UN ESPAÑOL RONCANDO POR LA PATRIA
DAVID TORRES
No nos engañemos:
la inmensa mayoría de los refranes populares no atesoran más que chismes de
abuela, sabiduría de mesa camilla que algún Paulo Coelho prehistórico acuñó en
una expresión feliz que fue pasando de boca en boca para desgracia de sus
paisanos. Ya se sabe que todos los refranes mejoran una barbaridad si se añade
a la primera parte “entre las sábanas” y a la segunda “entre las piernas”. Por
ejemplo: quien a buen árbol se arrima (entre las sábanas), buena sombra le
cobija (entre las piernas). O bien: no por mucho madrugar (entre las sábanas),
amanece más temprano (entre las piernas).
Sobre esto del
madrugar se habrán dicho más tonterías, con toda seguridad, que sobre cualquier
otra cosa, especialmente en lo que concierne al trabajo, una actividad tan
perniciosa que lo primero que recetan a los enfermos es descanso. A quien
madruga (entre las sábanas), Dios le ayuda (entre las piernas). Precisamente
por madrugar, a Margallo le pasó factura el sueño atrasado y se echó una breve
siesta en la Eurocámara sobre las cuatro y media de la tarde. “No soy muy
consciente de haber dado una cabezada en el Parlamento europeo” escribía
Margallo poco después en su cuenta de twitter. Era la prueba definitiva que sus
enemigos andaban buscando, puesto que, de haber estado consciente, no habría
pegado esa cabezada casi mortal. La inclinación de testuz era tan aparatosa que
el realizador decidió cambiar de plano y dar tiempo a que avisaran un médico,
no fuese que Margallo se hubiera roto dos o tres vértebras.
Todos sabemos que
las sesiones parlamentarias no son más que una prolongación de las lecciones
del colegio, una labor dura e ingrata por la que estos jornaleros del sillón se
llevan un sueldo espectacular, en torno a los diez mil euros mensuales entre
unas cosas y otras. Por qué no cobran lo mismo un neurocirujano o un camionero
es un misterio, teniendo en cuenta que estos profesionales no pueden permitirse
el lujo de ponerse a pescar en el trabajo, salvo riesgo de acabar con cuatro
muertos en mitad de la autopista o una arteria convertida en una manguera. La
verdad es que a menudo da la impresión, entre las calvas en las sesiones, las
lecturas a deshora, la afición a los videojuegos y las exploraciones nasales, que
el cometido de un parlamentario consiste básicamente en luchar contra la
tentación de la siesta. En Bruselas es peor, ya que muchos eurodiputados
podrían ponerse a oír canciones de Julio Iglesias por los cascos y nadie iba a
notar la diferencia.
Margallo, al menos,
ha tenido el coraje de roncar apoyado patrióticamente en una pulserita con la
bandera española y luego no se ha disculpado con torpes excusas de que estaba
imitando a El pensador de Rodin o reflexionando en profundos dilemas europeos.
La siesta, el yoga ibérico, le ha servido para demostrar que, como él mismo
dice, tiene la conciencia muy tranquila, tanto que se oye a razón de cinco
ronquidos por minuto. Luego ha citado a Unamuno para explicar que duerme mucho,
pero cuando está despierto (entre las sábanas), está más despierto que nadie
(entre las piernas). Sobre todo a la hora de contar los billetes, ahí ni
parpadea el tío. También podía haber hecho una paráfrasis de Machado:
Ya hay un español
que quiere
dormir y a dormir
empieza
entre una España
que ronca
y otra España que
bosteza.
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