A contracorriente
¿CUÁL ES LA DIFERENCIA ENTRE EL NAZISMO Y
EL COMUNISMO?
Enrique
Arias Vega
La pregunta ingenua le fue hecha en
1937 por una estudiante inglesa a Rudolf
Hess, entonces presidente del Partido Nazi de Adolf Hitler. En vez de enfadarse, el hombre se echó a reír: “No tengo ni idea”, dijo.
La anécdota la recoge la escritora Julia Boyd, en su reciente y revelador
libro Viajeros en el Tercer Reich. La
cuestión se la plantearon a sí mismos no pocos visitantes anglófonos de
aquellos días, asombrados también de la facilidad con la que comunistas de
antaño acababan sometiéndose entusiástica y fácilmente a las consignas
fascistas de Hitler.
En el fondo, la adaptación costó
menos de una década, ya que ¿en qué se diferenciaban los gulags soviéticos destinados a los disidentes —reales o ficticios—, de los campos de
concentración alemanes dispuestos para los enemigos del nacionalsocialismo? ¿Y
las torturas de las checas comunistas de las que realizaba la Gestapo?
Ambas actuaciones estaban basadas en
un mismo principio: el Estado tiene toda la razón, por lo que quien no comulgue
con él debe ser expoliado de sus bienes, reeducado por el sufrimiento y, en su
caso, asesinado.
Esa práctica, sin haber desaparecido
del todo en muchas partes, alcanzó su apogeo en la época de Stalin en la URSS o en la de los jemeres rojos en Camboya, quienes
exterminaron a una tercera parte de la población del país.
Por esa similitud de principios no les
costó nada a los alemanes orientales, acostumbrados al espionaje y a las
delaciones familiares en el Tercer Reich, acomodarse a la llamada vigilancia mutua de la RDA, por la que
medio país espiaba al otro medio al servicio de la Stasi, la siniestra `policía
política comunista.
Lástima que la pregunta a Rudolf Hess
quedase sin respuesta, dado lo ambiguo del terreno entre ambos conceptos. Por
ejemplo: ¿es comunista la República China?, ¿o se trata más bien de un país fascista?
En vez de esclarecerse, la cuestión
adquiere más vigencia cada día, ya que los términos nazi o fascista se han
convertido en dicterios terribles, de fácil utilización, mientras que en
algunos medios las palabras comunista o progre son sinónimos de bondad,
justicia y pacifismo, justo lo que pensaban en su día el 90% de los alemanes de
Adolf Hitler.
Por eso, no debemos dejarnos engañar:
quien de una manera totalitaria justifica estar en contra de la libertad de
pensamiento, de expresión, de cátedra, de empresa, de creencias, ni es
demócrata ni lo pretende; lo que quiere es acabar imponiendo el pensamiento
único que es el que él considera correcto, llámese Franco, Pablo Iglesias, Putin o Kim Jong-un.
Por cierto quitar a los padres la
competencia sobre moral, valores y comportamiento de sus hijos para que los
adoctrine el Estado ya fue hecho en su día por el Frente de Juventudes
franquista, los Pioneros castristas, las Juventudes Hitlerianas y otras instituciones
nada amantes de la libertad.
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