POLÍTICAS DEL ODIO
DAVID
BOLLERO
05/06/2023El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo,
participa en la tercera y última jornada de la Reunión Anual del Círculo de
Economía. -ANDREU DALMAU / EFE
Se tiende a decir que la política municipal es la más cercana; en el caso de los pueblos, esta realidad aún cobra mayor entidad, porque el conocimiento personal del alcalde o alcaldesa es mucho mayor, se convive con el regidor, se comparte con él o con ella cola de supermercado o barra de bar. En unas elecciones como las del 28 de mayo, en las que el PP barrió, ser de izquierdas y arrasar en tu municipio puede llegar a suponer un riesgo para tu vida en la atmósfera de odio que han generado los de Feijóo en su campaña.
El
candidato socialista Juan Jesús Gallardo ganó
por mayoría absoluta las elecciones de 2019 en Alfarnate
(Málaga). Ahora lo ha vuelto a hacer con claridad, obteniendo seis escaños frente a dos del PP.
En un pueblo en el que apenas votaron 700 vecinos y vecinas, con un 18% de
abstención -frente al más del 40% en el resto del país-, el respaldo es más que
evidente, tanto como el odio reinante en algunos sectores.
En
la madrugada del sábado al domingo, un grupo de vecinos con pasamontañas
acudieron al domicilio del alcalde en funciones, portando palos, cuchillos,
navajas y machetes y advirtiendo que lo
buscaban para matarlo. Los hechos se sucedieron después de que Gallardo
defendiera al dueño de un bar en una trifulca por no dejar fumar a un cliente
dentro del establecimiento. Ese fue el detonante, la chispa que encendió esta
jauría humana.
Afortunadamente,
el alcalde pudo refugiarse en el centro de salud hasta que llegó la Guardia
Civil, pero en un pueblo de apenas un millar de habitantes no es difícil
imaginar el miedo del regidor. Dos de los agresores se la tenían jurada a
Gallardo por haber denegado una licencia de obra y un informe municipal. El odio al PSOE, la guerra al 'sanchismo' abierta por PP y Vox se
encargaron del resto, con una rabia que explotó al ver cómo el azul
tiñe la práctica totalidad de la provincia y el rojo se mantiene en Alfarnate.
Este
odio sobre el que ha levantado la campaña el PP se percibe, incluso, en las
localidades en las que la derecha ha ganado con soltura. Los insultos en redes
sociales se suceden, como lo hacen también comentarios revanchistas del
tipo "a seguir llorando pero no llores mucho que te quedan cuatro
años y se te van a hacer muy largos" o "te los vas a
comer cuatro años más con mayoría absoluta y te cuesta asimilar chaval, pan y ajo y a tragar que te queda legislatura".
Cuando
siembras odio, cosechas violencia. Ese
es el resultado de las políticas de inquina que ha promovido la derecha,
levantando su campaña electoral sobre pilares de rencor en lugar de apoyarse en
propuestas programáticas. No importa la realidad, que cada reflejo estadístico
avale la acción del Gobierno, como acaba de suceder con los mejores datos de
empleo en número y calidad; lo que se impone es el ataque
personal, el odio a quien piensa distinto.
En
lugar de concebir la rivalidad política como una confrontación de ideas, la
derecha lo hace primando el ataque, viciando el ambiente con un clima de
crispación, de continua aversión, de una narrativa básica cargada de
odio, fácil de retener, contagiosa que desencadena que turbas amenacen de
muerte a un alcalde. Ni saben ganar ni saben perder unas
elecciones, porque en ambos casos su deseo es aplastar.
La
campaña electoral del 23 de julio se perfila en los mismos términos, más aun
valorando los resultados de las elecciones autonómicas y locales. Recurrir a
estas malas prácticas, como ha sucedido en Alfarnate, puede terminar por
explotar en la cara al enturbiar la convivencia. Las arengas de PP y Vox transmiten una legitimación del ataque,
precisamente, sobre la base de una violencia de la izquierda fabulada,
inexistente. Por este motivo, no hay acto de paz más
contundente que acudir a las urnas y negar la papeleta a quienes nos dividen
más allá de las ideas, a quienes quieren imponer su modelo arrasando
físicamente si es necesario.
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