FEIJÓO, EL HOMBRE
TRANQUILO
El líder del Partido Popular,
Alberto Núñez Feijóo, asiste a un pleno del Congreso de los Diputados. -
EFE/Borja Sánchez-Trillo
Causa mucha desazón y mucha penita ver los malos rollos que hay ahora entre PP y Vox por culpa de unos cuantos menas, con lo bien que se llevaban hasta ahora y la cantidad de gobiernos que compartían. Las mierdas homófobas, los chistes machistas y los lemas racistas todavía los comparten. Bastaba que los patriotas de Vox hubiesen aguantado un poquito el guiñol de Génova para que el electorado ultra no tuviera que quedarse atónito y frotándose los ojos, sentado en primera fila ante un combate de lucha libre más amañado que una tertulia de Sálvame. Alguien ha dicho que las peleas entre Vox y el PP son como las canciones de Pimpinela, que parecían amantes y que en realidad eran hermanos, pero la verdad es que, más que hermanos, son gemelos univitelinos, uña y carne, o más íntimo todavía, uña y roña. Vete a saber cuál es cuál.
El
caso es que Abascal casi no va a poder pegarse con su homólogo, porque ahora
mismo está obligado a disfrutar de la baja de paternidad, tres o cuatro semanas
de baja que van a coincidir con las vacaciones de verano y con la siesta
perpetua en la que consiste su vida laboral. Por cierto, que a Víctor Egío,
diputado de Podemos, lo expulsaron la semana pasada de la Asamblea de Murcia
por acogerse a este mismo permiso de paternidad, bueno, el mismo no, que una
cosa es que Abascal se tumbe a la bartola, como un señor de bien, y otra muy
distinta que lo haga un podemita barbudo. Una lástima, ya que, en esto del
racismo, igual que en tantas otras cosas, Abascal y Feijóo podrían hacer el
papel de Groucho en pijama intentando sorprenderse frente a un espejo, si
fuesen conscientes de su involuntario talento cómico.
En
cuanto a Feijóo, dice que no apoyará la reforma a la Ley de Extranjería por la
sencilla razón de que los españoles tienen derecho a salir tranquilos a la
calle, como si Madrid, Barcelona o Albacete fuesen sucursales de Tijuana,
Pretoria o San Pedro Sula, donde la gente va a comprar el pan a golpe de
machete. Aparte de constituir el centro neurálgico del fascismo, este concepto
de que los migrantes pobres traen aparejada la delincuencia resulta racista
hasta en su aplicación práctica, puesto que ni al PP ni a Vox se les ha oído
una sola queja cuando los que llegaban a España por millares eran refugiados
ucranianos huyendo de la invasión rusa. De momento, más de doscientos mil,
aunque cuentan con la ventaja de ser casi todos altos, rubios y cristianos de
pura cepa.
A
mí, que vivo al lado de Lavapiés, lo de salir tranquilo a la calle me recuerda
mis tiempos de estudiante en Simancas, cuando cruzar el parque de San Blas era
como atravesar un western. Por aquel entonces, a finales de los setenta
y comienzos de los ochenta, la avenida de Guadalajara tenía la fama de ser uno
de los barrios más peligrosos de Europa, y cualquier patriota de pandereta
estaría muy orgulloso de saber que prácticamente todos los ladrones,
traficantes y criminales de la época eran de fabricación nacional. Más
orgulloso todavía al comprobar que, hace unos diez días, en la lista de los
delincuentes más buscados, no había un solo negro, ni un chino, ni un moro, y
que el único extranjero era un sicario colombiano que seguramente entró en
España por vía aérea.
De
todas formas, respecto al tema de la delincuencia, Feijóo sabe de sobra de lo
que habla, puesto que lidera un partido trufado de malhechores de guante blanco
y que, según una sentencia reciente, fue tachado de organización criminal. Qué
no sabrá Feijóo de amistades peligrosas si él mismo pasaba las vacaciones codo
a codo con uno de los mayores narcos de Galicia. El pobre no tenía ni idea de a
lo que se dedicaba su compadre, probablemente porque el muy ladino tenía la
piel blanca y era mayor de edad.
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