DIVAGACIONES EN TORNO A VÍCTOR RAMÍREZ
Y SUS CUENTOS COBARDES
POR FELIPE ORLANDO
Alguna vez alguien
dijo que el escribir era un problema de virulencia. El asunto es complejo y
obedece a una convergencia y a un proceso que lleva a esa convergencia. De
cualquier modo siempre se adopta una condición íntima aunque no aislada. Algo
como lo que se revela (sin revelarse) en una sonriente figura Totonaca.
Avanzamos en su conocimiento esencial hasta el umbral y puede que nos sea dada
una visión interior pero su misterio está, al mismo tiempo, en nosotros y en su
desconocido creador. Está en nosotros porque somos parte de ella, pero su raíz,
su mundo girante como el del vuelo del papalotl, abarca ese cerrado círculo
personal, y al vez compartido, de su creador.
En este quehacer el
tema es nada. Tampoco lo es su desarrollo. Lo importante es llegar al verdadero
final o, mejor dicho, a un desenlace que sea lo menos parecido a un desenlace.
Todo lo fácil es endeble.
El crecimiento de
la obra, en todo caso, no se ajusta a lo que se trate de mostrar con papeles
amarillos. La burguesía se hunde en su propio culto inmodificable aunque adopte
medios distintos. Las universidades de la palabra terminan por devorar sus
propios intestinos. Se mantienen palabras de muerto simbolismo. Palabras como
efemérides, egregios, musas, artífices, inspiraciones. Dentro de antiguas cajas
de bacalao y abalorios aparecen los taladradores fosilizados. Se nos caen de
las manos.
Pero no es ésta la
palabra de VR ni pretende ella ser creída más allá de su mundo. Lo muestra,
pero no lo releva. Poner el entusiasmo más allá del límite es una pérdida.
Sabemos que el tiempo se ajusta por otra medida que es ajena a los relojes.
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Por lo mismo
bastará creer y meterse en esos aposentos y aparejar la propia volición a sus
aires. Vuelvo a los giros del papalotl, al sonido ronco del ahuemtl, a la
madera sonosa de las claves, al pulmón del botijo; que llevan en sí su propio y
entrañable misterio. En los relatos (que no cuentos y menos cobardes) de VR
transitan elementos de claro carácter isleño. Pasan de uno al otro extremo del
hilo en un ir y venir aclaratorio. Vigilantes de sí mismos cuidan o descuidan
su paso (que es de humano dejar una mano al descuido), pero jamás la pasión les
llevará más allá de su mundo hecho para ellos puedan vivir, pelear, entregarse
o cohabitar.
Nadie aquí dice ser
vegetariano ni, en su momento, siente la contaminación penetrar en su pellejo; pero sabemos que, detrás de
ellos, en su paso fortuito por ciertos ambientes, por ciertas penumbras, están
esos y otros quehaceres y manías. Las pisadas no se detienen sino que van desde
el grito rebelde al sermón de hojalata metido dentro de una lata de sardina.
Portuarios y
citadinos, perros y párrocos, pescadores y prostitutas con lágrimas verdes
transitan este mundo de relatos que no se disgregan sino que hacen una trama
semejante a la liana apretada al cuerpo de un libro y que se envuelve en un
callado y atento soliloquio que va y viene al sonido del mar sobre las islas,
llevando en su cartta de anhelos y esperanzas, entre humos de plancha de carbón
y semillas de arena, la voz de un narrador en un guardado sobre de palabras.
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Diario de Las
Palmas, 1977
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