A LOS PERIODISTAS NOS MATAN POCO
ANÍBAL MALVAR
Soy periodista y, aun así, creo que a los periodistas nos matan poco. Viene a cuento la boutade porque el ejército israelí le pegó un tiro en la cabeza a la reportera de Al Jazeera Shireen Abu Akleh, Sirena, en Cisjordania. Unos francotiradores se pusieron por disgusto a disparar contra todo lo que se moviera y ella cayó, con su chaleco que la identificaba como periodista y su casco.
El día del entierro, agentes israelíes atacaron a los portadores del féretro, aun conscientes de que esta acción salvaje, incivilizada e incomprensible sería inevitablemente grabada y difundida en las pantallas de todo el mundo. Qué más les da, si ya les hemos visto matar niños y mujeres por placer. Como gracias a los perseguidos Edward Snowden y Julian Assange pudimos contemplar prácticas similares de militares estadounidenses disparando con sus inteligentísimos proyectiles a chavales que salían de una escuela. O bombardeando el hotel desde donde José Couso y otros reporteros hacían su trabajo en Bagdad durante la ocupación de Irak. Y siempre todo queda impune. Por muy civilizadas que nos creamos algunas sociedades presuntamente avanzadas, nuestros ejércitos no muestran ningún pudor en practicar la caza al periodista. Como cualquier grupo de piratas incontrolados de Burkina Faso u otros lugares de fonética exótica. El hecho de empuñar un arma nos iguala en la barbarie.
Decía que a los
periodistas nos matan poco porque yo creo que, desde hace tiempo, los
periodistas salimos muertos de fábrica. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el
que los medios se preocupaban de dotar a los reporteros de recursos para que su
vida no corriera tanto peligro. Pero llegaron a las redacciones manadas de
publicistas y gestores que nos convencieron de que era más rentable sacar
exclusivas de Belén Esteban que informar sobre la barbarie de Yemen. Y el
reportero, que no puede evitarlo, se va a Yemen con una mano delante y otra
detrás para vender sus crónicas mortales a precios irrisorios. Es lo que se llama
vocación.
El tratamiento que
le hemos dado a Shireen Abu Akleh ha sido respetuoso incluso desde los medios
más conservadores y proisraelíes, que en España son mayoría. Pero el tema del
asesinato de periodistas se aborda ya con cierta pereza, a no ser que sean muy
cercanos y se puedan elaborar lacrimógenos reportajes sobre lo buen estudiante
y novio e hijo y padre o madre que era el finado (en estas crónicas se usa
mucho el adjetivo finado cuando los reporteros han sido asesinados por los
nuestros). Lo de las razones que les llevaron a arriesgar la vida, esas guerras
lejanas de negros y moros, no despierta el menor interés en las enmoquetadas
plantas altas de los diarios, la radios y las teles.
Aquí en España, más
que de la ejecución de Shireen Abu Akleh, ha despertado soberano interés el
enfrentamiento entre la portavoz podemita, Ione Belarra, y el ministro
socialista de Exteriores, José Manuel Albares. La carnaza política vende más
que la carne muerta humana, y conviene no desperdiciar ninguno de los millardos
de desencuentros con los que nos están amenizando las semanas los socios de
nuestro gobierno progresista. El comunicado de Exteriores obvia la implicación
del ejército israelí en el crimen, cuando las imágenes y los testimonios de
otros reporteros allí presentes lo dejan más que claro. Y, mientras nos
distraemos con estas trifulcas, Shireen Abu Akleh y tantos periodistas seguirán
muertos. Y aquí no ha pasado nada.
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