RESPONDIENDO A PABLO CASADO
JUAN CARLOS ESCUDIER
Bajo la consigna de
que no haya paz para los malvados, es decir para los partícipes en el Gobierno
ilegitimo, felón y destrozapatrias que está a punto de conformarse, no existe
flanco al que se renuncie para asaetearles. Ayer mismo Pablo Casado lanzaba un
nueva andanada ad hominem, rápidamente amplificada por su coro de grillos y
palmeros: a la derecha no se le hubiera tolerado que las mujeres de sus líderes
entraran en el Gobierno como parece que harán Pablo Iglesias e Irene Montero,
algo que además se tiene proscrito en las grandes empresas del país.
Queda para otros
profundizar en el aroma machista del reproche, una fragancia que ya esparció en
su día el perfumero Rafael Hernando, y exponer las capacidades políticas de
Irene Montero más allá de su relación personal. A lo que se contestará aquí es
al argumento de que existe una asimetría mediática, social y moral entre la
derecha y la izquierda y a las preguntas que formulaba el presidente del PP:
¿Por qué no se exige a la izquierda y a la derecha lo mismo en este país? ¿Por
qué se nos mira con una diferente tabla o rasero de medir?
Hay que darle en
parte la razón a Casado. A la izquierda no se le exige lo mismo que a la
derecha, sino bastante más. La corrupción ha tumbado a Gobiernos de izquierda
pero tuvo que ser una moción de censura y no las urnas directamente la que
hiciera caer a otro de derechas. Los recortes se llevaron por delante al PSOE
de Zapatero mientras fueron asumidos como inevitables cuando los impuso Rajoy
pese a sus promesas en sentido contrario. ¿Se hubiera tolerado que Aznar
metiera a su esposa en el Consejo de Ministros? Eso y mucho más, como se verá a
continuación.
La de Ana Botella
es una historia abracadabrante. Al parecer, la señora del estadista más grande
que vieron los tiempos fue invadida por las preocupaciones sociales un par de
años antes de que su santo esposo llegara al poder. Vivía el matrimonio en la Moraleja,
una lujosa urbanización en los alrededores de Madrid, y por alguna extraña
razón fue a parar a Orcasitas, uno de los barrios más deprimidos de la ciudad.
A su regreso al chalet cuyo alquiler religiosamente pagaba su partido,
pronunció una frase para la historia: “Jose, no te lo vas a creer, pero hay
otro mundo a quince minutos de aquí”.
Ya en Moncloa la
pareja se propuso satisfacer esa inquietud social que a ella la devoraba cuando
volvía de las rebajas de la calle de Serrano y se dispuso un equipo de
asesores, que pagamos entre todos, para que prepararan sus intervenciones y
discursos. Paralelamente, se extendió la idea de que Botella llevaba la
política en la sangre y que de no ser por su marido hubiera hecho carrera por
sí misma en el PP. La cosa no acabó ahí sino que se intentó, en ocasiones con
éxito, que la mujer del presidente del Gobierno usurpara el papel de primera
dama, para monumental cabreo de la Familia Real.
Sin ejercer cargo
alguno, su poder era incuestionable. A su ultracatolicismo cabe atribuir que en
su día se paralizara la investigación con células madre, que se cortaran de
raíz las aspiraciones sucesorias de Rodrigo Rato, pero no por golfo apandador
sino por su desviada conducta matrimonial, o que Aznar le pusiera la cruz a Juan
Villalonga, su hombre en Telefónica, porque lo que le había hecho a Concha
Tallada, gran amiga de Doña Ana, era imperdonable.
El siguiente paso,
lógicamente, fue conseguir para esta lideresa en potencia un cargo público
acorde a su valía que sirviera además para satisfacer a su santo. Se la incluyó
así en la lista del PP al Ayuntamiento de Madrid y, tras las elecciones de
2003, fue designada concejal de Servicios Sociales. Es más, para que no añorara
sus paseos por la milla de oro se trasladó la consejería que debía atender a
los más desfavorecidos al elitista barrio de Salamanca tras una reforma
multimillonaria del edificio que ahora ocupa el Tribunal de Cuentas.
La intención del
matrimonio fue siempre la misma, que Ana Botella se convirtiera en alcaldesa de
Madrid, aspiración para la que se contaba con la complicidad del faraón
Gallardón, cuyas metas eran más elevadas. Hubo que esperar algunos años antes
de que se dieran las circunstancias precisas para que, por la puerta de atrás y
tras ser nombrado Gallardón ministro, la señora empuñara el bastón de mando de
la ciudad más importante del país y el empleado de multinacionales que ya
entonces era Aznar se convirtiera en alcalde consorte.
Como apreciará
Casado, a la derecha se le han tolerado cosas tan increíbles como que una
señora ultracatólica, bastante homófoba y de una gran indigencia intelectual,
incapaz de distinguir entre los servicios sociales y la sopa de la Beneficencia
y para quien la mendicidad era un contratiempo a la hora de limpiar las calles,
gobernara la capital de España. Sí, en efecto, existen dos varas de medir.
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