CANARIAS, EN LA
ENCRUCIJADA: VIVIR DEL TURISMO O PROTEGER EL MEDIOAMBIENTE
Fuentes: La Marea [Foto:
Pintada en El Puertito de Adeje, Tenerife (Andrea Domínguez Torres)]
Las condiciones de vida de los habitantes de las islas no mejoran con la explotación turística. Allí se preguntan si el actual modelo depredador tiene sentido. Muchos ya han empezado a movilizarse en contra. Y la tendencia va al alza.
El
vacío turístico que provocó la crisis de la COVID-19 parece haber agitado,
paradójicamente, las conciencias de los residentes canarios. Entraba menos
dinero y, sin embargo, se reavivó el movimiento ecologista en las islas. El
turismo ha sido, históricamente, el principal motor económico de Canarias:
antes de la pandemia llegó a generar más del 35% del
Producto Interior Bruto (PIB) del archipiélago. Mientras,
la población local, con una de las tasas más altas de pobreza severa en España,
sigue atrapada por la precariedad laboral del sector servicios y
la falta de oportunidades. Y, a pesar de todo, la sensibilidad
ambiental está creciendo. ¿Por qué?
En
las nuevas iniciativas conservacionistas se cruzan varias motivaciones que se
podrían resumir en una sola pregunta: ¿para qué deteriorar nuestro patrimonio
natural si con ello ni siquiera mejoran las condiciones materiales de vida de
la mayoría de habitantes? Esta es la clave: la supuesta riqueza que genera el
turismo. “No es una riqueza distributiva, no”, asegura la historiadora María
González, una de las caras visibles del activismo ambiental en las islas.
“Se queda en manos de unos pocos y se invierte en capital extranjero. Y después
ves que para los residentes, para los locales, sus trabajos, sus condiciones
laborales y de vida empeoran día a día”.
Así
pues, empeoran los trabajos y empeora, igualmente, el estado de la
biodiversidad en el archipiélago. Y con ello, la capacidad para luchar contra
el calentamiento global, porque ambas crisis están relacionadas:
son los ecosistemas sanos (y aquí los océanos tienen una singular importancia)
los que pueden absorber más eficazmente el CO2 emitido por la quema de
combustibles fósiles. Arrasar un paisaje natural tiene, por tanto, más
implicaciones que las puramente estéticas (que ya serían suficientes). Por eso,
para muchos canarios y canarias, el modelo turístico, tal y como está planteado
hoy en día, es ruinoso en todos los sentidos.
Foto: Manifestación en Tenerife
contra el turismo masivo y la destrucción de los ecosistemas canarios (A.D.T.)
El papel de la política
Conceptos
como ecotasa, saturación turística y sostenibilidad forman
parte de un debate social que empaña todas las intervenciones políticas desde
la irrupción del coronavirus. Tampoco faltan alusiones a estos términos en los
programas electorales. Pero a la hora de la verdad los partidos se ponen de
perfil e ignoran los mensajes lanzados por ONG conservacionistas y juveniles.
Los vecinos se movilizan (como los que se subieron a una excavadora en
Tenerife para frenar la construcción de un macroproyecto
turístico), pero las autoridades siguen aprobando grandes obras.
“Sinceramente
creo que en Canarias es muy difícil luchar contra todos los proyectos que están
planeados, en ejecución o en trámite, porque muchos ni siquiera los anuncian.
Avanzan en las sombras”, denuncia el biólogo marino Pablo Martín,
el impulsor de la campaña contra la turistificación de los charcos en Canarias y
una de las voces más conocidas del activismo insular en redes sociales.
“Canarias puede ser un refugio climático y parece que eso se está dejando de
lado para seguir con el mismo modelo de destrozos”, reflexiona el
biólogo.
Solo
en estos últimos dos años, el movimiento ciudadano y ecologista ha luchado
contra la turistificación del Cotillo, en el norte de
Fuerteventura; los expedientes de caducidad de los dos hoteles Riu ubicados
sobre el Parque Natural de las Dunas de Corralejo, también en Fuerteventura; el
desarrollo del macroproyecto turístico de Cuna del Alma, en
Tenerife; la construcción del Puerto de Fonsalía, también al sur de
Tenerife, sobre las aguas del único santuario de ballenas de Europa y en una
Zona de Especial Conservación (ZEC); la ampliación del Puerto de
Corralejo y contra un proyecto para convertir los charcos de
las islas –zonas intermareales fundamentales para el desarrollo de la
biodiversidad– en espacio turístico. Sin embargo, la voracidad constructora no
disminuye: siguen avanzando proyectos como el de un complejo hotelero de lujo
en La Aldea de San Nicolás (Gran Canaria), la construcción de
apartamentos en los acantilados de Los Gigantes (Tenerife) o
la finalización del mayor hotel de la isla de Lanzarote en Playa Blanca.
“El
activismo, así como lo hacemos nosotros, es imposible mantenerlo en el tiempo
sin que tenga repercusiones negativas en tu vida, porque tienes que dejar de
lado tu trabajo o tus estudios”, confiesa María González, quien se ha implicado
especialmente en la acampada contra el macroproyecto de Cuna del Alma. A pesar
de las dificultades, el movimiento no baja de intensidad. “Estamos viendo que
la gente se va organizando e inspirando en otras luchas, y esta tendencia irá a
más”, añade Pablo Martín.
