RADICALIDAD DEL AMOR
EDUARDO SANGUINETTI
Filósofo,
poeta, artista, periodista y músico argentino. Pionero en el arte performativo.
Se le considera también precursor del minimalismo en América Latina y del land
art.
Foto:
UNsplash / Michael Fenton
«Amarnos, aun cuando queden pocos días/ Amarnos porque estamos solos y nadie logrará rescatarnos/ No nos queda sino este recurso: amarnos/ No tendríamos que tomar en cuenta nada más/ Unos pocos metros cuadrados bastarían/ Y nos amaremos mientras se pueda…» Fragmento de mi poemario: «Balada de la vieja nueva ola para héroes solitarios» Ediciones de Arte Gaglianone, 1993.
Siempre he creído, que la renuncia al amor, se base o no en un pretexto de tipo ideológico, es uno de los grandes crímenes que, en el curso de su vida, pueda cometer un hombre dotado de todos sus elementos constitutivos, sensibilidad, instinto y sabiduría, cuidando de sí, en el espacio que nos ofrece la radicalidad del amor.
Si existe “algo”
que parecía haber escapado hasta hace unos años a todo intento de reducción,
haber resistido a los más grandes dictadores de tendencias y pesimistas, este
“algo”, era el amor: único sentimiento que puede reconciliar a cualquier ser,
temporalmente o no, con la idea de la vida y su sentido.
El discurso del
amor pareciera, hoy, estar divorciado de la existencia de los pueblos, exiliado
e instalado en un espacio de soledad extrema, en un Gulag metafórico. Un
discurso despreciado a veces, ignorado por las nuevas generaciones abandonadas
a relaciones sistemáticas de consumo extremo. El amor está asfixiado por la
profusión de pornografía reinante.
En Argentina, ha
llegado a ser una práctica cotidiana, aún no superada, que escritura y pensar
sobre lo deseante en términos esquizoides, estén estrechamente ligados al
ejercicio del poder corporativo de mafia asesina y desamorada, enquistada en el
país desde hace décadas, en los más diversos espacios del acontecer de lo que
fue una República.
La escritura
publicitaria de los habilitados, serviles a las corporaciones, significaba y
sigue significando la omnipotencia de la trama siniestra del aparato criminal
del estado privatizado… El acto de escribir pierde su función comunicativa, de
modo adrede, todo articulado por una logística degradante de pérdida de sentido
y por supuesto de la verdad tan temida. Pero también y sobre todo la decepción
relativa a la indisposición ante la verdad. La creencia en la bondad de los
fundamentos -ética, sentido, historia, progreso, hombre- se reemplaza por una
especie de creencia en la omnipotencia de unas fuerzas dispersivas, caóticas,
contradictorias, demoníacas, que sin dudas la humanidad ha naturalizado,
glorificando los mitos y las leyes de la destrucción: ruina, entropía, caos.
No es casual que la
preocupación de la búsqueda de un “autor” para el mundo, se produjera en
relación a un paisaje relativamente natural, anónimo, donde la intertextualidad
asume entonces la convención del autor como individuo indiviso, idéntico a sí
mismo, para después formalizar su sepelio y explotarlo -esparcir sus restos- en
un individuo social, en un contexto incierto que asume exactamente las
atribuciones del autor/dios: el panteísmo del «objetil», habiendo dejado al
«subjetil» exiliado del amor. (tal como lo define Derrida, a partir de Artaud).
De este modo, a
pesar del desgaste y rozamiento, se produjo un cortocircuito de lo simbólico,
que actuaba cual placebo interno de la conciencia de una humanidad
manierista/esclava y la discusión parece producía cierto vértigo, por lo que el
esfuerzo en llegar a un diálogo se tornaba casi imposible, devenido en valioso,
porque no decirlo o ser inútil, ignorante y mentiroso, no da resultados
formidables en este sistema de sujetos-objetos, que preparan su cuerpo para los
gusanos, soportando lo insoportable, en nombre de la democracia ficcional, al
servicio de las mafias corporativas, incluidas las mediáticas, donde la verdad
es eliminada y la mentira es instalada como fuente de todo acto delictivo.
En el interior de
las democracias, se insinúa con insistencia formas de simuladas
confrontaciones, donde no se llega a visualizar quién es el receptor y quién el
emisor de noticias solapadas en formato «espionaje super-escort» modelo tercer
milenio, tendencia «crimen organizado VIP». “La sexualidad se desvanece en la
sublimación, la represión se desvanece con mucha mayor seguridad en lo más
sexual que el sexo: el porno. Las cosas se desvanecen en lo más visible que lo
visible: la obscenidad”, decía el comunicador y filósofo francés Jean
Baudrillard, con quien coincido. Sumo otros asesinos del amor: la publicidad a
repetición hasta alcanzar el vértigo, donde los cuerpos, cuáles objetos de
consumo, se nutren de obesidad y simulada obsesión de placer no consumado,
liberado del afecto que transmiten los estados de deseo y la sensibilidad del
instante, que requieren las prácticas del amor.
