RÚTILA OQUEDAD
Mayo de 2018
José Rivero Vivas
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José
Rivero Vivas
RÚTILA OQUEDAD – Obra: NL.21
(a.98) –Novela-
Ilustración
de la cubierta: Café de Davos, 1928
Óleo sobre lienzo de Ernst
Ludwig Kirchner.
(ISBN: 978-84-16759-90-3)
D.L. TF 1226 - 2017
Ediciones IDEA. Islas Canarias.
Año 2017
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José Rivero Vivas
RÚTILA OQUEDAD
Capítulo II
(Fragmentos entreverados)
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(Página
17)
Teniente Aldaya, sobrino de Pedro
Antúnez, fue voluntario a la guerra, en el Norte de África, programada desde
fuera de este globo, en límite impreciso con el espacio exterior, determinación
tomada por unos alzados mutantes que osaron aproximarse a la esfera terrestre,
ignorantes del enorme riesgo que su decisión entrañaba, disparate descomunal,
en una hora intempestiva de la noche, cuando al parecer todo bulto es pardo y
las bombas inteligentes dejan de serlo por mera carencia de luz en quien opera
en función de control remoto.
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(Página
19)
…Llegado el momento, Begoña Pulido miró
intensamente a Teniente Aldaya y le espetó:
-¿De
qué modo pudo superar la contienda sin herida ni mutilación?
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(Página
20)
-¿Se trata de alguna tesis -inquirió
Marco Albino-, o simple referencia a ese juego televisivo que cautiva a la
gente?
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(Página
20)
-Seguro. Son textos escondidos de
Hermógenes Sangil.
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(Página
20)
Conducía yo un pequeño todoterreno, de
fabricación gala; ardoroso por el calor, pero entretenido en mis canciones, en
pantalón corto y sin camisa, luciendo mi torso desnudo, desfilaba en el coche,
cual si me hallara en pasarela de Londres o París.
-Has
de saber que soy amante del culturismo, que todavía practico.
-Qué
bien. Luego me muestras tus músculos.
-Con
gran placer.
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(Página
21)
En eso llegó Hermógenes Sangil, valiente
legionario, convencido pacifista y fenómeno de ficción. Había estado
estacionado, con su bandera, en un buque de transporte de guerra, frente a la
costa de Mauritania…
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(Páginas
23-27)
Tras mi incorporación a filas, fui con
varios trasladado a las profundidades del desierto; recibimos pronta orden de
dispersarnos y que cada cual tratara de consumar la operación para la que
fuimos adiestrados, que en definitiva era dañar la retaguardia enemiga a base
de atentados. Al día siguiente me encontré solo, sin un alma alrededor, en
medio de la arena, con sol y mucha sed. Gracias a que, al caer la noche,
tiritando ya de frío, apareció un tipo, envuelto en su chilaba, con un turbante
azul que le cubría hasta los ojos; semejaba un guerrero de verdad, como
auténtico héroe de cine, o de épica medieval.
-Hola -saludó.
-Hola -contesté.
-¿Qué
haces aquí?
-Vine
a la guerra.
-Has
hecho mal.
-Sin
duda.
-¿Cómo
piensas librarte de esta desolación?
-Intentaré
llegar a la costa.
-¿De
qué modo?
-Guiándome
por las estrellas.
-¿Intuyes
a qué distancia está el litoral?
-No
tengo idea.
-Por
el paso que llevas, a dos meses de camino.
-No
lo alcanzaré nunca.
-Seguro.
-¿Qué
hago?
-Venir
conmigo.
-¿Adónde?
-A
pacificar la contienda.
-Eso
sí está lejos.
-No
lo creas.
En
mitad de un valle lejano encontramos un ciento de niños que, bajo el cielo
estrellado, avanzaban noche adelante, sin importarles la oscuridad ni los
obstáculos del camino. De pronto, observé que Hermógenes Sangil había
desaparecido entre ellos, dejándome solo en aquella senda de dunas inconexas y
relieve desnortado.
