lunes, 23 de mayo de 2022

RÚTILA OQUEDAD

 

RÚTILA OQUEDAD

Mayo de 2018

 

José Rivero Vivas

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José Rivero Vivas

RÚTILA OQUEDAD – Obra: NL.21 (a.98) –Novela-

Ilustración de  la cubierta: Café de Davos, 1928

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

(ISBN: 978-84-16759-90-3) D.L. TF 1226 - 2017

Ediciones IDEA. Islas Canarias. Año 2017

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José Rivero Vivas

RÚTILA OQUEDAD

Capítulo II

(Fragmentos entreverados)

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(Página 17)         

Teniente Aldaya, sobrino de Pedro Antúnez, fue voluntario a la guerra, en el Norte de África, programada desde fuera de este globo, en límite impreciso con el espacio exterior, determinación tomada por unos alzados mutantes que osaron aproximarse a la esfera terrestre, ignorantes del enorme riesgo que su decisión entrañaba, disparate descomunal, en una hora intempestiva de la noche, cuando al parecer todo bulto es pardo y las bombas inteligentes dejan de serlo por mera carencia de luz en quien opera en función de control remoto.

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(Página 19)

…Llegado el momento, Begoña Pulido miró intensamente a Teniente Aldaya y le espetó:

          -¿De qué modo pudo superar la contienda sin herida ni mutilación?

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(Página 20)        

-¿Se trata de alguna tesis -inquirió Marco Albino-, o simple referencia a ese juego televisivo que cautiva a la gente?

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(Página 20)        

-Seguro. Son textos escondidos de Hermógenes Sangil.

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(Página 20)        

Conducía yo un pequeño todoterreno, de fabricación gala; ardoroso por el calor, pero entretenido en mis canciones, en pantalón corto y sin camisa, luciendo mi torso desnudo, desfilaba en el coche, cual si me hallara en pasarela de Londres o París.

          -Has de saber que soy amante del culturismo, que todavía practico.

          -Qué bien. Luego me muestras tus músculos.

          -Con gran placer.

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(Página 21)        

En eso llegó Hermógenes Sangil, valiente legionario, convencido pacifista y fenómeno de ficción. Había estado estacionado, con su bandera, en un buque de transporte de guerra, frente a la costa de Mauritania…

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(Páginas 23-27) 

Tras mi incorporación a filas, fui con varios trasladado a las profundidades del desierto; recibimos pronta orden de dispersarnos y que cada cual tratara de consumar la operación para la que fuimos adiestrados, que en definitiva era dañar la retaguardia enemiga a base de atentados. Al día siguiente me encontré solo, sin un alma alrededor, en medio de la arena, con sol y mucha sed. Gracias a que, al caer la noche, tiritando ya de frío, apareció un tipo, envuelto en su chilaba, con un turbante azul que le cubría hasta los ojos; semejaba un guerrero de verdad, como auténtico héroe de cine, o de épica medieval.

-Hola -saludó.

-Hola -contesté.

          -¿Qué haces aquí?

          -Vine a la guerra.

          -Has hecho mal.

          -Sin duda.

          -¿Cómo piensas librarte de esta desolación?

          -Intentaré llegar a la costa.

          -¿De qué modo?

          -Guiándome por las estrellas.

          -¿Intuyes a qué distancia está el litoral?

          -No tengo idea.

          -Por el paso que llevas, a dos meses de camino.

          -No lo alcanzaré nunca.

          -Seguro.

          -¿Qué hago?

          -Venir conmigo.

          -¿Adónde?

          -A pacificar la contienda.

          -Eso sí está lejos.

          -No lo creas.

          En mitad de un valle lejano encontramos un ciento de niños que, bajo el cielo estrellado, avanzaban noche adelante, sin importarles la oscuridad ni los obstáculos del camino. De pronto, observé que Hermógenes Sangil había desaparecido entre ellos, dejándome solo en aquella senda de dunas inconexas y relieve desnortado.

          Tras los presuntos temores que al ser aterran, cuando se halla desamparado en medio de ambiente desconocido, al alcanzar el borde del oasis pude elegir, a mi aire, la planta insegura de una maceta gigante, que proporcionaba salida al carmen precioso inundado de gardenias. Al fondo, delante de la entrada a la jaima del visir, colocados en perfecta hilera, vistiendo rigurosa etiqueta occidental, doce individuos aguardaban expectantes mi presencia. Después de saludar cortésmente, pregunté:

          -¿Cuál es la enseña?

          -Exponga su causa -pronunció un señor mayor, situado en el centro.

          Saqué el papel que Hermógenes Sangil me hubo dejado, como indicador del trayecto, y leí los versos que tenía escritos en el dorso. Exacerbados, pese a su elegante indumentaria, sin ser unánime el consenso, me condenaron a muerte.

          -¡Por unos versos! -se asombró Marco Albino.

          -Obviaron su contenido, que al parecer carecía de importancia. El error consistía en haber utilizado un idioma que desconocía.

          -¿Cómo no usó el español? -quiso saber Begoña Pulido.

          -Quizá hubiese sido acertado. Pero, como todo el mundo desea hablar inglés, es de suponer que también él quiso hacer su pino. De modo que, inocente y cándido, me cayó encima la grave pena.

          -Pero, no fuiste ejecutado -se alegró Begoña Pulido.

          -Las señoras salieron en mi defensa y fui de por vida condenado al exilio.

          -¿Están bien hechos? -curioseó Marco Albino.

          -No tuve tiempo de apreciar su tersura.

          -¡Todo por casi un serventesio! -musitó dubitativa Begoña Pulido.

          -En conciencia, creo que es la explicación.

          -¿Tendrías la bondad de recitarlos? -solicitó Begoña Pulido.

          -¿Delante de Marco Albino?

          -Él es poeta.

          -Por lo mismo.

          -Vamos entonces a mi habitación.

          -Encantado.

          Sentados ambos en el borde de la cama, ella le pide:

          -Empieza.

          Luego de un instante de inaudito esfuerzo, musitó:

 

Yo siempre estoy al lado de quien pierde,

por no sentirme afín a vencedores;

tampoco me cautivan los que vierten

su frágil entereza en seguidores,

al tiempo de mostrarse fiel al as,

en hosco detrimento del rival,

que al cabo, del rigor su dardo siente.

 

-¿No estaban en inglés?

          -Esos se me han borrado.

          -Flaca memoria.

          -Su numen no era triunfalista.

          Un tanto desencantada, Begoña Pulido estuvo callada un rato. Luego, en comentario decepcionado, dijo:

          -Creí que eran eróticos.

          -El erotismo es tema para ejercitarlo.

          -Claro -afirmó ella convencida.

          Sin pérdida de tiempo empezó a desnudarse apresurada, exigiendo:

          -Venga, enséñame tu musculatura.

          Se quitó él la camisa y fue junto a ella, que lo tocó delicada, cual si su cuerpo fuera de roca fina.

          -¡Hum! -hizo, relamiéndose interiormente- ¿Y tus piernas?

          Se bajó los pantalones y quedó en calzoncillos. Ella, arrobada, trató de coger sus muslos; entonces reparó en el bulto, que miró sorprendida, y, arrebatada, agarró su miembro, sacándolo fuera.

          -¡Oooh! -exclamó extasiada, al verlo alzado en plena potencia, rojo encendido y ardiendo en sangre acumulada.

          No pudo contenerse y descendió rápido a probar lo que apreció bocado exquisito. Iniciada la orgía, fue prolongada hasta más allá de la madrugada.

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José Rivero Vivas

RÚTILA OQUEDAD

Capítulo II

(Fragmentos entreverados)

Islas Canarias

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