El excesivo consumo
de las promociones mediáticas, en plan sistemático de degradación de seres,
deviene en que hablar sobre el amor adquiera un carácter subversivo para
quienes lo sentimos y cristalizamos como acto de vida. Una fisura posmoderna
que insinúa lo obvio, permaneciendo extrañamente publicitada, desde un perfil
de posibilidad cercana, o trascendido, de lo que parecía irreal y lejano, pero
que nadie ignoraba, al menos se presentía cierto tufillo a «voyeurismo» en acto
de aniquilar la esencia sagrada de la intimidad, ¿suena terrible no?
Como consecuencia
de un proceso interno de aniquilamiento y desmoronamiento de la irracionalidad
pre-pandémica, de la invocación a los principios de libertad de la razón
“impura” que hoy podemos clasificar como ensayo de tramas mafiosas de mutantes,
que en su sentir post-escatológico, apostaron al «juego de la oca», con una
comunidad invitada al intento de avanzar o retroceder en el espiral de 63
casillas, sin dibujos y sin dados que propone este juego de mesa, con la
justicia operando como juez y parte, lógico ¡ah! con castigos incluidos, son
las reglas del juego. ¿De qué otra manera se podría jugar con la mafia?
Entonces, estimados
lectores, uno transita su vida en un «doble exilio», poético y patético, cuando
relatar la vida y el mundo como son en realidad, como se los debe conocer, sin
ocultamientos ni oscurecimientos, nos cueste ser eliminados y a pesar de como
dicen los soplones «la verdad siempre se abre camino y se logra ver la luz»,
aunque ya sea de noche y las décadas hayan transcurrido llevándose consigo a
las voluntades más lúcidas.
Me refiero a la
vida como la he apreciado desde mi infancia, según pasaron los años nada ha
modificado su curso, todo es tal cual lo imaginé: traición y cobardía … Y
siglos de pasado indefinido, los asimilo al presente, las falaces historiolas
escritas por esclavos ilustrados de todos los tiempos y espacios, construidas
por orden y decreto de reyes y monarcas elevados a símbolo, pintando paisajes
de épicas que jamás han tenido lugar.
Se requiere cierto
heroísmo, para mostrar a la humanidad lo que es la verdad, sin complejos, que
se experimentan día a día por quienes tiene reservada la tarea irreprimible de
escribir la historia, de los ganadores del gran derby de bestias que corren
tras el espejismo de un oasis sin palmeras, la verdad, absolutamente prohibida
de expresarla o mostrarla, en acto y vida, incluso en textos ligeros,
literarios, de filosofía vocacional, o en notas de medios under, empantanados
entre la melancolía y el desdén.
La situación del
hombre, en medio de la confusión de leyes, hábitos impuestos, deseos
indeseables, impulsos reprimidos, instintos sofocados, se ha hecho tan azarosa,
artificial, arbitraria, trágica, grotesca, que jamás tuvo la literatura tanta
facilidad para inventar como en el presente, como tampoco, encontró tan difícil
asimilar, deglutir y seguir intentando vivir, con sonrisa dibujada. Nos rodean
bestias epizoóticas, a quienes el menor roce hunde en interminables
convulsiones criminales.
Para qué seguir
sublimando y soñando lo que jamás tendrá espacio en este mundo de sistemas
necróticos, si el hombre no puede subsistir bajo ningún sistema antropoide, por
demás masoquistas todos ellos, sin la imposición de una mentira duradera,
repetida hasta el delirio, una «mentira totalitaria», una mentira que no se
esconde en un tal vez y libres de restricciones, estas fórmulas ¿sociales?, se
disolverán irremediablemente en la anarquía.
Los vacuos
discursos de gobernantes sociópatas de democracias ficcionales, repercuten en
todas direcciones, acompañando a la sobrevida de los hambreados que alucinan
mejores tiempos por venir, en sus monotonías de tareas diarias inexistentes,
bebiendo en botellas vacías, en charcos al borde de algún cordón, inhibidos
ante los grotescos maniquíes que pasan los miran y aceleran su paso, ¿proyectan
posiblemente su porvenir ineluctable?, todo ellos cuajándose en un gigantesco y
cruel narcisismo, siempre con las mejores intenciones.
El sadismo
instalado en la maquinaria emocional del hombre, deriva, ante todo, de un amor
ante el aniquilamiento, profundamente arraigado en la naturaleza humana y muy
particularmente en la naturaleza de las comunidades de hombres, una especie de
impaciencia amorosa, un deseo irresistible y unánime por la muerte; impaciencia
pudorosa, tímida, pero no por eso menos poderosa del deseo de que Tánatos y su
suavidad nos acaricien.
El resultado es
claro: el repliegue a una posición anarquista cuya violencia afectiva puede
volverse inquietante, cuando la comprobación de la impotencia oscila en el
sueño de la omnipotencia.
Esta serie de
exilios, devenida en la posición marginal del discurso de la verdad, sin
ambigüedades, determinan una pérdida de la realidad inmensa…una serie de
exclusiones que comprende lo histórico y político, asimilados a un cuento pornográfico
de lo que demasiados piensan no puede ser… pero «es».
Pues entonces,
despreciando todas las prohibiciones, sirvámonos de la vengadora arma del
sentimiento, contra la bestialidad de todos los sujetos-objetos… y amen.
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