EL CIRCO SIN PAN
DAVID BOLLERO
El presidente del Real Madrid,
Florentino Pérez, durante los actos de celebración. - Instagram @realmadrid
El fútbol consigue lo que no logra la política, el activismo o la misma lucha por las libertades civiles. Alcanza lo que ningún otro deporte; es irracional, inexplicable, excesivo. El sábado pasado, cuando el Real Madrid se alzó con su decimocuarta Copa de Europa, cerca de 400.000 personas se congregaron en la plaza de Cibeles de la capital, llevadas en volandas por una pasión y una entrega que difícilmente genera la defensa de la Sanidad o la Educación Pública.
Los prolegómenos
del partido ya apuntaban que si se consumaba la victoria la celebración sería
de aúpa. Si en una ciudad como Málaga, los bares con terraza y televisión ya
contaban con todas sus mesas reservadas e, incluso, hubo pequeños espectáculos
pirotécnicos de aficionados merengues en la playa, imaginen en Madrid.
No tiene sentido
buscarle una explicación, no al menos racional, porque no la hay. El caso del
Real Madrid, además, es particularmente excepcional, porque se trata de un club
que hace mucho tiempo que vendió su alma al diablo del capital y, sin embargo,
conserva su espíritu. Abandonó casi por completo la cantera y optó por comprar
su identidad, a sus ídolos a golpe de talonario... ya saben, eso de que toda
estrella recién llegada confiesa que quería lucir esa camiseta desde su más
tierna infancia. La victoria lo justifica todo y desata la alegría exacerbada,
como la derrota también abre la espita de una inquina desmedida.
El baño de
madridismo que se ha vivido el pasado fin de semana reunió a ricos y pobres,
gente de izquierda y de derecha, analfabetos y doctorados... algo que no
consigue aglutinar ninguna otra causa; no desde luego con la misma facilidad
que el fútbol, pues como hemos visto en otras ocasiones no es patrimonio único
del Real Madrid, también sucede con equipos de segunda división.
Y aunque tenga algo
de irracional, uno trata de explicarse por qué la defensa de la Sanidad Pública
no encuentra una respuesta social igual. Ya no digo otras causas democráticas,
como el feminismo o la lucha contra la violencia de género, que la
extrema-derecha ha intoxicado tanto de manera artificial que entran en otro
rango de consideración.
Tras haber pasado
una pandemia en la que, hablando en plata, fue la Sanidad Pública y no la
privada la que nos salvó el culo, la sociedad continúan dándole la espalda. La
marea blanca que realmente importa, de la que depende nuestra vida, no disfruta
de una respuesta ciudadana como la vivida por los merengones. Si irracional es
la pasión futbolera, racional habría de ser el respaldo a nuestro estado de
bienestar y, sin embargo, no se produce. Eso da qué pensar.
No es algo nuevo,
lo sé. Lo que sucede y me resulta más descorazonador es que aquel reduccionismo
del mal estadista de 'pan y circo' se ha visto aún más restringido, porque ya
ni siquiera hay pan, sólo circo. A pesar de ello, sigue arrastrando masas,
capaces de movilizarse más por una Champions que porque su único salvavidas
cuando vienen mal dadas.
Es complicado de
encajar cómo lo irracional se impone a lo racional; habrá quien lo enmascare
como 'lo pasional', pero continúa siendo injustificable. En cierto modo, el
avance de la extrema-derecha se debe a esa conducta: el fascismo juega más con
las bajas pasiones que con los argumentos de peso, aprovecha el potencial de
los sentimientos más primarios por encima de cualquier reflexión sesuda y, de
ese modo, aglutina bajo su paraguas a ricos y pobres, gente de izquierda y de
derecha, analfabetos y doctorados... Y lo más inquietante es que, a diferencia
del Real Madrid, tiene cantera.
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