LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN ES INCUESTIONABLE
Pedro Sánchez en el Congreso de los
Diputados.
Eduardo Parra / Europa Press
Con
la cabeza caliente y los pies fríos. Así me quedé tras los anuncios para
defender el periodismo "veraz" que el presidente del Gobierno realizó
el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. Lo primero que cabe
preguntarse es qué significa información veraz para un político. Para Pedro
Sánchez o para quien sea. Entre los principales come
tidos de quienes trabajan
en los gabinetes de comunicación de un cargo público se encuentra procurar
dificultar el trabajo de investigación de cualquier periodista que aspire a
meter las narices en su negociado. Periodistas entorpeciendo la labor de
periodistas. Ese es el juego. Así las cosas, cuando un político reclama
información veraz... ¿qué está queriendo decir exactamente?
El
diagnóstico del que parte Sánchez para buscar soluciones es correcto; entre
mentiras, bulos, desinformaciones, propaganda encubierta y extensión del odio
el mundo de la información se ha convertido en un pestilente lodazal. Ni la
digitalización ni las redes sociales han venido para mejorar las cosas,
como en un principio se pensó. Todo eso es tan cierto como que nadie ha dado
aún con la tecla que permita corregir la situación. Ni los expertos en nuevas
tecnologías, ni los teóricos de la comunicación, ni los propios periodistas con
sus asociaciones profesionales, así que, ¿de verdad piensa el presidente del
Gobierno que con sus propuestas puede conseguir que solo circule información
"veraz"?
El
pasado miércoles quedó claro que no. A menos que cuando habló de regeneración,
en su fuero interno estuviera pensando en el término regulación, pero no creo.
A un demócrata nunca se le ocurriría, ¿verdad? ¿O sí? Esto de la libertad de
expresión siempre ha sido y es una molesta ladilla para cualquier poderoso.
Es verdad que algunos medios son una vergüenza, pero ¿qué hacemos, les ponemos
un bozal, tomamos una espada flamígera y los mandamos al silencio de los
infiernos?
Es
cierto que algunos mal llamados periodistas se comportan como entusiastas
sicarios al servicio de antidemócratas, pero ¿qué hacemos, les quitamos a los
enemigos las libertades, en nombre precisamente de la libertad, la posibilidad
de expresarse como les venga en gana? ¿Dónde ponemos los límites? ¿Cómo
asegurarnos de que esos límites no se van a volver contra los demócratas a las
primeras de cambio, en el mismo momento en que los intolerantes lleguen a las
instituciones y se encuentren con ese instrumento en vigor? ¡Menudo chollo para
los vocacionales de la prohibición si ya de antemano ha habido ingenuos que les
han hecho el trabajo sucio!
Sánchez
sabe que meter la mano (legalmente, quiero decir) en los medios de comunicación
no tiene recorrido posible. Desconozco lo que pudo llegar a pasar por su cabeza
en aquellos ya célebres cinco días de silencio y meditación. Si en algún
momento tuvo la tentación de controlar, con lo expuesto la semana pasada en el
Congreso parece claro que se le ha pasado la fiebre. ¿Era necesario reflexionar
tanto para acabar proponiendo que se cumpla la normativa europea que obliga a
los medios a publicar con detalle quiénes son sus propietarios y a todos los
gobiernos, tanto el nacional como los autonómicos o locales, a especificar cómo
se gasta el dinero público en publicidad institucional en esos medios? ¿Es eso
todo?
Es
bueno que se conozcan los detalles y alguna que otra letra pequeña, pero
convengamos que en este tipo de asuntos lo que el personal no sabe con
precisión lo puede intuir: por un lado, que los grandes medios están en manos
de bancos, empresas del Ibex y fondos de inversión internacionales, y por otro,
que lo que se cuenta en ellos obedece, faltaría más, a los intereses de sus
dueños. Que los políticos anden por la vida convencidos de que los medios
públicos forman parte del kit al que tienen derecho cuando ganan unas
elecciones es también muy difícil de combatir. Trabajo complicado y la
mayor parte de las veces estéril, doy fe.
Si
hay gente mintiendo en los informativos, si hay presentadoras metiendo el miedo
en el cuerpo por si te ocupan la casa, si hay periódicos infames cuyas portadas
no dicen una verdad ni por equivocación es porque los dueños de esos medios
permiten que tal cosa suceda. Los medios como fenómeno cómplice del lawfare
no son un algo ni nuevo ni único, está ocurriendo en medio mundo. ¿Y aquí
queremos ponerle puertas al campo?
No
hay directiva europea ni acuerdo global, si existiera, que pueda poner fin sin
más a este encanallamiento. Seguro que existe
una solución, seguro que más pronto o más tarde la encontraremos, pero mientras
tanto no nos queda otra que defender el derecho a la libertad de expresión con
uñas y dientes. Cualquier otra opción será siempre peor, no hay duda.
Toca
suscribir aquella idea que alguien atribuyó a Voltaire con estas o parecidas
palabras: "Odio con todas mis fuerzas lo que está usted diciendo, pero
defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo".
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