LAS COSAS DE COMER
JUAN CARLOS ESCUDIER
Ha dicho Antonio
Garamendi, el presidente de la CEOE, que, después de echar cuentas, a los
empresarios que representa les ha empezado a recorrer un sudor frío por el
espinazo, que es la manifestación física del miedo. ¿Qué por qué están
espantados nuestros más activos emprendedores? Pues porque las propuestas que
han escuchado desde el Gobierno les suman 25.000 millones de gasto y sólo 6.300
millones de ingresos, y ellos, que tiene sentido de Estado y son leales a más
no poder, están obligados a elevar la voz para advertirlo, no vaya a ser que la
deuda y el déficit público se desboquen y luego a ver quién les echa un galgo.
“Con las cosas de comer, no se juega”, ha sentenciado Don Antonio en plan
madre.
La patronal ha
hecho todo lo que estaba a su alcance para impedir la actual coalición de
izquierdas, empezando por pedir en su día un Gobierno del PSOE con Ciudadanos,
pero ante lo inevitable han empezado a confraternizar con el ‘enemigo’, ya sea
reuniéndose con Unidas Podemos para comprobar si el supuesto el demonio tenía
rabo, proclamando la legitimidad del Ejecutivo y, finalmente, pidiendo que ser
consultados antes de que se tome cualquier decisión. En definitiva, pretenden
minimizar sus daños haciendo que todo pase por la mesa del diálogo social, lo
cual no asegura ningún acuerdo pero, al menos, consigue que cualquier medida se
eternice en el tiempo.
Debería saber
Garamendi que en los últimos años aquí no se ha dejado de jugar con las cosas
de comer de millones de españoles, que han perdido sus empleos mientras se
jibarizaban las indemnizaciones a las que tenían derecho, han sufrido la
eliminación de subsidios, han visto congelados o reducidos sus salarios o el
poder adquisitivo de sus pensiones, han visto evaporarse las ayudas a la
dependencia, han tenido que empezar a pagar por sus medicamentos y han
afrontado la subida de sus matrículas universitarias y el recorte de las becas.
No jugar con las cosas de comer consistió entonces en que la mayoría ayunara
para que otros siguieran comiendo a dos carrillos, a mayor gloria de ese
interés general que para los representados de Garamendi es sinónimo de sus
propios intereses.
El miedo de la CEOE
es tan selectivo que aterra. No se puede estar alarmado por el agujero de la
Seguridad Social y reclamar al mismo tiempo que bajen las cotizaciones
empresariales, de la misma manera que resulta llamativa la preocupación por el
déficit público cuando se exige una menor presión fiscal, aunque esta siga
varios puntos por debajo de la media europea. Defiende la patronal una curiosa
ley del embudo. Nunca es momento para resarcir a las víctimas de la crisis.
¿Subir los sueldos para aumentar el consumo y asegurar las pensiones? No,
porque eso nos hace menos competitivos con China. ¿Mejorar las pensiones con el
IPC? La ruina. ¿Elevar el salario mínimo? Ni de broma, porque fomenta la
deslocalización de empresas y la economía sumergida, pese a que la propia CEOE
se ha comprometido a que ningún convenio esté por debajo de 1.000 euros en 2020.
Flexibilidad, oiga, flexibilidad. Esa es la receta y dejar que el mercado en su
infinita sabiduría ponga las cosas en su sitio.
Nadie discute que
las empresas, especialmente las de menor dimensión, han sufrido los embates de
la crisis, pero también es verdad que sólo ellas han encontrado árnica y paños
calientes a sus males. De flexibilidad nos hemos hinchado con la reforma
laboral que aprobó el PP y que ahora se pretende derogar, sin que pueda
demostrarse que contribuyera a la creación de empleo ya que la mejora de las
estadísticas laborales coincidió con el inicio de la recuperación económica
allá por 2013. Lo que sí es constatable es que la reforma facilitó y abarató
los despidos, provocó una devaluación salarial sin precedentes, acabó con la
negociación colectiva al poner el mango de la sartén y del resto de las
cazuelas en manos de las empresas, elevó la temporalidad e hizo santo y seña de
la precariedad con la institucionalización de esos contratos basura tan del
agrado de la presidenta madrileña Díaz Ayuso, una rediviva Agustina de Aragón
que ha hecho temblar los cimientos de la teocracia saudí al prescindir del
pañuelo en la cabeza.
Tiene miedo, por
tanto, la CEOE a una nueva regulación laboral que les impida jugar con las
cartas marcadas, que es lo que ha venido haciendo en los últimos tiempos.
Contrasta ese miedo con el interés de los mercados por la deuda española, que
en la primera emisión, ya con el Gobierno bolivariano y comunista en acción,
recibió una demanda récord y captó 10.000 millones a diez años al menor tipo de
interés de la historia y otros 5.000 millones en letras a intereses negativos.
¿Miedo? El mismo de
los verdugos, a los que ya decía Sartre que era fácil reconocer porque lo
llevaban dibujado en la cara. Miedo a que se supriman sus ventajes fiscales, a
que se les acabe el chollo del despido libre encubierto, a que los beneficios
de sus patrocinados sean algo menos escandalosos, a que el país tape el agujero
de su recaudación fiscal y equipare sus ingresos por IRPF, IVA y Sociedades a
la media de la UE. Miedo a que el crecimiento, aun ralentizado, alcance a
todos. Lleva razón Garamendi en que con las cosas de comer no se juega. Ya va
siendo hora de que sea así.
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