YA NO QUEDAN PERIODISTAS
JOSÉLUIS VÁZQUEZ DOMÈNECH
Quiero creer que quienes desarrollan cualquier tipo de trabajo en los medios, defienden, por principio, la libertad de expresión. También quiero creer que la mayoría se desenvuelven en su espacio con la certeza de que todo aquello que escriben forma parte de su amplio espectro de análisis, y de que tienen la inmensa posibilidad de opinar de todo aquello que deseen con absoluta autonomía. Quiero creerlo, pero no puedo. Y hay muchas razones para ello.
La primera razón y
fácilmente identificable se observa cuando uno lee todos los periódicos,
atiende todos los informativos y regresa a sus interrogantes con la clara
convicción de que la pluralidad no existe. La evidencia nos lleva por un único
camino en el que se especifica que solo podemos observar el mundo desde un
único prisma. Esa opción es, desde luego, contraria a los valores que deberían
prevalecer al realizar dicho trabajo.
¿Cómo es posible
que todas las portadas dirijan nuestra atención al mismo escenario? ¿Cómo es
posible que en dicho escenario haya el mismo número de actores, y cómo es
posible que para todo el mundo, uno solo sea declarado enemigo común como
responsable de todas las tragedias? Dicha posibilidad, en un entorno
democrático y vivencial, sería imposible en nuestros círculos personales. No
habría ninguna posibilidad de que todos coincidiéramos. Ello, en situaciones
libres y respetuosas. Quienes se dedican a escribir, del mismo modo que quienes
se dedican a vivir, deberían abarcar todos los espectros de pensamiento, y
deberían ser reflejo de una sociedad heterogénea y diversificada.
Deberían, pero
cuando vamos interpretando sus mensajes resulta que se posicionan casi sin
excepción en una estrecha franja un tanto sospechosa. Estrecha y, lo que es
peor, malévola.
La segunda razón
que nos lleva a no creer sus palabras viene determinada por la absoluta falta
de criterio en sus análisis. Es cierto que un buen número de trabajadores del
gremio se dedica a opinar en los espacios que les ceden para ello. Para hablar
de las lluvias torrenciales, de la violencia de género, del cambio climático o
de aquello que les venga en gana. Pero cuando les da por hablar de política hay
una especie de comunión, y una tendencia excesiva a mostrar las mismas credenciales
haciendo un flaco favor a la humanidad. Se desentienden de todo análisis, y se
sumergen en la fortaleza del discurso dominante como quien no quiere la cosa.
Eso sí, pueden hasta llegar a escribir bien, pueden ofrecernos poesía, pueden
hasta convencernos de que tienen educación y son buenas personas.
Pero irrumpen en
nuestra tranquilidad desmontando la existencia de la supuesta libertad de
prensa. Una mayoría aplastante siguen el curso del río. Y el torrente nos
arrastra con fuerza.
Hay una tercera razón. Esta es la más invasiva
para su ego. Tienen la certeza de que sus directores de orquesta, es decir,
quienes les pagan, les ofrecen absoluta libertad para que escriban sin ningún
tipo de trabas. Es decir, viven su trabajo pensando y sintiendo que escriben
sus reflexiones incorporando todo su potencial (en ocasiones piensan hasta en
su arsenal crítico). Pero claro, olvidan por completo que adolecen de absoluta
capacidad para poner, no ya a sus jefes, sino también a sus lectores, contra
las cuerdas. De todo ello se deduce algo primordial; el común de los
colaboradores de los medios están ahí para entretener, para aliviar nuestras
penas y nuestros sueños, no desde luego para alimentar nuestra capacidad
crítica y de acción.
Y yo me pregunto.
¿No deberíamos todos escribir para denunciar, escribir para promocionar la
verdadera libertad, escribir para dar voz a quienes no pueden, escribir para
contrarrestar la desigualdad, escribir para buscar un poco más de justicia,
escribir como verdadero acto político? Comprendo que haya otros componentes,
incluso puedo llegar a comprender que se escriba para aliviar el dolor interno;
yo lo hago a menudo. Pero escribir reflexionando sobre el contexto que nos
rodea y ser incapaz de dar un golpe sobre la mesa dice mucho de cierto
posicionamiento ante la vida, dice mucho del acatamiento.
