EXCEPCIÓN
Fragmento
José Rivero Vivas
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LA HORNACINA – Obra:
NL.19 (a-94) -Novela-
Ilustración de la cubierta:
Detalle, Bañistas
en la habitación
Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
(ISBN:
978-84-16759-18-7) D.L. TF – 726 -2016
Ediciones IDEA, Islas
Canarias. Septiembre de 2016
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José Rivero
Vivas
EXCEPCIÓN
(Fragmento: Cap. 1; págs.07-13)
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1
-Seguro, Odón, que estoy medio
sorda; pero, sé lo que digo. Pienso, además, con fundamento. No me vengan con
jaquecas, que no estoy para bromas de mal gusto.
¿Quiénes
son esos únicos, básicos o como sean considerados? También Fidencio es
extraordinario, portentoso, y, sobre todo, original. Miren, si no, sus poemas.
Hay días que pasan sin concierto ni
armonía:
desfallece el pulso y es quebranto
la ansiedad.
Tiranía y pesar y
acabamiento inconclusos
manifiesta violento el panegírico.
Suda la mies, al reposar el asno,
en su transporte diario,
tras arduo descenso en rocas de vergel
sombrío,
donde acaece la ruptura entre lazos
atávicos.
Cesa la madrugada y fina adviene el
alba.
Cuando el rosal se
cansa de sus espinas y exangüe deja caer las rosas al suelo, surge en la
lejanía la silueta indefinida de un rayo tormentoso trasformando en catástrofe
el discurrir bucólico.
-Perdona. Tengo los
folios entreverados y no hay forma de acertar en la elección. Escucha estos
versos, un tanto satíricos:
Virginal y cojonudo
asomaba el mozalbete
haciéndole morisquetas
a la mujer del tendero,
quien, lozana y pechugona,
reía provocativa,
mostrando sus blancos dientes
y canal alabastrina.
Qué hermosa, decía
el chico.
Mas, ella:
Hola, zagal.
¿Qué te trae por aquí?
Vengo por
peladillas
con las que endulzar la boca.
¿No te divierten
las rosas?
Sí; también las
azucenas.
Hasta la flor de los cardos
me honra cuando la miro,
cruzando por los senderos
camino de la alquería
que tiene Eusebio, mi tío.
Tú no vienes a
menudo.
Aunque quisiera, no
puedo,
Que me lo tienen prohibido.
¿Culpa de quién?
De mi tío,
que también la mira a usted.
La tendera se
sonroja.
Luego, se acerca al muchacho.
Ven, hijo. Voy a
mostrarte
mi parte escondida a solas,
para que aprendas de joven
el saber que al hombre aloca.
Sí que aprenderé,
señora.
No me digas, Odón,
que no es fino mi Fidencio, por más que esos ilustres censores dispongan que su
cota no alcanza la elevada altitud estipulada para su admisión en La Hornacina,
donde aparecen, de pie y sentados, las figuras relevantes de un parnaso, de
existencia acaso condicionada por aspectos netamente literarios.
Así, tratando de
alentarlo en su enconada lucha, enardecida le arengo:
Brega, Fidencio,
sin pausa; de lo contrario, no te saldrá bien tu intento. Nadie será capaz de
entender ese alegato farragoso, emprendido al inicio del siglo. Este texto de
tu entraña, que en su día comenzaras, a instancias de tu amigo Odón, tiene
necesidad de ser arrastrado hasta este momento. Como no procede su
actualización, trata de cruzar, en su proceso, una historia contemporánea,
relativa a cuanto dato aprontas en tu memoria, que al cabo de los años precisa,
sin duda, de aire fresco que la libere del polvo acumulado sobre su existencia
y su físico soporte. Ha sido prolongado el sueño de su archivo, producto del
denso silencio a que ha sido condenada, aun sin ser de índole sospechosa la
substancia de su íntima esencia.
-Constancia, usted
cree encarnar la madre de aquel autor americano, fallecido accidentalmente.
Ella apostó por la obra de su hijo, y no cejó en su empeño hasta verla
publicada.
-Fue un éxito cabal
en el mundo.
-A mí,
personalmente, no me gustó.
-¿Sentiste
resquemor?
-Es que la leí en
inglés, y tal vez no la entendí.
-Haberla leído en
español.
-Tengo la impresión
de que no hubiese sido la misma novela.
-Vaya. ¿Y los
clásicos griegos?
-Nos conformamos.
Como cuando vemos esas películas después del doblaje.
-Gracias a esa
técnica seguimos el tema.
-Cierto. Aun así,
se esfuma el contacto directo.
