VASALLAJE A UN LADRÓN
La
debilidad de la sociedad española y de sus instituciones se evidencian en la
reacción vergonzante del Gobierno y de la Casa Real ante la desfachatez del
emérito desembarcando en Sanxenxo como si fuese la Isla de la Tortuga
CONTEXTO
El regreso inviolable de Oriente
“En las sociedades anémicas, débiles, no se vive con la realidad; se puede poner la mano en todo menos en los símbolos y en las formas. Así, los reyes y los conquistadores se han llegado a reír de lo humano y de lo divino; pero han tenido que respetar las ceremonias y los ritos”. Pío Baroja escribía esto en Ayer y hoy, sus memorias del exilio durante la Guerra Civil. La tragedia que empujó al escritor a una precaria estancia en París y Suiza y sus no menos trágicas secuelas se cerraron en teoría en 1978 con una Restauración de la monarquía a la que, dentro de la operación de imagen, llamamos Transición a la democracia. Quizá aquel respeto formal a las ceremonias y a los ritos existía en la época de Baroja o al comienzo de la Transición, pero no ahora. No solo ya los reyes o los conquistadores, sino buena parte de las autoridades vigentes consideran que aquellas reglas litúrgicas no rigen para ellos.
Es cierto que Juan
Carlos de Borbón puede entrar o salir a su libre albedrío de territorio
español, pero que no haya causas pendientes –en este país– no solo no limpia su
imagen, sino que empaña la de la justicia, entre las de otras instancias, del
Reino de España. Su eterna impunidad / inviolabilidad no le convierte en un
veraneante honorable, ni en un jubilado que fleta –¿él? – un Gulfstream G450
para ver a la familia. Juan Carlos de Borbón sigue siendo el autor de una
docena de delitos por los que no ha sido juzgado debido a esa inviolabilidad,
insólita en nuestro entorno geopolítico, que según interpretan los actuales
jueces le otorgó la Constitución. Sus relaciones trapaceras con la Hacienda
pública se han podido cubrir con una excepcional manga ancha administrativa y
con dinero proveniente de esos u otros delitos impunes. Y yendo a lo práctico,
los centenares de agentes de policía y guardia civil que están dedicando sus
afanes a su protección y no a conducirlo ante un juez se están pagando con
fondos públicos. Sin embargo, el que la Policía Nacional tomase la filiación a
dos jóvenes a su llegada al aeropuerto no se sabe si obedeció a los desvelos de
los propios agentes, o a órdenes superiores. El ministro Marlaska debería
comunicar a quien corresponda que mostrar públicamente un desacuerdo, como
harán los convocantes de una manifestación este sábado 21 de mayo, no es
delito.
En cuanto al papel
de destacados líderes de opinión en todo este circo solo cabe decir que las
cortes reales siempre se han rodeado de bufones
La anemia y la
debilidad de la sociedad española y de sus instituciones se evidencian en esos
pequeños detalles y en la reacción vergonzante del Gobierno y de la Casa Real
ante la desfachatez del emérito (por cierto, ¿qué título es ese?) desembarcando
en Sanxenxo como si fuese la Isla de la Tortuga donde recalaban libremente los
bucaneros en el siglo XVII, o una especie de Estoril intraterritorial. Que
personas que tuvieron un papel relevante en el actual gabinete hayan callado en
su día y exterioricen ahora su repulsa mediante chistes en las redes sociales
hace todavía más patente la libertad de reírse de todo que tienen reyes y
conquistadores. En cuanto al papel de destacados líderes de opinión en todo
este circo, y al peloteo sumiso de muchos medios de comunicación, incluidos los
públicos, solo cabe decir que las cortes reales siempre se han rodeado de
bufones.
Que haya actuado de
portavoz de la Casa Emérita el alcalde de Sanxenxo, Telmo Martín, no es
extraño. Sus empresas inmobiliarias han sido condenadas repetidas veces por
delitos como edificar en playas, o cobrar un sobrecoste en negro a compradores
de viviendas protegidas. Así que comparte con su invitado una relación de
alegre camaradería con los límites de la legalidad. Pero que el recién
aterrizado presidente de la Xunta, abogado y exsecretario en ayuntamientos
vecinos a Sanxenxo profiera la vulgaridad de que la visita del fugado “pone a
Galicia en el mapa”, como si no hubiesen peregrinado desde el siglo IX reyes de
verdad, es un error de primero de vasallaje. A los monárquicos y Cierra España
habría que recordarles que Eduardo VIII, duque de Windsor, después de abdicar,
tardó tres décadas en poder volver a pisar suelo británico. Eran otros tiempos,
pero su único delito había consistido en casarse con una mujer divorciada.
A la espera de que
el electorado asuma esa norma básica en las democracias, la clase política de
este país, de derecha, centro o izquierda, debería ser consciente de una vez de
que ni los votos ni los cargos heredados de dictadores deberían servir para
absolver delitos, y que las faltas a la ética no se lavan siempre con
absoluciones en los tribunales –y menos cuando es por prescripción–. Porque
todos sabemos que el regatista no solo ha hecho las que ha querido y cuando ha
querido, sino que las seguirá haciendo mientras a la mayoría de los súbditos
del Reino se nos siguen aplicando las leyes vigentes. Como decía Jean Cocteau,
formarse no es nada fácil, pero reformarse lo es menos aún.
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