EL PIN PARENTAL, NUEVA TRINCHERA
DE LA EXTREMA DERECHA
JOSEFINA MARTÍNEZ
Las campañas
antigénero de la extrema derecha encuentran un campo de batalla propicio en la
educación pública, donde el “derecho parental” se erige como trinchera contra
la diversidad sexual. El “pin parental” de Vox, adoptado por el Gobierno de
Murcia para que los padres conservadores puedan impedir la asistencia de sus
hijos a contenidos sobre diversidad afectivo-sexual en la escuela, es una nueva
bandera en esta cruzada.
Según los
investigadores eslovacos Roman Kuhar y Aleš Zobec “uno de los objetivos más
importantes del movimiento antigénero en Europa son las escuelas públicas y el
sistema educativo”. Grupos de “padres preocupados” se organizan para protestar
contra la supuesta violación del derecho a educar a sus hijos de acuerdo con
sus convicciones religiosas y filosóficas. Estas iniciativas tratan de limitar
a los maestros para que no hablen en clase de temas como la diversidad sexual o
las familias no tradicionales. Los ultras sostienen que la teoría de género se
ha infiltrado en las aulas y que a los alumnos se les está “sexualizando” y
adoctrinando con la ideología feminista y la propaganda de la homosexualidad.
Los grupos
conservadores quieren establecer que el “derecho de los padres” sobre la
educación de sus hijos se encuentra por encima de cualquier criterio social
Los grupos
conservadores quieren establecer que el “derecho de los padres” sobre la
educación de sus hijos se encuentra por encima de cualquier criterio social.
Este argumento se basa en un sentido común que prioriza la protección de la
intimidad familiar frente a lo que se vería como una intromisión del Estado. La
trampa es mostrar como un movimiento defensivo –proteger a los menores– lo que
es una ofensiva reaccionaria contra las mujeres, la comunidad LGTBI y los
propios niños y jóvenes. La idea de que se trata de “nuestros hijos” busca
dotar de legitimidad lo que es una política de discriminación.
El concepto de
“ideología de género” fue una creación del Vaticano para demonizar las teorías
feministas y queer. Se trata de un dispositivo retórico reaccionario con el
objetivo de oponerse a la desnaturalización del orden sexual. También funciona
como “un enemigo multipropósito” que unifica a corrientes religiosas,
colectivos antiderechos y partidos de extrema derecha.
En Francia se vivió
una intensa polémica en 2010, cuando el Collectif pour l'Enfant lanzó una
petición online contra la proyección en las escuelas del corto El beso de la
luna. La película de animación cuenta la historia de dos peces, Félix y Leon,
que se gustan y terminan besándose. Los padres armaron tal escándalo que se
retiró la película del plan educativo. En 2014, asociaciones de padres
organizaron la jornada “Saca a tu hijo de la escuela” para protestar contra la
enseñanza de la “teoría de género”.
En Croacia,
activistas antigénero aseguran que la educación sexual incrementa los embarazos
adolescentes y promueve la homosexualidad. En Polonia, hablan de preservar la
vida privada y comparan la educación sexual en escuelas públicas con el
totalitarismo estalinista. Las asociaciones conservadoras organizaron una
manifestación en 2015 en ese país con el lema “Basta de depravación en la
educación”.
Sara Garbagnoli ha
investigado la acción de estos grupos en Italia, bajo el amparo del Vaticano y
el peso de una tradición “familiarista”. Los militantes antigénero presentan a
los menores de edad como víctimas de un “lobby LGTBI” con intereses egoístas y
perversos. En la edición 2016 del “Día de la familia”, las asociaciones
antigénero italianas agitaron eslóganes contra la “Gaystapo”.
En el relato de los
afiebrados activistas antiderechos, las escuelas se han convertido en lugares
donde la homosexualidad es tan aceptada como ir al recreo y donde los
profesores proponen a sus alumnos “cambiar de sexo” cada día. Sin embargo, la
realidad es muy distinta y en las aulas se mantienen fuertes prejuicios
homófobos y tránsfobos.
Según información
recogida por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales
(FELGTB) en el año 2018, casi un 60% de estudiantes han sido testigos de
ciberacoso hacia integrantes del colectivo LGTBI. Este acoso incluye no solo a
las personas LGTBI, sino a las que son percibidas como tales y aquellas que les
apoyan. El Informe sobre homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia en las
aulas de Aragón realizado en 2017 recoge que un 75% del alumnado LGTBI
encuestado tiene miedo al rechazo. Chistes, insultos, golpes o aislamiento son
algunas de las formas en que se expresa este bullying LGTBfóbico. Esto lleva a
que el 43% de quienes lo sufren haya pensado alguna vez en el suicidio, de
acuerdo con el estudio Acoso escolar por homofobia y riesgo de suicidio de
FELGTB y COGAM.
En el año 2018,
casi un 60% de estudiantes han sido testigos de ciberacoso hacia integrantes
del colectivo LGTBI
Restringir la
educación sexual en las escuelas no es respetar el derecho de los padres a
transmitir sus creencias religiosas; es negar a los niños y jóvenes el derecho
a educarse y conocer su propia sexualidad. Si este criterio llegara a ser
aceptado, un grupo de “padres preocupados” podría imponer mañana que no se
enseñara, por ejemplo, contenidos históricos que no se correspondan con sus
creencias filosóficas (desde la Revolución Francesa a la guerra civil española)
o impedir que se dieran clases de biología o física a sus hijos, porque esas
asignaturas contrarían las Sagradas Escrituras.
En su libro Estados
del agravio, la filósofa Wendy Brown señala que el discurso liberal clásico se
basa en la separación –como si se tratara de esferas totalmente autónomas– de
la familia, la sociedad civil y el Estado. En esta trilogía, la familia
heteropatriarcal aparece como el ámbito de lo “natural” prepolítico, la
verdadera expresión del “mundo humano”. En ese espacio “natural”, las mujeres y
los niños han estado tradicionalmente privados de derechos, y la sexualidad se
ha considerado un asunto privado. El movimiento feminista de la Segunda Ola y
los movimientos por la diversidad sexual del 68 politizaron la sexualidad,
arrancando los velos que ocultaban lo que sucedía en la familia y en el matrimonio.
Al establecer que “lo personal es político”, descubrieron las estructuras de
dominación que coaccionan los géneros.
Más tarde, el
neoliberalismo limó las aristas revolucionarias de los movimientos por la
liberación sexual, dando forma a lo que el sociólogo Éric Fassin ha denominado
una “sexualización de la política” en Occidente, junto a una fuerte
mercantilización de la sexualidad, sin que hayan desaparecido la homofobia, el
machismo y la represión sexual.
La extrema derecha
concentra algunas de sus “batallas culturales” en las escuelas con la intención
reaccionaria de volver a recluir la sexualidad en el ámbito privado de las
familias “naturales”. Y una de las vías para hacerlo es intentar restaurar la
“autoridad de los padres”, prohibiendo la educación sexual de los menores.
Ojalá una nueva
generación se rebele contra toda tentativa oscurantista en el terreno de la
sexualidad y las relaciones interpersonales. Incluso, si hace falta, contra la
autoridad de sus propios padres, retomando el legado de Stonewall en las calles
y en las aulas. Porque, como decía alguien en Twitter esta semana: “Las
personas LGBTI caemos en cualquier familia, también en las casas de los
fachas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario