LA RECONQUISTA ACABA DE EMPEZAR
DAVID TORRES
El problema de
intentar sacar una investidura adelante una vez concluido el jolgorio navideño
es que la resaca pasa factura. Votar el día después de la fiesta de Reyes Magos
tenía el peligro añadido de que alguien en el hemiciclo confundiera a Pablo
Casado con Melchor o Gaspar sólo porque se ha dejado barba. Se oyeron gritos de
“¡Viva el rey!” en mitad de la intervención de Casado y con el acopio de
monarcas que tenemos en España no se sabía muy bien si los vivas se referían a
Felipe VI, a Juan Carlos I, a Gaspar, al rey del cachopo o al rey del pollo
frito. Tanta era la insistencia en citar, en el epicentro de la democracia
española, a un señor al que no ha elegido nadie que hasta Pablo Iglesias tuvo que
advertir que el rey no era propiedad exclusiva de la derecha, que ellos también
pagaban su parte del roscón. Eso sin olvidar que la fiesta de Reyes coincide
con la Pascua Militar.
Aitor Esteban fue
aún más incisivo y denunció a Felipe VI por haber consumado la traición
nacional definitiva en el momento en que se le ocurrió encargarle a Pedro
Sánchez formar gobierno. A quién se le ocurre, hombre, si podía habérselo
encargado a Casado, a Abascal o a un ujier. Al explicarles que, con su lenguaje
incendiario y sus acusaciones medievales de felonía, los hooligans de la
derecha no habían hecho otra cosa que poner en aprietos a la corona, en los
rostros de Casado y Abascal se encendió una especie de alarma, como cuando
estás sobrevolando el Atlántico y te preguntas si apagaste la lavadora. Fue
sólo un instante de duda, sin saber si Esteban se estaría refiriendo al rey de
España o al rey del cachopo; después parpadearon y siguieron a lo suyo. El
único que pareció entender de qué iba la movida era el ujier.
A la hora de tronar
contra las hordas rojas, es difícil distinguir cuál de los dos líderes, Casado
o Abascal, se situó más a la derecha. Entre la derechita cobarde y la
ultraderechita discreta, una brújula habría enloquecido si en vez del norte
hubiera tenido que señalar el bigote del coronel Tejero. Después de un fin de
semana plagado de invocaciones a un golpe de estado, Casado recordó que España
se rompía, como siempre, y que la democracia consiste en que el pueblo elija
libremente a sus representantes del PP. Como por ese camino poco más podía
añadir (excepto que todos los diputados a su izquierda son una banda de rojos,
totalitarios, bolivarianos y etarras), Abascal se inventó unas cuantas
estadísticas sobre que las manadas de violadores están compuestas casi exclusivamente
por extranjeros (quería decir “moros”) y recordó la afición de los socialistas
por ir de putas con dinero de Stalin desde los tiempos de Largo Caballero. De
la humanidad y la compasión cristiana de esta gente caben pocas dudas. Así,
mientras los demás diputados en bloque se levantaban aplaudiendo a Aina Vidal,
enferma de cáncer, la bancada de Vox ni siquiera se puso en pie, demostrando
que, en el tema del cáncer, ellos están a favor.
Es cierto que
sumando los discursos de Casado y Abascal no salía ni una sola verdad, aparte
de “buenos días”, pero la verdad poco importa cuando, por dos miserables votos,
acababa de inaugurarse el desastre, la fractura de la patria, la ruina
económica y la quema de conventos. Con más de 8.000 correos aconsejándole que
cambiara de opinión -sin contar zalamerías, sobornos y amenazas de muerte-
Álvaro García, el diputado de Teruel Existe, demostró que Teruel,
efectivamente, existía. “¡Un Tamayo!” gritaba Arrimadas. “¡Mi reino por un
Tamayo!” La Reconquista no ha terminado, más bien acaba de empezar.
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