A LAS MUJERES NO HAY QUIEN LAS ENTIENDA
DIANA LÓPEZ VARELA
Hace un puñado de años, una mujer a punto de cumplir los 30 queda con un hombre con el que ha pasado una noche para zanjar el asunto. La mujer no quiere saber nada más de este individuo, no tiene nada que hablar con él, tiene claro que ha sido un encuentro casual, un polvo rápido macerado por el alcohol y la depresión, algo que nunca debió haber ocurrido, Pero él quiere hablar e insiste mucho. En cualquier otra circunstancia, ella no habría accedido a quedar con él, lo habría bloqueado en WhatsApp, habría borrado su número, lo habría eliminado de todas las redes sociales, se haría la despistada al cruzarlo por la calle, pero da la casualidad de que son colegas, trabajan juntos.
Él es un poco pesado,
pero todo el mundo dice que es buen tío, que no ha roto un plato. No es tan
fácil ejercer el sano derecho del si te he visto, no me acuerdo. No quiere que
piense que es una zorra. De camino al encuentro, la mujer llama a su mejor
amiga entre risas incómodas: tengo que quedar con él para decirle que no quiero
nada, qué pereza. La amiga le advierte de que va a intentar convencerla.
"Lo sé, y le voy a romper el corazón", farfulla la víctima del polvo
innecesario.
Se ven en una
terraza del centro a plena luz del día. El pesado la recibe con una sonrisa y
piden la consumición. El pesado ya sabe que ella no quiere saber nada de él,
pero no está dispuesto a salir de allí sin intentarlo todo. Le hace un
cuestionario. Qué tal estuviste conmigo, te lo pasaste bien, a mí me encantó,
nunca había conectado así con nadie, me gustas mucho, yo creo que podríamos
intentar algo, te conozco un montón, sé lo que necesitas, dame una oportunidad,
podemos intentarlo, qué vas a perder.
La mujer está
agobiada, asfixiada, le falta el aire, la conversación es tan infantil que le
da vergüenza que la escuchen en las mesas de al lado, cualquiera podría
conocerla. Le dice que no, que no está preparada, que quiere estar sola, que
no, de verdad, muchas gracias, qué halagador, seguro que encuentras a alguien a
tu altura, yo no estoy pasando por un buen momento. El pesado saca toda la
artillería: Yo te voy a cuidar, conmigo vas a estar genial, y si no, pues nada,
cada uno a la suyo, pero qué te cuesta intentarlo.
La mujer no
entiende cómo puede estar metida en una situación tan kafkiana. Calla, pero no
otorga. Él insiste: entonces si no quieres nada más… ¿para qué te has acostado
conmigo? Puñalada trapera. Se hace el dolido el hombre objeto. Asoman las
lagrimitas de cocodrilo. La mujer lo consuela y ya no sabe cómo salir de allí.
El pesado es cada vez más pesado, no para de hablar, no se calla, y ella sola
quiere que se calle. Mutearlo, volver a su vida antes de la noche absurda, del
polvo innecesario. Pero le faltan cervezas, le falta descaro y le faltan
fuerzas.
Él repite una y
otra vez su cantinela: dame una oportunidad, qué vas a perder, no te vas a
arrepentir. Ella ya está arrepentida. Arrepentida de estar allí sentada,
arrepentida del polvo, arrepentida de haber trabajado con él, arrepentida de
haberlo conocido porque ahora se da cuenta de que la cantidad de tiempo que él
lleva tejiendo esa telaraña en la que ya la ha atrapado. Pero no puede más, se
rinde, se entrega. Ok, vale. Lo vemos. Es un sí con sabor a no. A él no le
importa nada, está exultante. La mujer ha consentido. Ha dicho sí. Puede que
hasta lo hayan escuchado los de la mesa de al lado. Sellan el pacto, se dan un
beso. La mujer sale de allí corriendo, espantada, se inventa algún quehacer,
novia a la fuga. Llama a su amiga. Tía, no te vas a creer lo que ha ocurrido…
pero la amiga se lo cree, claro que se lo cree. Porque la amiga también es una
mujer. "Bueno, pero por lo menos es majo, ¿no?".
Durante los
siguientes meses la mujer estará saliendo con un tipo en contra de su voluntad
y él ni siquiera ha tenido que ponerle la mano encima ni usar la violencia para
convencerla… ¿cómo lo ha conseguido? Kate Millet señala en su libro Política
Sexual, publicado en 1969, que "no estamos acostumbrados a asociar el
patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la
aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana
tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia".
La filósofa Ana de
Miguel explica cómo el sistema patriarcal se ha invisibilizado hasta tal punto
para conseguir hacer pasar la opresión como libre elección de las mujeres. En
las sociedades occidentales hemos pasado del "patriarcado coercitivo"
a un modelo de "patriarcado de consentimiento", donde la mujer busca
cumplir el mandato de un rol impuesto de forma voluntaria. El histórico derecho
patriarcal de los hombres para disponer de los cuerpos y la vida de las mujeres
pone en entredicho el consentimiento no solo dentro de las relaciones sexuales,
sino también en el seno relaciones de las relaciones de pareja en donde la
coacción es mucho más sutil porque el mito del amor romántico ejerce todo su
poder.
