LA DANZA DE LA OSCURIDAD. (NARRATIVA)14
DUNIA SANCHEZ
Y el aislamiento comienza, serpentea por mi cintura hasta llegar a mis sienes. Me aíslo cuando la noche retoza con el brío de una luna voluminosa, que se expande a lo largo de las horas. Y como digo soy frío. Aunque en ciertas veces no me conozca y el impulso de sus labios alumbren mi cuello inagotablemente como cascada que no cesa. Y es que a veces nos enamoramos y también a veces lo dejamos aunque el amor no sea vencido solo, por causas ajenas en nuestro transito en la verdadera caricia. Cierro la ventana, corro cortinas y me siento en el sillón, un halito de la rosa negra que agrieta mi pared me viene ahora que no deja que la fugaz fragancia del nocturno no dejo que entre. Ahora, la hallo, con sus ojos observando cada movimiento en la conversación de los cuerpos, de la tibieza del aliento, de los besos. Un túnel del tiempo me atrae y como succionada me inyecta en su entereza. Todo es luminosidad, un brinco de aves nocturnas revoloteando en mi silencio.
La danza del querer se agita y escala hasta mi
vientre, un impulso arrebatado hace que mi pulso se acelere y la observo.
Observo su andar con mis labios cosidos. Intento hablar y no puedo. Intento
abrazarla y no puedo. Intento dialogar con sus manos y no puedo. Desoigo cada
pedazo de cielo cuando nosotras nos miramos por primera vez. Y me convenzo de
que ese amor no ha acabado, ni tan quisiera ha empezado. Enciendo una
lamparilla que posa en la pequeña mesa al lado del sillón y me entrego a unos
poemas, unos acabados, otros no. Intento escribir algo y no puedo, el
agotamiento de quererla me censura cualquier detalle sobre una hoja en blanco.
Me levanto. Voy a la cocina y enciendo la luz del pasillo. La rosa negra que
agrieta la pared parece mustia, una melancolía insólita que no logro
comprender. En esta ruta de nuestro tiempo nos complicamos y buscamos la
complicidad en un cavilar insensato. Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me
quiere. Termino bebiendo un vaso de agua del grifo de la cocina. Quieta,
apoyada en el fregadero mojo mi cara. La luna entra por la ventana con su halo
blanco bañando toda la cocina. Y me siento agraciada. Por unos momentos que
serán inmortales para mí, la pienso, la acojo, la beso. Una historia que no
tiene cabida en lo cotidiano en el sollozar de mis manos. Y mis manos lloran. Y
mis manos tiemblan. Y mis manos envejecen. Y mis manos se cansan. Y mis manos
se envuelve en brumas inhospitables. Y mis manos quieren cantar y no pueden. Y
cierro los ojos. Y cierro la emoción. Y cierro mis sentidos. Y cierro la
cortina de la cocina. Y la luna también calla. Y la luna también me abandona. Y
la luna también me aísla. Y la luna también huye. Y todo se vuelve gélido. Y la
fetidez de la ausencia viene. Viene por ese túnel imantándome...CONTINUARÁ
No hay comentarios:
Publicar un comentario