ESCRITO EN AUSCHWITZ
POR IÑAKI URDANIBIA
Mucho se ha escrito
sobre el tristemente célebre campo nacionalsocialista como paradigma del
universo concentracionario: Primo Levi, David Rousset, Robert Antelme,
Charlotte Delbo, Tadeus Borowski, Milena Buber-Neumann, Jorge Semprún, Imre
Kérstez, etc., etc., etc. Unos, los tres primeros por ejemplo lo hicieron al
poco de salir del encierro guidos por el deber de memoria, mientras que otros
tardaron más buscando el adecuado tono, ante el peligro de embellecer el dolor
padecido, optando algunos de ellos por el terreno de la narrativa de ficción,
como los dos últimos por ejemplo.
Primo Levi hablaba
de la imposibilidad de escribir dentro del lager, ya que tnto el papel como el
lápiz eran objetos prohibidos, del mismo modo que señalaba cómo a su vuelta a
Turín se sorprendía a sí mismo perorando sobre la experiencia sufrida…la gente
se le alejaba, ya que no querían añadir más dolor al ya padecido en aquellos
oscuros años; algunos amigos de Antelme señalaban que cuando éste comenzaba a
hablar de la experiencia pasada su voz se sofocaba…El caso del primero cuyo
testimonio era evitado por sus seres cercanos y por sus paisanos, se vio
confirmado por la escasez de ventas de su obra, Si esto es un hombre, que hubo
de esperar algunos años rescatada por un editorial de campanillas para
convertirse en un éxito y en una obra necesaria a la hora de hablar del tema y
pensarlo.
Ahora , tras mucho
tiempo de permanecer en los cajones familiares y después de algún fracaso
editorial, una escasa tirada impresa, en 1946, por una editorial comunista pasó
prácticamente desapercibida, aparece, recuperada por un hijo del superviviente
y autor del texto: hablo de «
Auschwitz: última parada. Cómo sobreviví al horror ( 1943-1945) » de Eddy de
Wind, editado por Espasa a la vez que ha sido presentado en una veintena de
países. La particularidad de la obra reside en que fue escrita en el mismo
campo, cuando los SS escaparon llevando consigo a una masa de detenidos en una
marcha de la muerte ante la llegada de las tropas soviéticas que liberaron el
campo el 27 de enero de 1945. En la desbandada, Eddy de Wind ( 1926-1987) se
escondió y en ausencia de los guardianes se hizo con el papel y lápiz
necesarios para testimoniar acerca de lo que había visto y vivido; uniéndose a
continuación al Ejército Rojo.
El sujeto era
médico psiquiatra y psicoanalista nacido en Holanda se presentó voluntario para
trabajar en Westernork, campo de tránsito en el este de los Países Bajos, en el
que se concentraba a los gitanos, judíos y demás indeseables antes de ser
llevados a su destino para ser gaseados; en tal campo conoció a una joven
enfermera, Friedel quien sería su esposa; al poco de casarse en aquel lugar
fueron ambos deportados a Auschwitz en un tren de mercancías siendo llevados,
él al barracón 9 y ella al 10 que era al que se destinaba a quienes iban a ser
conejillos para las siniestras y salvajes experimentaciones médicas bajo el
cruel bisturí de Josef Mengele. Ël al recuperar su libertad se dedicó, en cuerpo
y alma, al desempeño de su profesión, siendo el primero en hablar del síndrome
kz ( síndrome del superviviente), dedicándose al tratamiento de los traumas
originados por la guerra.
Ahora, como digo,
acaba de ver la luz esta obra en el que el crudo testimonio de lo sufrido no se
convierte en una cuaderno de dolores y llantos sino que rebosa en un claro
espíritu de supervivencia, y en los valores que a ella van unidos frente a los
intentos de deshumanizar, convirtiéndolos en nada, a los deportados. En el libro
se da cuenta de cómo ambos resistieron a ser sometidos a la condición de
musulmanes, aquellos seres que habiendo visto los ojos de la Gorgona
deambulaban como almas en pena; ella consiguió escapar de las garras del
nombrado doctor y que posteriormente, doce años después, se separó de su marido
al ver su unión quebrada por el dolor acumulado.