Tras
los presuntos temores que al ser aterran, cuando se halla desamparado en medio
de ambiente desconocido, al alcanzar el borde del oasis pude elegir, a mi aire,
la planta insegura de una maceta gigante, que proporcionaba salida al carmen
precioso inundado de gardenias. Al fondo, delante de la entrada a la jaima del
visir, colocados en perfecta hilera, vistiendo rigurosa etiqueta occidental,
doce individuos aguardaban expectantes mi presencia. Después de saludar
cortésmente, pregunté:
-¿Cuál
es la enseña?
-Exponga
su causa -pronunció un señor mayor, situado en el centro.
Saqué
el papel que Hermógenes Sangil me hubo dejado, como indicador del trayecto, y
leí los versos que tenía escritos en el dorso. Exacerbados, pese a su elegante
indumentaria, sin ser unánime el consenso, me condenaron a muerte.
-¡Por
unos versos! -se asombró Marco Albino.
-Obviaron
su contenido, que al parecer carecía de importancia. El error consistía en
haber utilizado un idioma que desconocía.
-¿Cómo
no usó el español? -quiso saber Begoña Pulido.
-Quizá
hubiese sido acertado. Pero, como todo el mundo desea hablar inglés, es de
suponer que también él quiso hacer su pino. De modo que, inocente y cándido, me
cayó encima la grave pena.
-Pero,
no fuiste ejecutado -se alegró Begoña Pulido.
-Las
señoras salieron en mi defensa y fui de por vida condenado al exilio.
-¿Están
bien hechos? -curioseó Marco Albino.
-No
tuve tiempo de apreciar su tersura.
-¡Todo
por casi un serventesio! -musitó dubitativa Begoña Pulido.
-En
conciencia, creo que es la explicación.
-¿Tendrías
la bondad de recitarlos? -solicitó Begoña Pulido.
-¿Delante
de Marco Albino?
-Él
es poeta.
-Por
lo mismo.
-Vamos
entonces a mi habitación.
-Encantado.
Sentados
ambos en el borde de la cama, ella le pide:
-Empieza.
Luego
de un instante de inaudito esfuerzo, musitó:
Yo siempre estoy al lado de quien pierde,
por no sentirme afín a vencedores;
tampoco me cautivan los que vierten
su frágil entereza en seguidores,
al tiempo de mostrarse fiel al as,
en hosco detrimento del rival,
que al cabo, del rigor su dardo siente.
-¿No estaban en inglés?
-Esos
se me han borrado.
-Flaca
memoria.
-Su
numen no era triunfalista.
Un tanto desencantada, Begoña Pulido estuvo callada un rato.
Luego, en comentario decepcionado, dijo:
-Creí que eran
eróticos.
-El erotismo es
tema para ejercitarlo.
-Claro -afirmó
ella convencida.
Sin pérdida de
tiempo empezó a desnudarse apresurada, exigiendo:
-Venga, enséñame
tu musculatura.
Se quitó él la
camisa y fue junto a ella, que lo tocó delicada, cual si su cuerpo fuera de
roca fina.
-¡Hum! -hizo,
relamiéndose interiormente- ¿Y tus piernas?
Se bajó los
pantalones y quedó en calzoncillos. Ella, arrobada, trató de coger sus muslos;
entonces reparó en el bulto, que miró sorprendida, y, arrebatada, agarró su
miembro, sacándolo fuera.
-¡Oooh! -exclamó
extasiada, al verlo alzado en plena potencia, rojo encendido y ardiendo en
sangre acumulada.
No pudo
contenerse y descendió rápido a probar lo que apreció bocado exquisito.
Iniciada la orgía, fue prolongada hasta más allá de la madrugada.
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José Rivero Vivas
RÚTILA OQUEDAD
Capítulo II
(Fragmentos
entreverados)
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Mayo
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