¿Tan ardua es esa
labor? Parece ser que sí. Ardua, y un tanto ciega. De todas las columnas que he
leído este último mes es casi impensable encontrarnos con alguien capaz de
detenerse a reflexionar, no vaya a ser que le despidan ipso facto por su
osadía. ¿Tan complicado es disentir? ¿Tan laborioso es procurar aproximarse a
otras realidades? Dado que estamos criticando el trabajo o las formas de
quienes deberían representar la libertad de expresión y, claro está, un mínimo
de capacidad de análisis, vamos a exponer con un ejemplo muy sencillo lo que
está sucediendo en el submundo del periodismo.
Como ya todo el
mundo sabe, Putin es un sujeto que deja mucho que desear. Ha efectuado un
ataque sin precedentes, y como reacción del todo comprensible, corren ríos de
tinta sobre él y sobre Ucrania. Es decir, escribir sobre ello hasta se
convierte en un acto involuntario. La cruda realidad te lleva… Así las cosas,
infinidad de “periodistas” se ponen manos a la obra. Pero mira tú por dónde,
irrumpen en la sala sin realizar bien su trabajo. Son tan brillantes en sus
exposiciones que a nadie se le ocurre poner en jaque, primeramente, a su propio
periódico, porque ni se les pasa por la cabeza pensar que quizás, el medio para
el que trabajan está mintiendo sin cesar.
Ya expusimos el cuento del bombardeo de las
centrales nucleares. Al parecer, no es suficiente para poder llegar a poner en
duda el trabajo que realizan sus compañeras o compañeros. Las cosas así, vamos
a intentar ponerlo más fácil. Vamos a recordar el episodio de una mujer
embarazada que sale de un hospital toda compungida y ensangrentada, y las
televisiones de todo el mundo reponen sin cesar esas imágenes, con el único
objetivo de constatar la maldad del gobierno ruso. Esa secuencia aparece
posteriormente en todos los periódicos, y se hace viral el terrible dolor que
se instala en Ucrania por la despiadada acción llevada a cabo por el ejército
ruso. Si añadimos a ello infinidad de noticias del mismo pelo que van
apareciendo cada nueva jornada, nos encontramos con un panorama un tanto
desolador.
Bien. Ese escenario
es propicio para que tertulianos, columnistas y articulistas de toda clase se
pongan manos a la obra. Pero eso sí, sin dedicarle un minuto a uno de los
principios básicos que debe cimentar su reflexión. Un minuto, por dios. Un
minuto. ¿No debería ser de obligado cumplimiento poner en duda información que
puede ser relevante para movilizar a las masas y con esa movilización crear políticas
que pueden alterar el ritmo de los acontecimientos? ¿No debería de ser de
obligado cumplimiento no tener la desfachatez de ser altavoz de los perversos
usos de la información? Parece ser que no.
Has de saberlo. El
periódico para el que trabajas miente, y tú, ni te inmutas. Es más. Sigues el
juego, y nos deleitas con tus apreciaciones tan sentidas. Miente, y las
consecuencias de esas mentiras construyen guerras, invasiones, e infinidad de
muertes y atrocidades. ¿No es todo ello suficiente para que interrumpas tus
pasos? ¿No es todo ello suficiente para que, por una vez, acometas el trabajo
de investigar un poco antes de escribir? Deberías pensarlo. Y deberías de
hacerlo. Porque saber que hay gente detrás que te lee y espera como el agua de
mayo tus impresiones, ya solo eso, debería ser motivo suficiente para
contrarrestar el asedio del imperio.
El periódico o la
revista o la televisión para la que trabajas difundió una y otra vez falsas
noticias con el único fin de acorralar a Putin, sancionar a Rusia, y establecer
nuevos juegos estratégicos y de poder en base a la mentira. Una y mil mentiras,
hasta el punto de que uno ya no sabe por dónde debería empezar.
¿Qué sucedería si
supieras que lo que estoy transmitiendo aquí se corresponde con la realidad?
¿Qué sucedería si me leyeras y comprobaras y constataras que trabajas para un
medio que no repara en seguir el rastro de la construcción del odio en
beneficio de los mismos de siempre? ¿Qué harías? Me temo que nada. O si. Me
temo que, sencillamente, me ignorarías, por el bien de no se qué orgullo.
