miércoles, 25 de mayo de 2022

PEGASUS Y LOS LIBERALES

 

PEGASUS Y LOS LIBERALES

JAVIER MELERO

 

No me negarán que, a pesar de la inaudita capacidad de resistencia del señor Sánchez, en los últimos tiempos el Gobierno parece uno de aquellos tipos que van al dentista y salen con la cabeza vendada. Por si no tuviera  bastante con sus cuitas electorales, su escaso brío en los sondeos y una situación económica entre tenebrosa y siniestra, ahora le estalla en las manos ese chusco asunto del espionaje sin siquiera (a las fechas me remito) tener el consuelo de podérselo atribuir al señor Rajoy, un comodín más que quemado a estas alturas.

Un asunto, por cierto, en el que se da la risible paradoja de que Sánchez se muestre avergonzado de haber espiado y orgulloso de que le espíen, cuando en un país medianamente serio sus sentimientos deberían ser justo los contrarios: solo se habría espiado por razones perfectamente justificables y se habría sido espiado por lamentables brechas de seguridad.

Afortunadamente para Sánchez, no hay nada que caduque tan deprisa como el interés por los asuntos graves y urgentes A los hechos me remito: de la covid ya no hay quien hable, el señor Casado parece tan remoto como los reyes godos y la gente planifica sus viajes de vacaciones como si la guerra de Ucrania se estuviera librando en Alfa Centauri.

Obviamente, son muchas las cosas que ignoro sobre el uso dado a ese famoso sistema Pegasus, aunque, visto el contexto general de la historia, no creo pecar de temeridad si aventuro que alguien ha metido la pata. Y no porque un gobierno extranjero haya espiado al presidente y sus ministros: esos fallos de inteligencia se producen en todas partes. Basta con pensar  que la CIA ni se olió que Irak no tenía armas de destrucción masiva (si se lo olió, la cosa resulta bastante peor), ni el 11-S, ni la invasión rusa de Crimea para ver por dónde van los tiros en esta materia.

La metedura de pata será cosa más bien de quienes llegaron a creer que era una idea excelente curiosear a determinados adversarios políticos. Es lo que ocurre cuando se confunde la seguridad nacional con fenómenos de disidencia política más o menos masivos; o cuando se cree que la razón de Estado pasa por encima de los principios liberales y, además, se sazona el error con elevadas dosis de torpeza.

Es cierto que se me podría recriminar que saque este tipo de conclusiones sin esperar la desclasificación de documentos secretos o el resultado final de las investigaciones judiciales, pero, como decía alguien, si vas por un vallado y ves asomar dos largas y puntiagudas orejas y oyes un rebuzno, no hace falta que saltes la tapia para saber que detrás hay un burro.

Fíjense si no en lo que hace a los independentistas catalanes –esas gentes sombrías bregadas en la manipulación de niños de corta edad (no muy exitosa, vistos los resultados de Vox en Catalunya) y la recluta de ancianas para enfrentarlas a la policía–, de los que parece que unos fueron espiados con orden judicial y otros sin ella, lo que dice bastante sobre el despropósito al que asistimos.

Recuerden que en toda la causa del procés ningún tribunal precisó interceptar las comunicaciones de los políticos investigados. Seguramente porque todo lo que hacían estaba más que documentado en los diarios oficiales y en declaraciones ante los medios de comunicación, que si pecaban de algo no era de secretismo, sino más bien de un exhibicionismo apabullante. Y eso que hablamos de lo que algunos han definido como el mayor reto desde el inicio de la democracia. Deben de ser los mismos que  piensan que un golpe militar y el terrorismo asesino de ETA eran pequeñas travesuras. Sin embargo, aun ante esa evidencia, son pocas las voces de fuera del independentismo que cuestionan un cambio de criterio (judicial, por lo visto) que parece legitimar la intolerable injerencia que suponen esas escuchas.

No es de extrañar. Los liberales –los que creen que “la defensa de la libertad tiene que ser dogmática, sin concesión alguna al oportunismo, aun cuando no sea posible demostrar que, al margen de los efectos positivos, su infracción pueda comportar algunas consecuencias perjudiciales”– brillan por su ausencia en nuestro país. Y la frase no es del señor Rufián, sino de Von Hayek.

Porque quienes se definen como liberales en España son de los que lo fían todo a las bajadas de impuestos o abogan por una intervención mínima del Estado salvo cuando se trata de combatir a los oponentes ideológicos o los derechos delas mujeres embarazadas. Y así nos va.

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