viernes, 24 de enero de 2020

TODOS CON MARIANO


TODOS CON MARIANO
GERARDO TECÉ
Mariano Rajoy se podría postular como candidato a presidir el fútbol español. La noticia, que no es el acontecimiento político del año, sí que es el acontecimiento emocional de la década. Una lección vital la que nos da el expresidente, que viene a decirnos algo así como que la vida es demasiado breve como para no perseguir los sueños que uno tenga. Nos da Mariano esta lección sin necesidad, como otros colegas expresidentes, de subirse a un escenario ante directivos de multinacionales previo cobro de un caché millonario. Mariano y el fútbol, el fútbol y Mariano. Los Jennifer y Brad españoles, un amor platónico que al fin podría cristalizar y que nos tiene a todos, seamos de la tendencia que seamos, con el corazón en un puño y remando a favor de que los sueños se cumplan.



Visto con perspectiva, cada expresidente del Gobierno ha hecho siempre lo mismo que ahora podría hacer Mariano Rajoy: usar el trampolín que supone la presidencia del Gobierno para convertirse en lo que siempre quisieron ser. Zapatero es hoy el mediador en busca de la paz mundial y el reconocimiento internacional. González, el sabio que de todo sabe y que de todo opina con un tono de gravedad que solo un sabio puede emitir. Aznar, un busto dorado que se posa sobre España y sobre todas las cosas, un dios al que rezar. A Mariano, sin inquietudes tan excesivas como la paz mundial, la sabiduría o ser un busto, siempre le apasionó algo más terrenal, el fútbol, y a por ello debería ir, sin miedo al qué dirán.

Un alto cargo del PNV contaba una anécdota ocurrida durante el primer Gobierno Aznar. En la negociación para aprobar los presupuestos generales del Estado, el entonces ministro Rajoy era el enviado del PP para buscar un pacto con los nacionalistas vascos. En uno de los momentos más tensos de la reunión, Rajoy se levantó de la mesa y desapareció sin dar explicaciones. Lo que parecía un portazo por discrepancias políticas, resultó ser que Mariano se había ido a su despacho a encender la televisión para ver los últimos minutos de la jornada de Liga. A Rajoy lo hemos visto, ya como presidente, negarse a dar ruedas de prensa para explicar la situación de crisis política y aparecer en un programa deportivo de la radio para explicar el 4-4-2 con el que su equipo, el Real Madrid, se la jugaba esa noche en la Champions. Nos dio muchas pistas. Como aquella vez en la que, tras anunciar un rescate bancario que condenaría al país a una década de recortes sociales, acabó la comparecencia a toda prisa porque no llegaba para el partido de España en la Eurocopa. O como aquella otra en la que el tipo que podía recitar de memoria el once que se la jugó contra Yugoslavia en el mundial de Italia’90 no recordaba quién había sido su tesorero.

Uno puede imaginarse ahora, sin poner demasiada fantasía en el intento que, como si de una serie de HBO se tratase, todo esto de la política era un plan trazado previamente por Rajoy. Un empleo obligado, como la actriz que trabaja de camarera hasta alcanzar el trampolín que la lleve al lugar soñado. No le cuesta a uno imaginarse a Rajoy en esas soporíferas reuniones para aprobar las cuentas del Estado a finales de los noventa, con la cabeza más puesta en si el Madrid de Fabio Capello lograría o no el campeonato después de una mala temporada que en la partida destinada a gasto sanitario. No cuesta imaginarse a Rajoy leyendo el Marca durante el Consejo de Ministros, sin importarle para nada los susurros de los presentes. Qué sabían ellos de la vida. Cómo podían imaginar que no estaba distraído, sino preparándose para su destino.

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