Las imágenes de las
consecuencias del bombardeo del hospital, la construcción narrativa de la mujer
embarazada, el asedio del ejército ruso y la matanza de civiles en ese edificio
(mujeres y niños), fue un complot. Igual que lo es el alarde informativo creado
en torno a Mariúpol. ¿Te has preguntado qué narices ocurre en esa planta de
Azovstal? ¿Por qué tanta insistencia en comunicarnos sobre la enorme desgracia
que supone asestar un duro golpe a un buen número de nazis? Como siempre, es
mucho más sencillo de lo que parece. En la acería en donde resisten sin piedad
los soldados ucranianos hay muchas cosas preciosas, y diamantes en bruto, que
Occidente quiere ocultar y, sobre todo, hacer desaparecer, como quien no quiere
la cosa.
Vamos allá
periodistas. ¿Vuestro olfato no os dice nada? Hay que ver, que fácil os llenáis
los bolsillos para callar nuestras bocas. Tras las operaciones de última hora
realizadas por el ejército ruso va apareciendo aquello que ya suponíamos.
Entrenadores de guerras internacionales escondidos en los refugios
subterráneos. Kilómetros y kilómetros de agujeros negros. ¿Qué hacen allí? Todo
apunta a infraestructuras de la OTAN, operando de manera secreta contra Rusia.
Ya fue detenido el general canadiense Trevor Cadieu hace un par de semanas.
Ahora, parece que un general estadounidense, Eric Olson, el teniente coronel
británico John Bailey y cuatro instructores militares de la OTAN le siguen los
pasos. Es difícil confirmar este tipo de noticias. Todos a una lidian para que
sea imposible poder mostrar nada que interrumpa esta oratoria belicista
atlántica.
Pero al final, la
lógica entra por la puerta y EEUU sale por la ventana. No olvidemos lo ocurrido
en Bucha, la famosa masacre recreada para que odiemos a Rusia y podamos optar
así a una parcela celestial. La delegación rusa insistió una y otra vez en la
falsedad de las noticias, y repitió por activa y por pasiva que deseaba más que
nadie una investigación, y pidió también la reunión del Consejo de Seguridad.
Pero la ONU, bajo presión de EEUU y la Gran Bretaña (que preside en estos
momentos dicho Consejo) no lo permitió. Ah, lo siento! Y como bien escribieron
en France 24… “A pesar de no tener pruebas contundentes, los indicios de la
autoría rusa de los crímenes en Bucha han puesto en marcha otra ronda de
sanciones”, que es de lo que se trata, sancionar y sancionar, hasta ahogar al
enemigo, hasta saciar esa sed llena de maldad y prepotencia.
Ayer todas y cada
una de las portadas amanecían con el mismo titular. La evacuación de militares
en Mariúpol. Es increíble. A una rendición en toda regla, porque ya no les
queda otro remedio, le llaman evacuación. Encima una evacuación realizada por
Ucrania.
Y así amanecemos
todas las mañanas, frente a las trincheras informativas, linchados y apedreados
por los mismos que nos quieren hacer creer que tenemos libertad de información.
El delirio se
instaló en Occidente y la barbarie está servida. Qué más da que EEUU fuera
quien declarara la guerra a la Corte Penal Internacional (rechazan la
legitimidad de toda organización que pretenda investigar crímenes de guerra
perpetrados por ciudadanos estadounidenses), qué más da que sus bases militares
puedan instalarse en todos los rincones del planeta, qué más da que un tórrido
calor flambeado por sus armas nos rodee por todas partes. Todo responde a una
realidad inalterable. Nada ha cambiado en 50 años, y nada va a cambiar. El
periodismo de verdad podría hacerlo, pero si tú también te vendes a cualquier
postor, ¿qué nos queda?.
Nos quedan
personas, muy pocas personas, que están haciendo una ingente labor para alzar
la voz en medio del desierto. Y a esas personas van dedicadas cada una de mis
palabras. A esas personas que sin ganar absolutamente nada por ello, nos educan
y nos impulsan.
OTAN No, Bases
Fuera
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