La fecha de
publicación es oportuna donde las haya, cuando se cumplen 75 años de la
liberación del campo, y el testimonio, obviamente de primera mano y escrito al
calor de la ignominia, ha sido respetado en la edición de la que hablo, y ello
hace que casi se nos conduzca a respirar el olor del barracón en el que fue
escrito y en el que el doctor se empeñó en sacar del agujero depresivo en que
chapoteaban sus compañeros que allá quedaron, manteniendo siempre el terco
empeño de sobrevivir para contar, para que aquel crimen al por mayor no fuera
ignorado ni cayese en el olvido.
La confesión rezuma
amor y solidaridad, como armas esenciales para sobrevivir en condiciones no ya
difíciles, sino imposibles, que fueron lo que llevó a la pareja a superar la
prueba. Hans, nombre que adopta el narrador que no es otro naturalmente que
Eddy de Wind ( humildad obliga) relata con pelos y señales las condiciones que
se vivían, es un decir, en aquel infierno instaurado en tierra, en el que el
hambre , el frío, el maltrato y la enfermedad se habían adueñado de los allá
destinados por la bota parda; y se nos hace asistir a escenas vomitivas como la
de quien confiesa haber untado su escaso trozo de pan en la grasa de los
quemados en los crematorios ( me viene al recuerdo las escenas relatadas por
Levi de cómo a los hambrientos detenidos les echaban, los SS y sus mujeres,
restos de comida en mal estado lo que hacía que los receptores de aquella
comida se disputasen como verdaderas fieras, lo que servía como diversión de
los bien alimentados observadores que por añadidura veían confirmada su tesis:
es que son como animales lo que era la justificación pura y dura de que como
tal debían ser tratados).
No se hurtan
detalles sobre las instalaciones, sobre la jerarquía del campo y sus diferentes
secciones y cargos, al igual que no se nos evita el conocimiento de cifras
acerca de las muertes diarias y las acumuladas en aquella fábrica de la muerte
de la que hablase Hannah Arendt, que funcionaba con una geométrica locura que
dijese el italiano varias veces nombrado. Y se nos entrega una visión
impresionista de los cambios espaciales y temporales que se padecen en
situaciones al límite como aquella, en la que las horas se detienen y las
distancias se acortan ante las severas limitaciones de movimientos. Y el
narrador insiste en su tenaz afán de asomarse a las ventanas de su barracón
para ver si en el vecino, en el que suponía que seguía estando su amor, podía
cruzarse con su presencia, con serias dudas acerca de lo que pudiera haberle
sucedido, ya que todo el mundo sabía lo que allá se tramaba; se nos desvela por
otra parte el apoyo mutuo que se daba entre ellos al pasarse por los medios más
inverosímiles alimentos y hasta alguna nota.
Los el estruendo de
los tiros dirigidos a quienes trataban de huir, que quedaban allá plantados en
la alambrada, o a quienes intentaban establecer relaciones con sus compañeras
de encierro; la munición contra tales no escaseaba y el brutal espectáculo de
la muerte, convertido en advertencia para desobedientes, ocupaba la vista de
nuestro hombre y los de sus angustiados compañeros. La luz de los fuegos
asesinos y el descanso de la oscuridad, acabados los recuentos y las labores
rutinarias del campo, dedicadas a la domesticación de los cuerpos, noche en la
que la mente volaba en medio de ensoñaciones acerca de un futuro de vida y
amor…amor que quedaba a los infinitos, escasos diecisiete pasos, que separaban
el barracón 9 del 10.
Y…contra toda
esperanza, los dos se reencontraron tras su puesta en libertad, aunque lo
hicieron con una huella del dolor, y Melcher de Wind, el hijo de ambos se
convierte en albacea del testimonio paterno y de la vida de sus padres, de lo
que da cuenta en el epílogo, firmado por la familia de Wind, fechado en junio
del año que acaba de finalizar.
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