EL ARTE DE REBELARSE MEDIANTE
EL OFICIO DE ESCRIBIR
AGUSTÍN
DÍAZ PACHECO
Una de las constantes históricas de la literatura podría
consistir en aprehender la realidad o partir de ella para subvertir no sólo lo
que acontece; y es que a través de erigir cuentos y novelas también se proclama
otro discurso narrativo, diferente sensibilidad, distinto apoyo ético. He aquí
el caso del escritor Víctor Ramírez, una de las voces narradoras más singulares
y fecundas de la literatura canaria. Es aquí donde él ha ido roturando su tenaz
trayectoria y las circunstancias, situando apuntes críticos relativos a su ya
holgada obra literaria; de manera tal que Víctor Ramírez es un obligado
referente de nuestra cultura, una pieza clave como puntal que es de la
narrativa de nuestras islas.
Su más reciente
entrega, De aquella zafra, ahora
reeditada (1), avala su quehacer literario, el de un hombre vitalista que se ha
vuelto experto en tomarle resueltamente el pulso a la realidad. Lo hace una vez
más con esta novela, un texto coral, en el que se recoge la tradición oral, que
no folklórica, de sectores de nuestra sociedad, y en tal sentido, de esos
espacios en los que el mundo rural y el urbano se dan la mano, se tornan
mestizos, se entroncan y hasta se emparentan. Él lo hace no sólo a través de
sus sobrados recursos estilísticos, sino también ratificando una toponimia que
se reafirma doblemente por cuanto es existente. Es en De aquella zafra donde Víctor Ramírez demuestra su sobrada
capacidad para inscribir en su novela una variada gama de registros propios del
habla común, bien significativa en áreas de la sociedad isleña. Igualmente,
destaca a la isla como un espacio limitado a la vez que en algún modo resulta
laberíntico; tengamos en cuenta que la incomunicación queda definida como
reductos, islas dentro de una isla, paradoja que él sabe descifrar.
Este escritor que
nos entrega esta novela, es, por así decirlo, el maestro ejecutor de una
heterodoxa a la vez que afortunada sintaxis, y exquisitamente peculiar. Sabe
otorgarle carta de naturaleza literaria al microuniverso coloquial,
protagonizado por ese amplio coro que en la novela ya aludida eleva o baja la
voz. También se ocupa de tangenciales autorreferencias, y es que junto a Víctor
Ramírez aparece el también escritor Rafael Franquelo. En su obra despunta el
humor y la ironía y se alzan las referencias de orden histórico-político o al
menos dejan sobrada huella. Lo hace en una intertextualidad en la que en
ocasiones –y dada la aparición de Víctor Ramírez y Rafael Franquelo, por
ejemplo- roza con lo que los anglosajones denominan the play in the play, una suerte de habilidad literaria para
referirse a lo que doblemente traducido no es más que el juego en el juego. Esta construcción de la realidad y a la que también podríamos referirnos como
reconstrucción simbólica de una realidad presente pero acallada, se sitúa
epicentralmente en De aquella zafra,
transformándose la susodicha reconstrucción en exponente verídico que se
entrecruza entre el oficio de observar lo que acontece y el oficio de imaginar
cómo establecer un discurso literario. Es esta dualidad la que convierte a
Víctor Ramírez en un consumado escritor que atiende a una peripecial sociedad
como lo es la canaria, la misma que marca y persevera en su cuasiagónico contrapunto,
la que atiende a mujeres y hombres situados en arriesgadas líneas
existenciales, en ocasiones expresadas como la conocida angustia existencial y
que él redefine como la ahitera vital.
Entonces, no sólo nos conduce por determinados territorios físicos sino que nos
desvela situaciones donde el comportamiento de las personas tiene por origen la
marginalidad.
La nuestra es una
sociedad paradójica y contradictoria, donde la línea punta del CD choca con el
gofio. Porque junto a bien conocidas concentraciones urbanas, donde el ocio es
codiciado y se sabe rentabilizar determinadas pasiones, llegan a
sobrevivir -en los cinturones
pespuntados por la miseria- miles de
hombres, mujeres, niños y ancianos.
Es ahí, precisamente, donde el arte de Víctor
Ramírez consiste en rebelarse mediante el oficio de escribir, capta lo que
sucede en muchos de nuestros entornos, en los barrios deprimidos que se alzan
como vergonzosas cordilleras y en los cuales poder tomarle el pulso a las
personas, a multitud de seres convertidos en simples números de una estadística
millonaria en cifras y empobrecida, rozando la miseria, dada la falta de
sensibilidad y de justicia. En esos barrios, que en muchas zonas del planeta
son calificados zonas de favelas o de
bidonvilles, se eleva una cada vez
más creciente geografía constrictiva que eufemísticamente recibe el superficial
título de barrios periféricos.
Víctor Ramírez
deshace la conjura, o al menos lo intenta, al igual que otros escritores y
creadores –bien en sus cuentos, novelas o artículos periodísticos- de Canarias,
provistos de un saludable grado de conciencia social. Y al pasar las páginas De aquella zafra, nos hace llegar voces
enraizadas en la jerga popular, en los tradicionales diálogos, en los
acusatorios índices y en la premeditada desmemoria de la mayor parte de una
abyecta clase política. Nos encontramos, pues, con una novela coral, un texto
polifónico en el que encuentran neta presencia palabras y giros populares,
sueños soñados y despiertas pesadillas diurnas. No es otro que el Cuarto Mundo,
el que a través de la narrativa, y en este caso mediante el escritor Víctor
Ramírez, es como un aldabonazo entre tanto silencio acordado y una cobarde
ceguera que se ha puesto de acuerdo para pactar el olvido.
(1) De aquella zafra,
Víctor Ramírez, Anroart Ediciones, S.L., 247 páginas, Las Palmas de Gran
Canaria, 2009.
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