Nuestro deseo no se
tiene en cuenta porque no somos vistas como sujetos, somos objetos. Vivimos
para que nos conquisten y debemos responder al "halago" de ser
deseadas. Pero la estrategia de muchos amantes, novios y aspirantes al hombre
de tu vida no difiere mucho a la que usan los puteros: algunos hombres
encuentran placer y satisfacción en conseguir a mujeres que no les desean en
absoluto.
La mujer del polvo
innecesario está tan atrapada que de vez en cuando intenta convencerse de que
aquello puede salir bien, finge cierto enamoramiento. No pasa un fin de semana
sin que él llore porque ella no le hace caso. El pesado que no ha roto un plato
empieza a comportarse como lo que es: un celoso compulsivo. Ella fuerza la
ruptura, se va de viaje. Me dejas solo, ya no me quieres. Va dando pasos. Otro
día cambia la foto de perfil en la que sale con él y pone una con sus amigos.
El pesado que no ha
roto un plato enfurece, se vuelve loco. Ya no es bueno, ni inofensivo, ni
infantil. La encierra, la empuja. Puta, zorra, a ti lo que te gusta es follarte
a todos. La mujer lo odia tanto que si no fuese una mujer, le partiría la cara.
Te dejo. No, no me dejas. Forcejean. Se defiende, grita. En la casa hay más
gente, pero se hacen los sordos. Las paredes son testigo. Sale de allí en plena
madrugada con una maleta de ropa y se va a casa de la amiga. La violencia es
solo el último paso, la medida de emergencia.
Dice Ana de Miguel,
"será entonces, cuando las mujeres no respondan a las expectativas, cuando
los conflictos puedan llevar al uso de la violencia como medio de restablecer
la satisfacción de las expectativas sobre el comportamiento femenino". Las
mujeres nos enfrentamos a esto cada día, no solo para iniciar una relación sino
para conseguir dejarla. ¿Cuántas veces hemos alargado una relación en contra de
nuestra voluntad? Muchas, demasiadas.
El planteamiento
del mito del amor romántico encierra una violencia incalculable. Ellos ni
siquiera se tienen que avergonzar de ser unos acosadores, porque socialmente
estos comportamientos están bien valorados y vistos como necesarios. Así
funcionan muchas relaciones. Se sigue valorando como positivo que un hombre
insista y que no se rinda para conseguir el amor. ¿Hay algo más romántico que
un tío que se lo curra? Las relaciones
de malos tratos están llenas de consejos de este tipo: "Dale una
oportunidad, ¡qué majo es!".
Nuestra disponibilidad
y afabilidad no se cuestiona. Hasta tal punto se ha pervertido y cuestionado la
voluntad de las mujeres que se dice que cuando una mujer dice no, en realidad
quiere decir sí. Y nosotras estamos tan bien entrenadas que incluso decimos sí,
cuando en realidad queremos decir no. A las mujeres no hay quién las entienda.
Amelia Valcárcel lo llama la ley del agrado. "Toda mujer es educada en la
ley del agrado, aunque no sea consciente de ello. Y todo varón es consciente de
ello".
Le digo a unas amigas
que estoy escribiendo este artículo, conocen súper bien a la mujer del polvo
innecesario, de la relación innecesaria, del consentimiento impuesto. Creo que
todas las mujeres hemos dicho sí queriendo decir no. Una apunta: "Me sentí
así muchas o varias veces, pero mi mente no me permite recordarlas con detalle.
Tanto en pareja como en un rollo de una noche, que no estás del todo cómoda,
pero sigues para adelante casi como un trámite porque se da por hecho que tiene
que pasar eso y venga, vamos a acabar cuánto antes. La otra puntualiza:
"Los rollos de una noche, terribles. Encima, en la mayoría, la decisión de
irte con un gilipollas la tomas borracha. Tanto para acabar pronto como por
seguridad entendemos que es mejor fingir, que negarnos por si acaso, pues estar
sola con un tío desconocido es de antemano una situación de
vulnerabilidad". Yo añado: No hace falta que sea desconocido.
El Congreso ha
aprobado esta semana la ley del solo sí es sí, el consentimiento "libre y
expresado claramente" será clave para abordar la violencia sexual que
sufrimos. Ante un juzgado, serán ellos quienes tengan que demostrar que
nosotras hemos consentido. Sin engaños, sin sumisión química, sin el uso de la
fuerza. pero el consentimiento jamás será libre si no hay deseo por el medio.
Los altares han escuchado muchos "sí quiero" que significaban
exactamente lo contrario. En fin, es que a las mujeres no hay quién nos
entienda.
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