista Juan Antonio Samaranch, el Comité Olímpico Internacional se ha convertido en una superestructura que, lejos de estar al servicio del deporte, está completamente subordinada al interés económico y, por lo tanto, a las grandes potencias. Con numerosos casos de grave corrupción en su historia reciente y operando en una lógica capitalista, nadie puede esperar que el COI no actúe con una subordinación total a los intereses de los Estados Unidos y la Unión Europea, y ya sabemos que tanto los unos como la otra apoyan sin paliativos el peor genocidio del siglo XXI. Esto es así y nadie que tenga dos dedos de frente puede, a estas alturas, caerse del guindo. Pero lo que tampoco se puede permitir es que nadie señale la hipocresía olímpica que supone dejar competir en los juegos a un país genocida mientras los comentaristas de la televisión nos regalan acarameladas crónicas sobre el espíritu deportivo, el amor y la paz mundial.

 

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