-Fidencio escribe
en tu mismo idioma, ¿cómo no lo lees?
-Están muy cerca de
mí sus cosas.
-¿Precisas que sean
remotas?
-Que haya
suficiente perspectiva en el fluir de la historia.
-Esperemos que la
próxima sea compuesta desde un ángulo trazado entre distancia y partida.
-Fidencio vive
fuera del tiempo, sin advertir que disfrutamos plena modernidad, época casi
perfecta, que deja bien atrás lamentos sociales trasnochados.
-¿Qué insinúas?
-Su perorata es
insidiosa, y al cabo ofende.
-¿Se lo dirías a él
directamente?
-Con toda
franqueza.
Puede que sea
brutal de sincero, y, a la primera oportunidad, arroja sin recato su personal
opinión acerca de la información general, cuando el locutor de turno se instala
prepotente en las ondas.
-Excusa, Odón, mi
digresión, pero tengo que rebatir tu aserto.
A ti te sucede lo
que a los grandes del saber, que se pierden en variadas explicaciones tan
pronto se les toca algún punto delicado que consideran indispensable para el
mantenimiento de su distinción. Piensan que el género humano está obligado a
respetarles su condición de sabios, lo que en el fondo equivale a conceptuarse
clase predilecta; así tú, como ellos mismos, no quieres darte cuenta de que la
humanidad camina sobre su propio derrotero, sin consigna de salvación o condena
para nadie, sino atenerse cada cual a su existencia, aun cuando ello signifique
lucha y bravura y pasivismo y tibieza.
-Fidencio me lo
hizo ver el otro día, mostrándome unas páginas de su novela antigua, titulada
FORJA VENTUROSA.
Existe, en cierto
tipo de individuos, un temor mal disimulado, que los lleva a pronosticar el
profundo cataclismo que habrá de sobrevenir, en breve, si antes no se tuerce el
rumbo de los acontecimientos y se encuentra justa medida para satisfacción
general. Su actitud alarmante mueve a risa porque, sin duda, su miedo es
infundado. No es verdad que la civilización vaya a sucumbir ni que sus logros
serán desperdiciados. Ocurre que se aproxima una nueva era en la cual se
eclipsarán favores y privilegios, lo que les parece odioso y abominable, por
estimar que en esencia atenta contra su libertad y natural inclinación; por ello
esgrimen fieros sus razones tratando de justificar su pesimismo ante el cambio
radical que se insinúa. Sin embargo, olvidan que no habrá ruina para el pobre
desgraciado, cuyas privaciones suponen la mayor calamidad concebible. Pero,
quien nunca ha sido castigado por la privación no sabe calcular el bien
disfrutado. La catástrofe que se vaticina no es sino su derrota como miembro de
un grupo pretendidamente dominante, de una elite pensante, o acaso de persona
que se acerca al árbol de más compacta sombra.
De aquí la
reiteración continua a guisa de letanía:
-Se
os ha acabado el cuento, y lo sabéis; de aquí vuestra preocupación, vuestro
terror, vuestro pánico cerval.
Luego,
en párrafos avanzados, confirma su pensamiento:
No
se vendrá el cielo abajo. No lloverá rayos ni entrarán en colisión los planetas
con las naves espaciales enviadas a explorar el universo. Callaos la
matraquilla y dejad la majadería. El momento apocalíptico acaece porque vais a
quedar desligados de tantas ventajas como presumís. Habéis gozado de lo mejor y
teméis terminar en lo peor. Nada menos cierto, porque no habrá diferencia entre
las partes; en lo sucesivo se tratará de nivelar el concepto vertical de este
entramado hasta que entendáis su pura horizontalidad. Entonces permaneceremos
echados todos, sin obligación de soportar el peso de unos sobre los hombros de
otros. Se acaban las clases inferiores, no sólo por perras sino por letras; ya
era hora. Cada uno a su tarea, y aquellas que más disgusten las compartiremos,
sin mirar quién es quién, porque cada cual es uno e indivisible. Lucharemos,
pues, hasta el final de ese instante encubierto que os espanta. Para nosotros
será el gran advenimiento, y la felicidad completa. Seremos iguales en lo
fisiológico: comeremos lo mismo y dormiremos en casas calientes y nos asearemos
en baños adecuados y así será por los siglos.
-¿Tienes
alguna objeción?
-No
existe en mi ánimo afán de protagonismo.
-Entonces,
demos por terminada la sesión.
-Vale.
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José Rivero Vivas
EXCEPCIÓN
(Fragmento:
Cap. 1; págs.07-13)
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Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.
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978-84-16759-18-7) D.L. TF – 726 -2016
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