En un contexto de crisis climática y de biodiversidad,
los proyectos turísticos y urbanísticos se multiplican en Canarias
En los últimos años, sobre todo tras la irrupción de
la COVID-19, han surgido muchos proyectos que atentan contra los ecosistemas de
las islas. Véase aquí algunos ejemplos.
“De interés insular”
En
paralelo al movimiento ecologista crece también la actividad burocrática para
dar luz verde a nuevos planes relacionados con el turismo. Al menos tres de
ellos fueron declarados “de interés insular” en los últimos dos meses, un sello oficial
que permite agilizar los trámites y la ejecución de los proyectos. Son la
ciudad del cine Dreamland Studios (Fuerteventura), un ecoresort en
La Palma y un hotel en El Hierro.
Esta
herramienta jurídica fue utilizada el pasado mes de febrero por el Cabildo de
Fuerteventura para aprobar el complejo de Dreamland Studios, una
especie de Hollywood canario, en los alrededores del paraje natural de las
Dunas de Corralejo. Pero la movilización social dio sus frutos. La iniciativa
recibió un amplio rechazo ciudadano, hubo un gran revuelo en las redes
sociales, y la campaña para detenerlo culminó con el Parlamento de Canarias
posicionándose en contra de esta declaración. Tras ello, la promotora
decidió trasladar el proyecto a Gran Canaria.
Recientemente, el pleno del Cabildo respaldó por unanimidad declararlo de
interés insular.
A
finales de marzo, el Cabildo de La Palma, con el apoyo de todos los grupos
políticos, aprobó apoyar el resort Camino Real en el municipio de Breña
Alta y lo declaró “bien de interés insular”. Esta decisión llevó a más
de 300 personas a concentrarse en Santa Cruz de La Palma para protestar contra
esta iniciativa. Entre las consignas cantadas por los manifestantes destacó la
siguiente: “De interés insular es tener un hogar”, una referencia a la falta de
viviendas para los afectados por
la erupción del volcán de Cumbre Vieja.
En
el mismo mes, el Cabildo de El Hierro declaró igualmente “de interés insular”
la creación de un hotel de cuatro estrellas y 30 villas turísticas sobre suelo
rústico de protección agraria intensiva en La Frontera.
De la conciencia de clase al ecologismo
Según
las proyecciones climáticas llevadas a
cabo por la Universidad de La Laguna (ULL), en un estudio encargado por la
Consejería de Transición Ecológica y Medioambiente del Gobierno de
Canarias, se prevé que los paisajes canarios comiencen a volverse más
áridos y desérticos, que las temperaturas aumenten y que sea más frecuente
la escasez de precipitaciones y, por tanto, la sequía.
Asimismo,
con la subida del nivel del mar a consecuencia del calentamiento global, 47 puntos de
costa de la comunidad autónoma están en riesgo de desaparecer. “Te empiezas
a replantear todo el discurso, el problema que significa la industria
turística que tenemos ahora, la dependencia tan grande que tenemos del
exterior”, reflexiona María González.
Para
ella, el activismo ambiental surge de la conciencia de clase. “El
combate comienza cuando eres clase trabajadora y ves que la única forma que
tienes de llegar al final de mes, tengas formación o no, pasa por trabajos
precarios que tienen que ver directamente con el turismo. Trabajos que están
mal remunerados, de muchas horas o con malas condiciones laborales. Entonces
empiezas a plantearte por qué pasan estas cosas”, explica.
La
última gran muestra de hartazgo de la población isleña se produjo a una semana
de las elecciones municipales. El pasado 20 de mayo, miles de personas se manifestaron en el sur de Tenerife para
reclamar una moratoria turística que ponga freno a la
construcción desenfrenada de nuevos complejos turísticos; una ecotasa y
conservación real de los espacios naturales protegidos; y una ley de
vivienda y residencia con el objetivo de poner fin al encarecimiento
de los precios de la vivienda, entre otros, por la gentrificación.
¿Por qué no se quiere construir más?
“Se
habla mucho de espacios litorales protegidos, pero imagina una línea de litoral
que tiene un hotel, a la izquierda un campo de golf, a la derecha un complejo
de apartamentos y por arriba una carretera de cuatro carriles. Al final ese
espacio protegido sólo lo es sobre el papel, porque en realidad queda
arrinconado como una especie de jardín natural en medio de una urbanización
masiva y descontrolada”, ilustra Pablo Martín.
“Yo
creo que la población, en general, no es consciente de lo que implica perder
una especie. Canarias es uno de los archipiélagos con mayor biodiversidad
endémica. Eso significa que muchísimas de las especies que existen en
Canarias sólo existen aquí, no existen en ninguna otra parte. Por lo tanto,
tenemos una responsabilidad biológica a nivel mundial”, añade el biólogo
marino.
En
este punto, Martín invierte el sentido tradicional (y en buena medida engañoso)
del concepto “progreso”. Antes, progresar era crecer, era construir y fomentar
el turismo. Pero, ¿lo es hoy? Para este científico y activista la respuesta
está clara: “Es muy comprensible que el desarrollo de Canarias haya estado
ligado al turismo, y se hizo como se pudo. Pero lo que está claro es que, a día
de hoy, no podemos seguir pensando como en los años 60 o 70. La sociedad ha
avanzado”.
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