CORRECCIÓN POLÍTICA
Juan
Claudio Acinas
Cualquier discriminación, cualquier Segregación
se debe reparar. Es lo justo. Pero las buenas intenciones no bastan. Un error
no se compensa con otro, ni un exceso con otro.
El ansia de corrección moral y política es un instrumento de furor sectario, propicio a los guardianes de la virtud, expertos en prescribir y proscribir, en disciplinar y decirnos lo que debemos pensar, decir, hacer. De tal modo que, a medida que aumenta la atracción por la homogeneidad o el conformismo, se agrava el riesgo de la independencia, el peligro de disentir o discrepar, y ello en ámbitos como la raza, el género, la afinidad sexual o la ecología, también como el de los animales de un circo o la cabra de los gitanos.
Se suele pensar que la political correctness se originó en los
campus universitarios de EEUU a partir de los años 80 del siglo XX. Pero
siempre hay antecedentes más lejanos. Por ejemplo, entre nosotros, cuando hacia
1925 y durante diez años, la izquierda acribilló a Jorge Guillén por haber
escrito que “el mundo está bien hecho”, en una décima titulada Beato sillón. Sin darse cuenta que en el
contexto subjetivo de la décima (hacer la siesta en un buen sillón después de
haber comido bien), en ese momento, en que no pasa nada, ciertamente, el mundo
es redondo y perfecto, está bien hecho.
Y en eso estamos, en medio de
rechazos tiquismiquis, de cruzadas ortogonales con exigencias de pureza para
expurgar de “imaginarios excluyentes” y “supremacismo homófobo” o quizá alguna “impronta
eurocolonial” entre los autores clásicos. Es lo que ocurre cuando, por poner
otro ejemplo, Amanda Gorman exige que sus poemas solo sean traducidos por “una
mujer, joven, activista, poeta, con experiencia como traductora y,
preferentemente, afroamericana”… Y es que en “la fauna de las falacias”,
siguiendo a Luis Vega, las ad personam
son como un virus en peligro de expansión. Hasta el punto que, para evaluar la
obra de alguien (Sade, Carroll, Machado, Céline, Nabokov…), no se analiza esta,
sino que se indagan en las orientaciones equívocas del autor y se requieren sus
antecedentes criminales junto a un certificado de buena conducta.
Es tragicómico que Aterriza como puedas sea imposible que hoy se pueda filmar, una
película de parodia de parodias (spoof
movie) que más de 40 años después ya no se atreven a reponer en televisión.
Tan absurdo como que Hattie McDanield, activista en la lucha por los derechos
civiles, fuera la primera actriz negra en ganar un Oscar por su personaje de criada
en Lo que el viento se llevó, película
que la plataforma HBO ha retirado de su catálogo por racista. Y otro tanto cabe
decir del rock de Burning o La Orquesta Mondragón, por no hablar de algunas
canciones de Los Chunguitos o las Vulpes con su “Quisiera ser una zorra”.
Hay una moralina mojigata y
puritana, integrista y censora, muy pedagógica, eso sí, que no deja respirar,
con una lista infinita de humillados y ofendidos, en cuyo nombre un montón de
letras escarlatas, fatwas y cazadores de lo no pertinente se expanden con
malhumor por doquier. Una presión implacable que, con sus clics, tuits o
hashtags, adopta un perfeccionismo inflexible, rigorista, empoderado (¡vaya
palabra!), tan anacrónico como brutal, “sinflictivo”, de acuerdo con Leonardo
Padura, ya que vivir en el conflicto es justamente lo humano.
Por todo eso, “la expresión
políticamente correcto no me gusta, porque va asociada a un intento de
silenciar algo, de poner límites, porque cada vez es más difícil bromear sin
ofender a nadie”.
Mais je suis incorrigible, je suis Charlie!
Referencias
G. Kuipers, “Cada vez es más difícil bromear”, La Vanguardia, 25.09.16.
Leonardo Padura, “Padura vs. Padura”, Cuba sí, 12.04.15.
Javier Pérez Escohotado (ed.), Jaime Gil de Biedma.
Conversaciones, 2015.
Luis Vega, La fauna de las
falacias, 2013.
Darío Villanueva, Morderse
la lengua, 2021.
Juan Claudio Acinas
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