DE FUGADO A REGATISTA EN SANXENXO
ANA PONTÓN
Portavoz nacional del
BNG
Imagen de archivo. Núñez
Feijóo recibe al rey Juan Carlos.
- Infosailing Photography /
Europa Press
Si la dignidad política no lo impide, este fin de semana el rey emérito estará subido en un velero -el Bribón para más señas- de regatista por la costa gallega en una imagen surrealista pero muy gráfica de lo que la monarquía significa: privilegios e inviolabilidad ante la comisión de delitos, cuestiones ambas incompatibles con una democracia.
¿Qué ha pasado para que el, hasta hace poco, rey fugado y refugiado en esa plutocracia que son los Emiratos Árabes Unidos, lejos de rendir cuentas ante la justicia, acabe navegando en Sanxenxo, uno de los destinos turísticos más afamados de Galiza?
Pues básicamente,
por el medio lo que se ha producido es una gigantesca operación de blanqueo en
la que han participado PP-PSOE -ese bipartidismo que nunca falla cuando se
trata de sostener el statu quo-, poderes económicos, instituciones como la Fiscalía
y una parte substancial de los medios de comunicación, casi los mismos que
durante décadas callaron, miraron hacia otro lado e incluso ensalzaron el papel
de un monarca que, como se ha visto, utilizó el cargo para su enriquecimiento
personal al más puro estilo comisionista Premium.
Y se ha visto no
precisamente por el empeño de los partidos estatales, que han votado en el
Congreso en contra de investigar la turbia fortuna del emérito como reclamaba
el BNG y otras formaciones políticas, con una contumacia digna de mejor causa
-hasta quince veces, ¡que se dice pronto! -. Ni se ha visto tampoco gracias al
empeño de una Fiscalía que desde que el asunto entró por su puerta apeló a
todos los elementos posibles para cerrarla cuanto antes: inviolabilidad por
razones de cargo antes de la abdicación de conveniencia en 2014, prescripción
de delitos y regularizaciones parciales efectuadas como traje a medida.
Avisar al supuesto
defraudador de que está siendo investigado resulta inaudito y, por lo mismo,
revelador de hasta qué punto se quieren mantener los privilegios de una
monarquía cada vez más cuestionada, llena de sombras y que hace aguas, por más
que los fontaneros de régimen intenten tapar los boquetes por los que se escapa
el apoyo social sobre el que el CIS ha corrido un tupido velo desde hace años,
evitando preguntar a la ciudadanía qué opinión le merece una dinastía, la
borbónica, cuyo comportamiento ha sido y es de todo menos ejemplar.
Porque sí, tenemos
al rey fugado, el monarca-comisionista que recibe en su cuenta de Suiza 100
millones de euros de otra monarquía, la de Arabia Saudí, esa donde los partidos
políticos o los sindicatos están prohibidos o donde las mujeres son ciudadanas
de segunda por ley. Pero tenemos también a un cuñadísimo condenado por
corrupción y, casualidad, fraude fiscal, y el desfile judicial de una infanta
que, de nuevo gracias al inestimable papel de la Fiscalía, salió airosa porque
nada sabía.
Tenemos a las
nuevas generaciones de los borbones, exhibiendo un nivel de vida que nada tiene
que ver con el de la mayoría de la gente joven que soporta una tasa de paro
brutal, precariedad y bajos salarios. Seguro que muchos se preguntan cómo se
financia. Y tenemos un rey, Felipe VI, que dejó claro que lo de una España
plurinacional no va con una institución que, pese al lavado de cara y de gestos
fáciles, sigue anclada en el pasado.
¿Y por qué recala
en Sanxenxo el emérito? Más allá de la regata, porque lo acoge con los brazos
abiertos el alcalde de la localidad, del PP, claro. Y porque el presidente de
la Xunta ha celebrado su visita con tanto entusiasmo que ha declarado que la
llegada del monarca fugado es una publicidad que interesa y que, además,
"coloca a Galiza en el mapa". Lo entrecomillo porque tan locuaz
declaración es literal.
Pero, en fin, cómo
pedirle al Partido Popular que se sienta incómodo con el cobro de comisiones,
cuando decapita a quien las denuncia y tilda de "pillos" a los que se
forran con pelotazos millonarios en plena pandemia. Ese es su listón ético.
En todo caso, como
portavoz nacional del BNG, decirle al PP de Feijóo que Galiza está en el mapa
gracias a los gallegos y a las gallegas que, lejos de tener cuentas B en Suiza,
pagan sus impuestos y salen adelante con su trabajo y con su talento y se
merecen mucho más que un presidente de la Xunta que les falte al respecto
diciendo que la llegada de un señor que se marchó por la puerta de atrás
prestigia a Galiza.
En una democracia
del siglo XXI, la monarquía, donde la jefatura del Estado se alcanza por
herencia y de manera vitalicia, es puro anacronismo, máxime si, como es el
caso, está teñida de corrupción, es una institución obsoleta igual que el
régimen del 78 que la auspició. En una democracia avanzada no hay súbditos sino
ciudadanos y ciudadanas libres e iguales. Ergo…
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